Las personas sin hogar son frecuentemente invisibles para quienes que circulan por las calles con las prisas características de la vida cotidiana. Los esfuerzos para darles una voz y un rostro han sido múltiples por parte de diversas empresas y organizaciones en el mundo. La Fundación Arrels y la agencia The Cyranos McCann, en España han ido un paso más allá comenzando a otorgarles una tipografía.
A través de la plataforma Homelessfonts.org, la organización ha fusionado el arte y el diseño con el compromiso social, llevando la caligrafía de las personas sin hogar a diseños de fuentes digitales que personas, empresas e instituciones pueden adquirir para integrarlas en sus redes sociales o su imagen corporativa, al mismo tiempo que contribuyen a que estas personas abandonen las calles de Barcelona.
Las marcas que apuesten por estos diseños también podrán disponer de un sello de identificación para comunicar su compromiso social.
Para crear esta maravillosa colección, fue necesario que los participantes trabajaran con un grupo de tipógrafos voluntarios complementando una plantilla para iniciar el proceso de digitalización. El objetivo principal fue mantener la personalidad de los autores a fin de obtener letras únicas que reflejaran el carácter de quienes buscan salir de las calles.
Los primeros cinco trabajos de la colección corresponden a personas cuyas historias podrás conocer a continuación.
Guillermo
Nacido en Argentina, Guillermo cruzó cuatro continentes y más de veinte países antes de llegar a habitar las calles de Barcelona. Pese a ello, no ha perdido la lucidez ni el ingenio.
Se reconoce a sí mismo como una persona solitaria, aunque si forma de pensar y expresarse con el acento que conserva de su país de origen, dejan bocas abiertas y miradas absortas probablemente en pensamientos lejanos.
«Lo más duro de la calle es algo que te toca el corazón, el cerebro. No poder practicar sexo, no tener privacidad, hasta quedarte vacío».
Luis:
Luis es un hombre tímido y tranquilo que disfruta de las pequeñas cosas como los paseos en la montaña y las visorias del barça. Cuando tenía 35 años decidió buscarse la vida en una nueva ciudad realizando todo tipo de trabajos.
Tras cuatro años de bajos salarios, se encontró en una situación inimaginable y tuvo que aprender a sobrevivir en las calles. Encontrar qué comer y un lugar donde dormir y aprender a moverse rápidamente, se convirtieron en reglas básicas de supervivencia.
Se define a sí mismo como una persona que se adapta fácilmente a cualquier situación intentando sacar siempre lo mejor de sí.
Gemma:
Para Gemma, la calle es una escuela de la que entra y sale desde hace ya mucho tiempo. Asegura que se trata de la mejor forma de conocer a los seres humanos.
«Ver pasar a la gente que se acaba de duchar hace que anheles aún más cosas que para muchos casi no tienen importancia. El desayuno, el olor a limpio, pagar el boleto del metro. No tener hogar es mucho más que no tener donde dormir».
A sus 37 años, es una persona emocional y tranquila a quien le gusta tomarse el tiempo para hacer las cosas. «Si hay algo que te da la calle es tiempo. La calle te permite escuchar atentamente, observar sin ser vista», declara.
Francisco
Nació en España y pasó su juventud en Brasil trabajando como artista gráfico, posteriormente recorrió América del sur y más tarde regresó a su país natal. Para Francisco el mundo es un lugar muy grande, y es para andar.
Desde luego, él nunca pensó que terminaría en la calle y que al hacerlo crecería como persona. «La experiencia de la calle me ha quitado la vanidad», señala. Barcelona le enseñó lo dura que puede llegar a ser la vida, «Dura, pero llena de gente buena».
«La única cosa que he aprendido de la vida, es que hay que prender. Porque si pasas la vida sin aprender, no has vivido».
Loraine:
Loraine nació y creció en Londres para convertirse en una persona familiar y trabajadora con una vida tranquila. En 2009 salió de vacaciones al extranjero, extravió su pasaporte y alguien lo utilizó de forma ilegal. Entonces se encontró en un lugar extraño, con problemas en la embajada de su país y sin poder regresar a casa.
Debido a su situación no podía solicitar ayuda en Inglaterra y tampoco conocía a nadie que pudiera ayudarla en España, por lo que tuvo que aprender a hablar Español y quedarse en las calles, donde descubrió un país y una cultura nueva, pero sobre todo, encontró amigos que le ayudaron en un mundo completamente distinto y desconocido.