En una curiosa coincidencia con Rafael Cardona en su artículo de ayer sobre el Club de Roma, hallé esta semana, hurgando por ahí, un opúsculo que adquirí hace muchos años y que me dio tema para este escrito, Ecología y Revolución, que resume el tercer debate que el periódico francés Le Nouvel Observateur organizó el 13 de junio 1972 (“año de la toma de conciencia ecológica por parte de Francia”, dijo Jean Daniel), cuando se llevaba a cabo la primera Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente, reunida en Estocolmo del 5 al 16 de junio de 1972. Ya se había publicado el reporte Los Límites del crecimiento, encargado por el Club de Roma al Instituto Tecnológico de Massachusetts, que abrió importante brecha en materia ambiental, como nos recuerda muy bien Cardona.
Lo que se dijo en la conferencia de Estocolmo sigue siendo válido, e incluso se ha agravado: “a nuestro alrededor vemos multiplicarse las pruebas del daño causado por el hombre en muchas regiones de la Tierra: niveles peligrosos de contaminación del agua, el aire, la tierra y los seres vivos; grandes trastornos del equilibrio ecológico de la biosfera; destrucción y agotamiento de recursos insustituibles y graves deficiencias, nocivas para la salud física, mental y social del hombre, en el medio por el creado, especialmente en aquel en que vive y trabaja”. Sin embargo, el enfoque era optimista: “el hombre debe hacer constante recapitulación de su experiencia y continuar descubriendo, inventando, creando y progresando”.
Pero ya se planteaban dudas al respecto, que fueron evidentes en el debate del Nouvel Observateur, donde participaron, entre otros, el holandés Sicco Mansholt, presidente de la Comisión Europea, y el filósofo alemán Herbert Marcuse. Mansholt preconizaba, ya entonces, el “crecimiento cero” de la economía, y empieza su ponencia con una advertencia demográfica: “si la tendencia actual continúa, en el año 2000 no habrá ya 3,500 millones de seres humanos sobre la tierra (la población total de entonces), sino 7,000 millones; así, en los próximos 30 años nacerán más habitantes que en toda la historia de la humanidad… subsiste el gran problema de saber si siete mil millones podrán vivir en nuestro planeta”.
Bueno, no fue en el 2000 sino en el 2012 que llegamos a esa cifra y sí, podemos vivir 7 mil millones aquí, ¿pero cuál ha sido el precio sobre nuestro precioso hábitat y sobre todos sus pobladores, no sólo la especie humana?
En conferencia esta semana en Puebla, Mario Molina, Premio Nobel de Química 1995, apoyó la propuesta de fijar un impuesto en los países a las emisiones de gases de efecto invernadero, lo que “facilitaría promover más la utilización de energías renovables y reducir el consumo de combustibles fósiles, que dañan con mayor severidad al ambiente…al planeta le sale mucho más barato tomar las medidas necesarias, aunque sean muy drásticas… y la sociedad debería responder a estos altos riesgos”(Crónica, 29fe12).
Quién sabe qué tanto caso se le hará aquí; el gobierno de México se unió este 22 de febrero al grupo de 23 países que, reunido en Moscú, urge a que la Unión Europea cese de aplicar la Directiva 2008/101/EC que, orientada a combatir las emisiones de gases efecto invernadero, establece un impuesto a las líneas aéreas de terceros países que vuelen a Europa y excedan un límite en sus emisiones de bióxido de carbono. En dicho grupo opositor a la medida, además de México, están también Estados Unidos, Rusia, China, Brasil, India, Japón, Cuba, Argentina y Chile. Las diferencias ideológicas borradas en oposición beligerante a una medida europea de defensa ambiental, que incrementaría apenas en algunos dólares el precio de cada boleto de avión que vuele a Europa.
