La semana pasada, una de las noticias que le dio la vuelta al mundo fue la muerte, a manos de cazadores, del león Cecil. Este animal formaba parte de un proyecto de investigación de Oxford y era conocido por los visitantes del parque nacional de Zimbabue al que llamaba su hogar, lo cual ayudó a que se diera a conocer su fallecimiento.
Las reacciones no se hicieron esperar. El dentista estadounidense que cazó a Cecil fue globalmente criticado, las aerolíneas tomaron medidas para prohibir el transporte de trofeos de caza, las autoridades de Zimbabue condenaron el hecho y hasta se lanzaron productos con causa para apoyar a la conservación animal.
Es difícil decir que esta es una reacción negativa. Es cierto que ya no se puede revivir al león, pero acciones como estas ponen de nuevo en la conversación la importancia de proteger especies salvajes en peligro por encima de la caza recreativa. Sin embargo, ¿qué pasa cuando parece importarnos más este tema que las dificultades de las personas que viven en el mismo país?
Para los habitantes de Zimbabue, Cecil no era el icono irremplazable que los medios han afirmado que era. Según declaraciones de sus ciudadanos recogidas tanto por Business Insider como por CNN, la muerte del león sí indignó a la nación, pero está lejos de ser el problema más importante o urgente del país. Lo que es más, no todos conocían a Cecil.
Es cruel, pero no entiendo todo el alboroto. Hay tantas cuestiones urgentes en Zimbabue — Tenemos escasez de agua, no hay electricidad y no hay trabajos — ¿pero las personas están haciendo ruido por un león?» le dijo Eunice Vhunise a Business Insider.
Efectivamente, según datos de 2012 citados por CNN, el 72.3% de los habitantes del país africano viven en la pobreza y en 2014 el PIB per cápita era de 2 mil dólares, 25 veces menos de lo que pagó el dentista Walter Palmer por la expedición en la que cazó a Cecil.
En un artículo titulado Beyond Cecil the lion: Issues the media need to cover about Zimbabwe («Más allá del león Cecil: problemas que los medios deben cubrir sobre Zimbabue»), el periodista local Fungai Machirori resalta otros temas que merecerían la atención internacional que ha recibido este tema: la desaparición de Itai Dzamara, un activista que lleva más de cuatro meses desaparecido, y el status irregular de los vendedores callejeros. Hay buenas noticias también, como el caso de Sangulani Chikumbutoso, un joven que diseñó y manufacturó un helicóptero híbrido.
Finalmente, Machirori recuerda que la gran mayoría de los habitantes de Zimbabue, por razones económicas, carecen de acceso a los parques nacionales y áreas protegidas que visitan los turistas, por lo que son pocos los que conocieron a Cecil antes de su muerte.
Abogando por la conservación de estas áreas y el aumento del turismo, así como por una conversación nacional sobre los recursos del país, Machirori concluye: «Sería una pena que una generación de Zimbabuenses creciera sin la esperanza de conocer la vida salvaje en su propio país. Pero sería una mayor pena que esto fuera lo único a lo que el mundo le mostrara empatía y humanidad.»
Cuando se trata de problemas ambientales y sociales, es peligroso afirmar que unos son «más importantes» que otros. No es que la caza ilegal no deba ser denunciada, sino que debemos preguntarnos por qué este tema sí acapara titulares y otros se quedan olvidados.