Por: Leopoldo Lara Puente
«Despiértame, cuando pase el temblor…», resonaba Cerati en 1985 a través del álbum «Nada Personal», con el entrañable grupo Soda Stereo.
Muchos, sobre todo quienes estamos más acá de los cuarenta, lo escuchamos y lo sentimos muy nuestro a pesar de no ser mexicano, porque Gustavo Cerati es uno de los máximos exponentes del rock en español y porque su música, particularmente esa, tocó uno de los temas más desgarradores de nuestro país en las últimas décadas: el temblor del 85, en el que se perdieron, al menos, 10 mil vidas.
Yo lo recuerdo con claridad.
Los noticieros fueron los principales testigos, era la hora de las noticias y casi todos lo transmitieron en vivo.
En el de Guillermo Ochoa, «Hoy Mismo», la conductora Lourdes Guerrero fue la encargada de dar la noticia justo en el momento en que ocurría, Memo Ochoa no había ido y por eso le tocó transmitirla. No murió ninguno de los conductores, pero sí muchos de los técnicos y de los operadores de ese programa.
Luego, ver a Zabludovsky transmitir en directo desde las calles, en una zona que parecía recién bombardeada, aún humeante, nos recordaba y nos recuerda lo frágil que es la vida, lo difícil que es tenerla, lo fácil que se pierde.
Un desastre y pocas cosas que hacer para remediarlo.
Hace unos días, un temblor de no mucha menor intensidad nos hizo situarnos de nuevo en nuestra verdadera y frágil dimensión.
De 7.4 grados (aunque en un principio se midió en 7.8) y con una duración de casi 50 segundos, el temblor del 20 de marzo sacudió la vida de la capital del país y de los estados aledaños, sobre todo Guerrero y Oaxaca, y con ello nos hizo buscar ansiosos una respuesta que aún no existe: no hay manera de preverlos, no hay manera de evitarlos.
La diferencia en las cifras finales, sin embargo, fue monumental.
Hasta el momento se han contabilizado dos muertos. Ambos en el estado de Guerrero.
Es cierto que las condiciones del sismo fueron distintas, que la intensidad y la duración son parte de la diferencia. Pero también es cierto que en esta ocasión no hubo un solo muerto en la Ciudad de México, contra los 10 mil del 85 y que los daños apenas interrumpieron un par de horas el servicio de telefonía y que ni la jornada laboral ni la educativa se suspendieron.
Parece increíble que con esa magnitud, los resultados hayan sido esos. Pareciera que hablamos de otra ciudad.
Quienes tienen a su cargo la protección civil, lo saben con claridad: la cultura de la sociedad ha hecho la diferencia.
Y con ello no me refiero sólo a la capacidad de organización que demostró toda la gente (estudiantes, obreros, empleados, funcionarios, etcétera) para afrontar el momento crítico del sismo.
Me refiero también a la cultura de la prevención que tanto el gobierno como la sociedad han impulsado desde la peor de nuestras crisis en materia de desastres, justamente el temblor del 85.
Es un hecho que los reglamentos de construcción se han modificado en todo el país y que ahora se toma con mayor seriedad erigir edificios resistentes a temblores.
Aguantaron los edificios altos y los «segundos pisos», incluso aquellos que están en construcción.
También es cierto que el equipamiento y los simulacros no se simulan, son una realidad.
Ver desde la toma aérea cómo se organizaba la gente fuera de las «zonas de riesgo», organizadamente, eriza la piel.
Además de ello, hoy la comunicación eficaz, a través de redes sociales como el Twitter y el Facebook contribuyeron a que la tensión, el miedo y los nervios no escalaran el problema y para que el gobierno de la ciudad se concentrara en su chamba, que por cierto hizo muy bien.
No es que tengamos aún una sociedad madura por completo, mucho menos un gobierno ultra eficaz, pero es reconfortante percibir que al menos ante los problemas, utilizar nuestra experiencia se convierte en nuestro mejor aliado para sobrevivir y que todo es una oportunidad, por desastroso que parezca.
Hoy por fortuna no hay mucho qué lamentar y sí mucho qué seguir aprendiendo del valor de la solidaridad, de la prevención y de las mejores prácticas colectivas.
Hoy todo sería más redondo, si de pronto Cerati despertara, una vez que ya pasó el temblor.
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