El 90 por ciento de las emisiones que se generan en un evento de esta clase proceden del transporte, tanto de los ponentes como del material utilizado durante su desarrollo.
El transporte por avión y carretera de una persona que viaja desde Argentina hasta Ávila supone una emisión a la atmósfera de tres toneladas de dióxido de carbono (CO2). Si su propósito es acudir a una cita que dura más de un día necesitará dormir en un hotel y desplazarse por la ciudad varias veces, lo que también genera emisiones.
Un proyecto de investigación llevado a cabo por Juan Ignacio Canelo, ingeniero técnico por la Universidad Católica de Ávila (UCAV), ha calculado la huella de carbono del Congreso Mundial de Universidades Católicas, celebrado en la capital abulense el pasado agosto. El estudio concluye que el encuentro supuso lanzar a la atmósfera 760 toneladas de CO2, una media de 1,3 por asistente.
La huella de carbono es un indicador que permite valorar numéricamente la cantidad de emisiones de gases de efecto invernadero producidas como consecuencia de un proceso, producto, empresa, evento o servicio. Muestra el impacto ambiental a través del inventario de las emisiones asociadas a los diferentes gases de efecto invernadero, ha explicado a la agencia DiCYT Canelo, quien con este trabajo de fin de carrera ha obtenido una calificación de Matrícula de Honor.
El 90 por ciento de las emisiones que se generan en un congreso como este proceden del transporte, tanto de los ponentes como del material que se utiliza durante su desarrollo. Del resto, destaca la energía, las materias primas, el alojamiento o el combustible. «Todos las acciones, productos o servicios de un evento como este suponen unas emisiones a la atmósfera, y el objetivo del trabajo ha sido medirlas, pero también proponer medidas para su compensación en un futuro» ha incidido Canelo.
Medidas propuestas
Entre las acciones que en próximas citas se podrían tomar para reducir esta huella de carbono se encuentra la adopción de energías renovables, en lugar de fósiles. Además, a los congresistas que se desplacen desde largas distancias, como en el caso de la cita analizada desde Asia o Sudamérica, se les podría cobrar una cifra simbólica que se destinaría a comprar emisiones de CO2.
Juan Ignacio Canelo ha detallado que existen dos mercados de adquisición de estos derechos. En el primero de ellos se encuadran todas las industrias que generan un elevado nivel de emisiones, las cuales tienen unas limitaciones anuales, que si las sobrepasan están obligados a compensar. El segundo mercado es voluntario, y está dirigido a todas las empresas o particulares que quieran compensar lo que contaminan con CO2 a través de la compra de una cantidad equivalente.
El dinero recaudado se suele destinar a proyectos verdes, habitualmente en países en vías de desarrollo en los que, por ejemplo, se plantan árboles para generar un nuevo bosque que actúe como sumidero de carbono. «Se intenta crear un equilibrio comprando esas toneladas de emisión en sumideros de CO2. O sea, pago por lo que emito y sé que eso se va a destinar a proyectos que, por así decirlo, consumen el CO2” que he lanzado a la atmósfera, ha detallado el ingeniero.
Aunque el precio de la tonelada es variable, suele situarse entre 4 o 5 euros, por lo que la cantidad que se le pediría a un asistente al congreso que viaje desde Argentina sería de 12 euros, y con la recaudación total se ayudaría a paliar el daño que supone para la atmósfera la emisión de dióxido de carbono durante estos encuentros.
El proyecto de este ingeniero ha estado dirigido por Pedro Mas, codirector del proyecto y decano de la Facultad de Ciencias y Artes. Se encuadra dentro de una línea de investigación abierta por el Grupo de Tecnología y Cambio Climático de la UCAV que pretende calcular la huella de carbono de sectores como el agroalimentario o el automovilístico.
Fuente: Infoambiental.es
Publicada: 28 de noviembre de 2011.