Por Leopoldo Lara
Nuevo Laredo cumple 164 años.
No es una cifra más, aunque lo parezca. No es un aniversario cualquiera, quizá sea sólo una conmemoración.
Hoy, esta ciudad, una de las fronteras más importantes del mundo en el comercio exterior, se debate entre seguir adelante o claudicar.
Los que vivimos aquí nos preguntamos si vale la pena seguir, los que vienen a hacer algún negocio apenas lo hacen y se van. La historia de siempre, con la diferencia que los negocios ahora duran menos y además que pueden monitorearse desde lejos.
Lo que realmente es una verdad, es que aun los que no nos preguntábamos nunca emigrar, ahora lo hacemos.
¿Por qué?
Las condiciones de la ciudad son imprecisas, las condiciones del país también.
Algunos hemos sufrido con la inseguridad de manera indirecta, todos con la crisis económica directamente.
Antes que nosotros muchos han desistido. Las cifras del Inegi y del Banco de México lo confirman: más de 26 mil casas abandonadas y una economía que ya no crece en el norte de México a pesar de su alto movimiento financiero.
Pensar que la solución vendrá del gobierno es una verdadera fantasía. Los gobiernos están ocupados en otras cosas, en medio continuar airosos, apenas en terminar.
Seguro algún día dirán que les tocó mala época para gobernar.
Sin embargo el momento es excepcional. Las crisis son generadoras de cambios, no de esos cambios que prometen los candidatos, sino de los cambios auténticos. Nunca mejor momento para replantearnos si queremos continuar como hasta ahora o construir una mejor sociedad.
¿Cómo lo vamos a hacer?
Herramientas tenemos.
Somos una ciudad geográficamente privilegiada, tenemos grandes activos económicos, culturales y sociales y lo más importante: contamos con grandes talentos y con gente esforzada, tenaz y comprometida.
Cuando se comenta entre la gente la respuesta es siempre la misma: ¿cómo le entramos?
Todo mundo está interesado en hacer algo por la ciudad, por la comunidad, quizá no se sabe cómo, por dónde, pero el interés existe, al menos en el discurso. Nadie queremos ser testigos, acaso cómplices, de que la ciudad se nos vaya entre las manos.
El consuelo es que “no somos los únicos”, “que el país está así”, que “es el resultado de una pésima estrategia”. Como todos los consuelos, esas respuestas apenas convencen y tranquilizan a los tontos.
Hoy Nuevo Laredo cumple 164 años de vida y se debate como nunca entre seguir viviendo como comunidad o no hacerlo.
Es cierto que por aquí pasa el 25% de todas las exportaciones e importaciones del país. La cifra no es desdeñable. Siguiendo las declaraciones del Presidente Calderón y del Secretario de Economía sería alrededor de 250 millones de dólares diarios lo que cruza por aquí.
También es cierto que eso no garantiza nada, al menos no ha garantizado nada hasta el momento.
De que sirve que se facilite el comercio de esa manera si el dinero que se gana por hacerlo se va a inversiones en otras partes, incluso en otros países.
No quiero hablar de los motivos por lo que esas personas invierten en otras partes, sólo quiero decir que no invertir aquí mismo es condenar a la ciudad a la muerte prematura.
Hoy cumplimos 164 años como ciudad. Una localidad en donde no sólo se genera una gran actividad para la economía nacional, sino que se vive o al menos pretendemos hacerlo. Intentamos además que esta ciudad sea digna, sea el lugar donde todos anhelamos vivir. Sin embargo, si no le entramos a trabajar por ella, de manera organizada y sistemática, no lo será.
La moneda está en el aire. Estamos en el descanso del medio tiempo, digamos que en los vestidores replanteándonos qué hemos hecho bien y qué mal. Enfrente tenemos a uno de los peores enemigos: la apatía.
A nuestro favor tenemos el oxígeno en los pulmones y 164 años de experiencia.
¿Lo lograremos?
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