Por: Josep M. Lozano
Vivimos bajo la contaminación mediática de los discursos del cambio y todo nos hace creer y ver el dinamismo de un mundo acelerado que deja obsoletas las certezas de ayer. Las escuelas de negocio y las modas de los divulgadores del trabajo directivo y del mundo de las empresas insisten una y otra vez sobre este tema. Las organizaciones han de reinventarse. Los directivos han de reciclarse. Los trabajadores han de adaptarse. Los procesos han de ser disruptivos. Las rutinas e inercias han de combatirse. Las zonas de confort han de evitarse. Las tareas han de ser fluidas. Los presupuestos han de cuestionarse. Las estrategias han de tener fecha de caducidad. Las profesiones han de actualizarse. Y los cambios, ¡ay!, los cambios; los cambios, como diría Heráclito, fluyen. Como ven, los tópicos sobre la gestión del cambio no cambian.
Nos hemos convertido en grandes expertos del cambio y de lo que está cambiando, pero hemos acabado por ignorar y no darnos cuenta de lo que no cambia, de lo que permanece. Liderar el puro cambio es tener vocación de anarquista. O de veleta. El cambio es posible en las organizaciones porque se interpenetran, como el ying y el yang, con la continuidad. Al fin y al cabo, las grandes organizaciones y empresas siguen siendo aquellas que tienen grandes culturas corporativas, que se mantienen fieles a sus principios, valores y maneras de hacer, ver y vivir. Una tradición es la encarnación institucional y cultural de un propósito impregnado de valores que otorga significado y continuidad a un colectivo, convirtiéndolo en comunidad. Esto no quiere decir que los valores o las intuiciones marco no puedan ser cuestionados o modificados, pero toda tradición lo es en la medida en que nos conecta con un sentido originario, único, inspirador; aquella sustancia que impregna la forma, el estilo, la actitud de enfrentarse a la realidad, al mundo, a la vida y a los problemas.
Así pues, dirigir, liderar o gestionar no es promover el cambio por el cambio y quedar secuestrado por él, sino proteger, preservar, enlazar y transmitir los valores, el fuego originario, la verdad histórica intuida en la fundación de algo grande. La gran tarea directiva, decía Chester Barnard, es mantener a la organización en marcha. En los últimos años, parece que muchos directivos han ido de marcha, pero han olvidado la tarea de mantenimiento del propósito organizativo. Hoy, en lugar de nombrar y contratar «gestores del cambio», deberíamos fijarnos en tener gestores de la continuidad, promotores de la estabilidad organizativa. Dicho de otro modo, hemos olvidado que la gestión del cambio era un medio para lograr un fin: asegurar la estabilidad y la continuidad institucionales.
En medio de una realidad escindida o fragmentada lo que pedimos a los responsables institucionales no es sólo gestionar el cambio, sino servir de función de enlace entre el pasado y el futuro, conectar, establecer puentes virtuales, equilibrios dinámicos entre generaciones. Por eso, a veces la clave no está en aportar más cambios, sino en encajar de manera adecuada en el contexto, en mantener viva la llama inspiradora. Si la teoría sobre la actual aceleración del cambio es cierta, lo que ya no nos hace falta es hacer como en el pasado (en medio de la continuidad intentar favorecer algún cambio) sino, al contrario, la tarea del futuro parece más bien la contraria: en medio del cambio intentar aportar sentido de continuidad. De ahí la importancia de la tradición: porque inspira respuestas adecuadas en la medida que nutre los vínculos con relación a un proyecto .
Al fin y al cabo, un proyecto organizativo no se juega en los objetivos sino en saber quiénes somos, porque estamos aquí y porque hacemos lo que hacemos.
Josep M. Lozano
Profesor del Departamento de Ciencias Sociales e investigador senior en RSE en el Instituto de Innovación Social de ESADE (URL). Sus áreas de interés son: la RSE y la ética empresarial; valores y liderazgos en las organizaciones; y espiritualidad, calidad humana y gestión. Ha publicado sus investigaciones académicas en diversos journals. Su último libro es La empresa ciudadana como empresa responsable y sostenible (Trotta) Otros de sus libros son: Ética y empresa (Trotta); Los gobiernos y la responsabilidad social de la empresa (Granica); Tras la RSE. La responsabilidad social de la empresa en España vista por sus actores (Granica) y Persona, empresa y sociedad (Infonomía).
Ha ganado diversos premios por sus publicaciones. Fue reconocido como Highly commended runner-up en el Faculty Pionner Award concedido por la European Academy of Business in Society i el Aspen Institute. Ha sido miembro de la Comissió per al debat sobre els valors de la Generalitat; del Foro de Expertos en RSE del MTAS; del Consejo Asesor de la Conferencia Interamericana sobre RSE del BID; y de la Taskforce for the Principles for Responsible Business Education del UN Global Compact. En su página web mantiene activo un blog que lleva por título Persona, Empresa y Sociedad