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¿Pueden evitarse los desastres naturales?

Sequias, huracanes, incendios e inundaciones. ¿Es posible alivianar sus efectos devastadores?

Los desastres naturales han sido desde siempre parte del ciclo de la naturaleza. Sin embargo, los acelerados cambios demográficos y económicos que la población humana ha registrado en las últimas décadas, han modificado el balance entre los ecosistemas, poniendo en peligro no sólo la vida de miles de personas, sino la viabilidad de nuestro medio ambiente.

De acuerdo con el sitio gubernamental norteamericano UsAid DisasterAssistance: «desde 1990 a la fecha, los desastres naturales, tales como huracanes, terremotos, inundaciones, sequias, aumentan su rango de frecuencia 50% cada década». Es decir, por cada huracán que habla en la primera década del siglo XX, actualmente hay seis.

Apostando contra la naturaleza

Frederick Krimgold, autor de The Role of International Aid for PreDisaster Planning in Developing Countries, señala que «los desastres naturales se definen como eventos temporales detonados por peligros naturales que sobrepasan la capacidad de respuesta local y afectan seriamente el desarrollo social y económico de una región». Por su parte, Alcira Kreimer y Mohan Munasinghe, autores del estudio Managing Enviromental Degradation and Natural Disasters, señalan que «un desastre ocurre cuando una situación extrema coincide con una situación vulnerable». En este sentido, la Organización de las Naciones Unidas define riesgo como la posibilidad de que un peligro se convierta en desastre, mientras que vulnerabilidad es la incapacidad para evitar un peligro o enfrentar un desastre cuando sucede.

«El riesgo de un evento natural potencialmente catastrófico es una conjugación de costos y probabilidades —comenta el ingeniero Gabriel Quadri, Director de SIGEA Carbón —. Sobre la probabilidad no podemos hacer nada, pero sobre el costo sí”.

Para Quadri, México ha avanzado bastante desde el terremoto del 85. Existe una cultura y un desarrollo institucional donde entidades del gobierno federal y local trabajan para prevenir y reaccionar ante este tipo de desastres. A pesar de estos logros, aún queda mucho por hacer.

«En lo que tenemos un gran rezago es en el use del territorio, que es absolutamente caótico. Esto se debe a que, de acuerdo con el artículo 115 constitucional, los asentamientos humanos dependen de las decisiones municipales, y no hay poder humano que pueda hacer una regulación adecuada».

En la actualidad, las familias y poblaciones con menores ingresos habitan frecuentemente zonas de alto riesgo (por ejemplo, las faldas de un volcán), lo que las hace más vulnerables a los peligros naturales. No sólo esto: la pobreza y la explosión demográfica son factores ligados al abuso y degradación de los sistemas ecológicos debido a la tala indiscriminada de árboles y a la sobre explotación de la tierra, lo que causa erosión, sequias, inundaciones y deslaves. Si consideramos que bosques, manglares y otros recursos naturales nos protegen de los desastres naturales y aminoran los posibles daños, conforme aumenta la devastación de estas barreras, se incrementa también la frecuencia de fenómenos devastadores.

Enfoque económico

Pero los países industrializados también enfrentan peligros. Las casas de madera, por ejemplo, tan comunes en las zonas conurbadas y rurales de Estados Unidos, son menos propensas a sufrir daños durante un temblor, pero más vulnerables a incendios, huracanes y tornados. Por otra parte, el desmedido crecimiento del entorno urbano, que invade y destruye constantemente zonas naturales, es otro factor de riesgo. Varios expertos ambientales atribuyen los daños excesivos que en 2005 provoco el huracán Katrina a la degradación de los manglares de Luisiana, donde el desarrollo inmobiliario prácticamente acabo con este recurso.