Pero la complejidad del tema produce contradicciones; resulta que México y Estados Unidos (junto con Canadá, Suecia, Ghana y Bangladesh) se han unido en otro grupo de países para lanzar este mes una iniciativa para reducir las emisiones de otros tres contaminantes que contribuyen significativamente también al cambio climático: el metano, el hollín y los hidrofluorocarbonos
Se plasman así en diferentes escenarios las dos visiones que se enfrentan en la difícil lucha por la ecología desde hace 40 años, y también a 20 años de la “Cumbre de la Tierra”, realizada en Río de Janeiro en junio de 1992: el dejar hacer todo o el intentar corregir algo. En nuestro país existen las voces calificadas que advierten los serios riesgos que ya estamos viendo o que se avecinan, como Julia Carabias, que en sus artículos en Reforma ha señalado con precisión los problemas y las tareas ambientales pendientes, entre ellos que entre en vigor del Ordenamiento Ecológico General del Territorio y el Ordenamiento Ecológico Marino y Regional del Golfo de México. Esta semana, asimismo, la Secretaría de Energía entregó al Congreso de la Unión su propuesta de Estrategia Nacional de Energía 2012-2026, “sustentada en tres pilares fundamentales: eficiencia económica y productiva, seguridad energética y sustentabilidad ambiental”, para alcanzar siete pertinentes
objetivos.
Claro que la implementación de medidas es en donde tenemos en México uno de los mayores problemas, pues es relativamente fácil llegar a un acuerdo internacional, crear una estrategia, una ley o una reglamentación, pero lo realmente difícil es llevarlos a la práctica. Por ejemplo, el Cisen ya considera el
desabasto de agua como una amenaza a la seguridad nacional, ¿estamos trabajando para evitarlo? ¿Estamos haciendo realmente los esfuerzos necesarios para diversificar las fuentes de energía, dando prioridad al incremento en la participación de tecnologías no fósiles?, ¿es posible obligar a los propietarios de camiones u hornos con motores diesel a ponerles los filtros necesarios?; ¿cómo se va a lograr que las personas que todavía utilizan estufas u hornos de leña, o los fabricantes de carbón de coke controlen sus emisiones? Ya se lanza la licitación para captar el metano del relleno sanitario de la ciudad de México, pero ¿cuándo estará en operación aquí, o en otras ciudades del país?
Y, claro, evitar los abusos y el autoritarismo en nombre de la ecología: las medidas de mejoramiento ambiental, como la creación de parques eólicos, la construcción de presas o de nuevas centrales nucleares, deben ser llevados a cabo con escrupulosos respeto a los derechos de otros, en particular de los habitantes de las regiones de donde se establezcan para no desbaratar su entorno y modos de vida, y para hacerlos partícipes equitativamente de las ganancias de dichos proyectos. Y minimizar, por supuesto, los riesgos ambientales, que también existen al ponerlos en operación.
Y hacer mucho más énfasis en el reciclaje de la basura que se genera en nuestro país, 84 mil toneladas diariamente. Casi una tercera parte de los residuos sólidos generados en México se deposita en basureros clandestinos o municipales que no cumplen con la norma oficial en la materia, señaló recientemente el Secretario del Medio Ambiente, Juan Rafael Elvira. No hablemos del envío a México de basura generada en otros países, como la creciente entrada de baterías usadas para autos, como denunciaron en diciembre pasado ciudadanos de México, Estados Unidos y Canadá que forman parte del Comité Consultivo Público Conjunto de la Comisión para la Cooperación Ambiental de América del Norte. Supuestamente las baterías usadas se importan para ser recicladas, pero se denuncia que “los niveles permisibles de exposición de plomo y las emisiones atmosféricas del metal de las plantas recicladoras en México son muchas veces mayores que en Estados Unidos”, además de que “una parte de las baterías usadas que ingresan a México terminan en establecimientos de reciclaje informal con menos estrictos controles ambientales y de protección para los trabajadores” (Reforma, 30di11).
Veremos qué visión prevalece en la Conferencia Mundial sobre el Desarrollo Sostenible, Río+20, que tendrá lugar en junio próximo en el mismo Río de Janeiro.
Fuente: cronica.com.mx
Escrita por: Juan José Huerta
Publicada el : 2 de marzo de 2012
