Por CaRloS Muñoz
El pasado fin de semana dejó de ser aburrido desde el momento en que comenzó la película que me dispuse a ver cómodamente instalado en mi recámara: Marley y yo. Fue toda una experiencia ver las aventuras de este singular “Cachorro de rebaja” como simpáticamente lo apoda Jennifer Aniston, un labrador que me hizo recordar pasajes inmensamente felices de mi infancia cuando tenía perros al mayoreo como mascotas, y no, no me los regalaban mis padres, simplemente me resultaba irresistible llevar a casa todo aquel can indefenso y abandonado a su suerte en la calle, los cuales con el correr del tiempo se convertían en una auténtica pero divertida pesadilla para mis propios papás, hermanos y para mí porque fueron unos destructores de hueso colorado que en repetidas ocasiones nos dejaban sin zapatos o calcetines para ir al colegio como lo hace Marley, el protagonista de esta cinta que además está salpicada de mucho humor y una actuación cuadrúpeda muy natural digna de una estatuilla perruna.
En un artículo anterior hice mención de la que para un servidor fue una magnífica campaña de mercadotecnia social vestida de película, me refiero a Hotel para perros. A diferencia de ésta, Marley y yo más que promover la marca Pedigree y el diario SunSentinel de Miami para asociarlas a la cultura de la adopción, el amor y respeto hacia los perros, simplemente busca abrir los ojos de muchas personas que sólo adoptan y quieren a sus perritos cuando son cachorros sin tener conciencia de que algún día habrán de crecer y que sin miramientos abandonarán al verse incapaces de lidiar con algo igual de travieso que un niño pequeño.
Marley y yo es una historia muy bien lograda en la que resalta cómo el amor de sus dueños sobrepasa cualquier tipo de travesura que el protagonista (Marley) se dispone a hacer. Él, desde que es adoptado, forma parte de la vida en pareja de sus amos, él está ahí para ver cómo su familia va creciendo, está en las buenas y en las malas, en sus alegrías y en sus tristezas, con un apetito voraz y mandíbulas que reclaman todo aquello propenso a ser mordido. Sin quererlo, Marley es factor de unión entre los miembros de su familia y refuerza sus lazos afectivos, siempre presto a recibir a los pequeños hijos de la pareja de padres cuando éstos vuelven del colegio, les da a todos lecciones de aceptación y de amor incondicional acompañados de una dosis diaria de alegrías inolvidables. Él es más que un perro, es un gran amigo.
Al final de la historia, la vejez hace naturales estragos en el cuerpo de Marley y comienza a postrarlo sobre su costado derecho. La luz y las enseñanzas de un “simple” perro comienzan a apagarse conforme avanza la película. La tristeza que embarga a los actores se transmite extraordinariamente al espectador ante el fatal desenlace de Marley. Qué cierta es la reflexión de Owen Wilson, quien después de enterrar a su amigo, literalmente de toda la vida, se cuestiona: ¿Cuántas personas te aman incondicionalmente y te hacen sentir único y extraordinario?, para un perro no es importante si eres rico o pobre, no necesita ropa de marca ni viajar en coche, él sólo busca el amor sincero de las personas y Marley nos deja a los amantes caninos y a todos en general un mensaje que nos permite tener esperanza de que algún día podremos imitarlos, ser como ellos, entregarnos sin condiciones a los demás, sólo buscando una palmada fraterna en el hombro que nos una más como seres humanos y que nos lleve a respetarnos los unos a los otros, respetar a los animales y al mundo en que vivimos. Después de todo, de eso se trata la Responsabilidad Social.
¡Gracias a los millones de Marleys por dejar su huella en el mundo de los humanos!
Carlos Muñoz
Comunicólogo egresado de la Universidad Anáhuac, cuenta con estudios de posgrado de Especialidad en Mercadotecnia y de Maestría en Responsabilidad Social en su Alma Máter.
Es Director de Comunicación de la Asociación Mexicana de Comunicadores (AMCO) y anteriormente se desempeñó como Gerente de Relaciones Públicas en el Hipódromo de las Américas.