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5 hábitos que destruyen el trabajo en equipo

Dicen que se toma sesenta días para crear un hábito. Cuando estamos estrenando trabajo, cuidamos todos los detalles, desde nuestra forma de vestir, nuestro vocabulario, nuestro comportamiento. Mostramos lo mejor de nosotros mismos, pero después de un tiempo, cuando sentimos que ya tenemos todo bajo control, relajamos un poco la exigencia y permitimos que nuestro cerebro entre en una etapa de piloto automático y la cotidianidad da paso a la rutina. Cuidado, es justo en ese momento, cuando creemos que ya todo está dominado cuando tenemos que verificar qué hábitos hemos desarrollado y cuáles de ellos nos pueden dejar fuera del equipo de trabajo.

Estos hábitos suelen ser muy sutiles y atractivos porque nos generan una zona de confort que funciona como un espejismo, nos hace creer que todo está perfecto y en realidad puede estarnos aislando o fisurando la interacción con nuestros pares, nuestros superiores o nuestros colaboradores. Aquí una lista de cinco hábitos que pueden destruir el trabajo en equipo:

El abuso del correo electrónico. Cualquier forma de comunicación electrónica como el correo electrónico, los mensajes de texto, los WhatsApp, las redes de la compañía o las redes sociales son muy atractivas porque ponen una barrera entre el emisor del mensaje y el receptor. Resultan sumamente efectivas pues evitan confrontaciones y conversaciones incómodas en el lugar de trabajo. Sin embargo, cuando lo que queremos decir es relevante, la peor elección es un medio electrónico. Ese escudo protector al que se apela también es un muro de cristal que separa. Arreglar un problema con un correo electrónico o por medio de un mensaje es poco profesional y vulnera la buena comunicación del equipo. Para acabar con este hábito, antes de enviar el mensaje que crees que te va a ahorrar un mal momento, detente. Es mejor explicar cara a cara un error que se cometió, o hacer una llamada telefónica para pedir cuentas que eludirse detrás de un laberinto electrónico.

Perder contacto físico con el equipo. Si un miembro del equipo recibe una promoción por haber descubierto un proceso de mejora, o si alguien llega a la meta planteada hay que dar una felicitación concreta y lo más personal posible. No hay nada que sustituya un abrazo o un apretón de manos. El contacto físico profesional que se da en forma respetuosa en el ámbito laboral crea lazos que unen al equipo y fomentan la armonía.

Ser perfeccionista. Una cosa es aspirar a lo perfecto y otra muy distinta es frustrarse cada vez que la perfección no se alcanza. Un perfeccionista es la persona que deja de ver todo lo que estuvo bien y se concentra en los pequeños puntos que están mal, no con el afán de mejorarlos sino de señalarlos y con ellos mortificar en vez de resolver. Esa es la mejor forma de acabar con la confianza del equipo y de tolerar conductas abusivas. Un perfeccionista atormenta a quien comete un error, al que ve vulnerable o al que se percibe como débil. Por lo tanto, la gente a su alrededor trata de ocultar los traspiés en vez de ver qué hacer para mejorarlos. Un perfeccionista se vuelve vulnerable al hacer a su equipo frágil. Un perfeccionista bloquea la comunicación
pues la gente tratará de impresionarlo ocultando errores y maximizando logros.

Ser el hombre orquesta. Cuando llegamos a un trabajo, queremos apropiarnos de todas las tareas y tenemos la actitud de elíjanme a mí para todos los proyectos. Morimos por ser el ajonjolí de todos los moles porque sentimos que así nos estamos enraizando y tenemos mejores posibilidades de éxito. Sin embargo, el don de ubicuidad no está dado a los seres humanos, no podemos estar en todos los lugares al mismo tiempo haciendo todo. Además de morir en el intento, sin lograrlo, por supuesto, propiciamos que el equipo se vuelva dependiente y flojo.

Dejar que la tecnología marque el ritmo de los días. En esta época en que la inmediatez nos ha vuelto seres con una tolerancia de mecha muy corta, siempre tenemos la tentación de estar haciendo muchas cosas a la vez. Leemos un artículo y estamos consultando la pantalla del teléfono, respondiendo mensajes, posteando una foto, comentando el estatus de alguien. De repente, casi sin darnos cuenta, hemos dejado que el influjo de notificaciones y mensajes nos marque el ritmo del día. Este mal hábito, además de ser una pésima costumbre gerencial causa niveles de estrés muy altos. Además de ser fatigante, daña la concentración y contribuye a dejar a medias las cosas y no terminar nada. Esto incide directamente en el resultado del equipo y daña seriamente su desempeño.

Estos cinco hábitos son prácticas que se van infiltrando en el quehacer profesional, se nos van impregnando en la piel y después hasta nos parecen normales y súper naturales. Es verdad, estamos en una era en la que la automatización y la inmediatez son una constante y una realidad que se expande como una mancha de tinta sobre papel de arroz. Es cierto que los desempeños laborales tienen un componente tecnológico muy importante y que las distancias se acortan gracias a las ventajas que nos ha traído todo este adelanto. Pero los avances tecnológicos están aquí para ayudarnos, no para abrumarnos y menos para aislarnos.

El gran desafío que tenemos frente a un mercado que demanda competencias digitales y un problema de sobre información es ver con claridad cuando estamos cayendo en el sobreuso y en el abuso; cuando debemos privilegiar el contacto humano por encima del electrónico y sobretodo, es necesario vigilar la interacción armónica de nuestro equipo de trabajo.

Cuando se presentan fórmulas mágicas para resolver problemas, a mí me da por sospechar. Esta lista es sólo un recordatorio que nos puede alertar sobre una serie de prácticas que, por ser tan cotidianas, nos pueden estar frenando, sin que estemos enterados de que ahí, algo anda mal.

Fuente: Forbes

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