Para cuantificar los daños que los desastres ambientales generan, la ONU estableció una «medida económica» a través de la cual puede asignarse un valor monetario a los daños. Los factores de cálculo incluyen destrucción y deterioro estructural (edificios, vehículos, redes de telecomunicaciones, objetos de valor) y su costo de reparación, así como limpieza y remoción de desechos; pero no consideran la perdida de iconos culturales, los daños morales a los afectados (destrucción de fotografías, videos, objetos personales de valor sentimental) y los trastornos ambientales a largo plazo, ya que estos no tienen un equivalente económico en el mercado. Aun así, utilizando este método, se considera que el huracán Katrina causó un daño aproximado de 81,000 millones de dólares.

Consecuencias ambientales

«Los desastres naturales normalmente suelen considerarse fuera del control humano —escriben Kreimer y Munasinghe—. Si bien es imposible detener un terremoto, también es cierto que existen elementos de prevención que minimicen su impacto en el ambiente». Y aunque salvaguardar las vidas humanas durante un desastre natural es una prioridad, minimizar los daños al media ambiente debe considerarse también un asunto prioritario, ya que las secuelas a mediano y largo plazo pueden ser devastadoras. Entre las consecuencias ambientales de los desastres naturales se encuentran la contaminación del aire debido a la gran cantidad de polvo y otras sustancias tóxicas luego de la erupción de un volcán, un incendio forestal o un terremoto (el polvo y las sustancias químicas liberadas durante la explosión de las Torres Gemelas, por ejemplo, deñó irreversiblemente los pulmones de cientos de rescatistas).

Los huracanes y las tormentas tropicales, cuyos vientos varían entre los 80 y 240 kilómetros por hora, suelen dañar las zonas costeras, causando la erosión de las playas y la afectación de especies vegetales locales. En el caso de los tsunamis, el daño a los arrecifes y otros recursos marítimos naturales representa un peligro en sí mismo. El tsunami de Tailandia, que en 2004 afectó a más de 20% de los arrecifes de coral de la zona, despojó a este país de una parte importante de sus barreras naturales. Debido a esto, Tailandia continua expuesta a otros posibles desastres.

Contra viento y marea

La Organización de las Naciones Unidas propone un plan estratégico para enfrentar los desastres naturales. Consta de tres puntos: evaluación de riesgo (implementar políticas gubernamentales de desarrollo que prevean posibles riesgos naturales), planes de mitigación (capacitación a la comunidad y establecer estrategias en caso de emergencia), sistemas de alerta (utilizar elementos tecnológicos, incluidos internet y medios de comunicación, para que las alarmas de desastre prevengan a la población).

En cuanto al uso del territorio, Gabriel Quadri señala la importancia de exigir a los gobiernos, especialmente municipales, el cumplimiento de los programas de desarrollo urbano. «Es un tema de gobernanza local. Y en México hay una gran debilidad en este ámbito, lo cual nos hace más vulnerables a los costos potenciales de un desastre natural».

Otra forma de prevenir desastres es la reconstruccian artificial. En el caso del Sureste mexicano, ciudades costeras como Cancún son vulnerables a posibles desastres. Arrecifes artificiales, diques, obras de protección de cuenca, represas e infraestructura necesaria para reponer las barreras naturales que aminoren la fuerza de las olas, reducirían los daños potenciales. Nuevamente, el problema es económico. La inversión para estas obras ecológicas es enorme y los recursos gubernamentales no siempre son suficientes.

A nivel local, la mejor forma de combatir los desastres naturales es permanecer informado y alerta. Incluso en las más remotas comunidades, campañas de educación pueden salvar vidas y proteger el medio ambiente. Entre las acciones ciudadanas contra los desastres naturales se encuentran localizar sitios y zonas de peligro, discutir entre los pobladores posibles soluciones para reducir los riesgos; organizar campañas de prevención; fomentar el cuidado de la naturaleza y el medio ambiente. Si bien no es posible luchar contra la naturaleza, al establecer medidas de prevención y mitigación, salvamos vidas humanas y colaboramos a proteger al medio ambiente… de su propia furia.

Fuente: Equilibrio, p. 24-29.
Por: Ernesto Murguía.
Publicada: Julio de 2011, Número 35.

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