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¿Crecimiento es progreso?

Donde pongamos la mirada en México y en el mundo se ven problemas que se complican y alejan de sus soluciones; eso se debe a que la premisa de que el progreso depende del crecimiento económico, no está funcionando como solución. La economía del mundo y de cada país tendría que someterse a criterios de bienestar, equidad y responsabilidad ambiental.

El cambio climático es uno de los mayores desafíos modernos. Otro es la seguridad alimentaria. La FAO recomienda que la seguridad alimentaria se utilice como indicador de la vulnerabilidad al cambio climático. ¿Cómo enfrentarlos cuando los científicos expertos en el tema ambiental no se atreven a pronosticar el curso que seguirán esas alteraciones?

Lo único sabido con certeza es que el cambio climático lo ha provocado el desbordamiento de los límites de extracción de recursos naturales, y sobre todo la generación de desechos de la economía industrial.

Los científicos aceptan que sus premisas sobre el medio ambiente han perdido capacidad explicativa ante fenómenos sin precedentes. Los registros sobre el comportamiento cíclico y las variaciones del clima en el pasado no sirven para anticipar fenómenos como la helada que se presentó en febrero en Sinaloa o la onda de calor en Rusia y otras 19 naciones de Europa el año pasado.

Los expertos en el ambiente tratan de descifrar las causas de los nuevos fenómenos, pero su conocimiento sólo ha permitido elaborar escenarios que, como se sabe, se producen por triadas: optimistas, pesimistas y los más probables.

A partir de esos ejercicios se han diseñado medidas para mitigar los efectos del calentamiento global y adaptar actividades a la cambiante situación. Inclusive se establecieron metas en mitigación del cambio ambiental.

Casi todo el mundo (a excepción de Estados Unidos, segundo emisor de contaminantes en el planeta, después de China) se comprometió en el protocolo de Kioto a una reducción global de 5 por ciento en la emisión de seis gases entre 2008 y 2012.

Quince años después de que iniciaron esas negociaciones (diciembre de 1997), los 50 mil millones de toneladas de gases que la economía industrial lanza a la atmósfera cada año se reducirían, si acaso, en 5 por ciento, aunque para revertir el calentamiento global se requiere disminuir en 70 por ciento la emisión de esos gases de efecto invernadero.

Esa abismal diferencia entre lo que debería ser y la meta acordada, que ni siquiera se cumplirá el próximo año, permite inferir que la única diferencia entre los escenarios optimista, pesimista y probable de los ambientalistas, es el tiempo más largo o más corto en que se irán presentando inundaciones, sequías, olas de calor y tormentas cada vez más catastróficas.

Tampoco es difícil imaginar la afectación de tales fenómenos en la producción global de alimentos, en su comercio y lo que de ahí derive social y políticamente.

Los ambientalistas saben que la raíz del problema es el modelo de crecimiento económico. La respuesta radical es el cambio de modelo de economía industrial, agravada en su modalidad neoliberal.

No obstante, la premisa de cualquier escenario que sirve de base a negociaciones y acuerdos entre gobiernos es la prevalencia del crecimiento productivo sobre cualquier otra consideración, y como éste se basa en la glotonería mundial de hidrocarburos, ni siquiera se ha acordado limitar su consumo y desarrollar fuentes de energía limpia. El neoliberalismo aconseja que sea el mercado el que lo propicie.

La crítica al neoliberalismo en boga tiene su mayor fuerza argumental en los desequilibrios ambientales que causa; se requiere una revolución de las conciencias para dejar de considerar al crecimiento económico como finalidad esencial del desarrollo.

Quienes han asumido esa premisa generan propuestas como la de descrecer (surgida en Francia e Italia, y que en México promueve el doctor Raúl Olmedo, compilador del libro ¿Crecer o descrecer?, UNAM, 2009).

Otras propuestas consisten en recuperar el carácter público del Estado para que retome la rectoría del desarrollo y someta las actividades productivas a criterios de equidad, solidaridad, bienestar y conservación ambiental. En esa corriente se inscribe el libro Nuevo proyecto de nación, que Andrés Manuel López Obrador presenta como la actualización del proyecto de nación con que se presentó a la elección presidencial en 2006 (editorial Grijalvo, México, 2011).

Considerar que el crecimiento productivo sin más propósitos que el lucro particular, adjetivado como progreso colectivo, ha desequilibrado los ecosistemas, es el primer paso para construir verdaderas soluciones.

Fuente: El Financiero, Opinión, p. 31.
Articulista: Guillermo Knochenhauer.
Publicada: 1 de abril de 2011.

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