Tal parece que cada mes hay una nueva campaña en la que una ONG (con frecuencia se trata de Greenpeace) exige a un gran corporativo cambiar sus políticas poco responsables. Muchas de estas tienen alcance global, aparecen en redes sociales y medios de comunicación tradicionales y acaban logrando alguna respuesta oficial por parte de las compañías, que se comprometen a solucionar el problema.
Pero, ¿qué tanto cambian realmente las empresas que son blanco de este tipo de presión? Aquí analizamos cinco casos:
Lego:
Con campaña Save the Arctic!, Greenpeace presionó a Lego para que dejara de distribuir sus juguetes en las estaciones gasolineras de Shell. Según el argumento de la OSC, la empresa petrolera estaba «invadiendo los cuartos de juegos de los niños para mejorar su imagen pública al mismo tiempo que amenaza al ártico con un derrame de petróleo.» Las protestas tuvieron éxito, pero no se puede decir que el ártico esté a salvo solo porque se haya terminado la alianza entre Lego y Shell.
Nike:
Ahora Nike es un líder en sustentabilidad y RSE, pero hace tan solo unas décadas la empresa era sinónimo de bajos salarios y abuso a trabajadores. En los noventa, múltiples organizaciones la acusaron por permitir malos tratos a quienes fabricaban sus productos en países de tercer mundo. En 1996, la revista Time hizo una investigación sobre esto, a la que tituló «Seis centavos la hora», e incluyó la foto de un niño cosiendo un balón de la marca. En 1998, el CEO aceptó que esta situación debía cambiar y poco a poco Nike puso en marcha políticas para remediar las condiciones de trabajo en su cadena de valor.
Por supuesto, la industria del vestido todavía tiene mucho por hacer en estos temas, pero el compromiso de Nike ha transformado el debate sobre quién es responsable por estos abusos y cómo se puede mejorar.
Kimberly Clark:
Por cinco años Greenpeace atacó a Kimberly Clark por destruir los bosques. Al final, la empresa reconoció sus errores y acabó colaborando con la OSC por otros cinco años, lo cual llevó a logros como el aumento den el uso de fibras amigables con el ambiente, que pasó de un 54 a un 83%. Estos avances han impulsado también a que otras compañías de la industria mejoren sus políticas. Ambas organizaciones consideran que su alianza ha sido un éxito.
General Mills
El año pasado, General Mills anunció que su cereal Cheerios ya no incluiría organismos genéticamente modificados (OGM), algo que muchos activistas se tomaron como una victoria. Sin embargo, el ingrediente principal de este cereal es la avena, que no es genéticamente modificada. Lo que cambió la marca fue solo un pequeño contenido de azúcar y jarabe de maíz, además de eliminar la vitamina B2, ya que esta valla el test de no-OGM. Por lo tanto, se podría decir que ahora ese cereal es menos saludable que antes.
Finalmente, cabe señalar que General Mills ya contaba con una línea de cereales orgánicos libres de OGM, por lo que los consumidores que así lo prefirieran podían elegirlos sobre los Cheerios.
Revlon:
Una campaña liderada por Breast Cancer Fund acusó a Revlon de usar químicos cancerígenos en la fabricación de sus cosméticos. La empresa reaccionó diciendo que los cargos eran «falsos y difamatorios», pero meses después publicó una nueva política de ingredientes. De nuevo, los activistas se tomaron esto como una victoria y llamaron a Revlon un nuevo líder de la industria.
Según la compañía, estos cambios ya estaban planeados desde mucho antes de la campaña, pero los activistas la ayudaron a darse cuenta de que no estaba comunicando sus esfuerzos. «El cambio estuvo en la transparencia», dijo Alexandra Gerber, VP de Revlon.
Fuente:
The Guardian