El deporte siempre ha ido de la mano con la filantropía. El golf me ha permitido crear una fundación y he sido afortunada al poder ayudar a través de lo que mejor hago: jugar.
Mi relación con el golf comenzó a los cinco años, gracias a mi padre y mis dos hermanos mayores. Ellos iban cada fin de semana al campo, y un día los acompañé. Mi padre me enseñó a sujetar el bastón y a golpear la bola. Recuerdo que fue muy divertido, pero no jugué mucho al golf; más bien corrí de un lado a otro del campo.
Comencé a ir con ellos a practicar, y a los seis años participé en mi primer torneo estatal. A los siete fui al campeonato nacional y clasifiqué para representar a México en la final mundial. Cuando disputé el primer torneo internacional, a los ocho, me di cuenta que me encantaba competir. Fue cuando logré el primer lugar del Junior World Golf Championship. Además tuve la oportunidad de ser la abanderada del país fuera de nuestra frontera, y eso me motivó mucho para seguir por este camino.
Cuando cumplí 13 años me mudé a Estados Unidos para estudiar e intentar conseguir una beca. Para entonces ya era la única jugadora del mundo en haber ganado durante cinco años consecutivos el campeonato y el Junior World International Championship, récord que hasta el momento mantengo.
La experiencia de jugar golf en la universidad fue clave para convertirme en una buena profesional. Lo más importante fue tener la posibilidad de participar en muchos torneos. En México no jugaba los suficientes al año, pero en Estados Unidos podía estar en uno prácticamente cada semana.
En el año 2000 ingresé a la Universidad de Arizona en Estados Unidos, donde estudié psicología deportiva. Me integré al equipo de golf y comenzó mi carrera en la National Collegiate Athletic Association (NCCAA); en ese tiempo sólo había otra mexicana en el circuito colegial. Gané siete torneos consecutivos y obtuve un nuevo récord. Y, mientras estudiaba logré la victoria en 12 torneos amateurs. La práctica me ayudó mucho a mejorar mi técnica. Cuando pasaron los primeros años de universidad me reconocí con el nivel suficiente para convertirme en jugadora profesional.
En 2007 me dedicaba al campo de tiempo completo dentro la Ladies Professional Golf Association (LPGA). Cuando cumplí 25 años logré la codiciada posición número uno del ranking mundial… Los 25 son muy simbólicos para mí. Pase aquellos años concentrada en jugar y en mejorar mi técnica para obtener mayores y más eficientes resultados.
En 2008 aparecí en la lista Forbes de las personalidades más poderosas, y en mayo de ese mismo año, The Times me colocó entre las 100 personalidades más influyentes del mundo. Recibí el ESPY Award como mejor atleta internacional; fue una etapa muy dulce. Fueron años en los que viví experiencias enriquecedoras y viajé alrededor del mundo.
Los 25 años son la mejor edad para arriesgar, aventurarse y dejarse absorber nuevamente por la novedad del mundo. Es cierto que implica sacrificios, enfrentarse y vencer miedos, pero para cualquier persona joven es un gran estímulo la oportunidad de crecer y fortalecerse. Si las cosas salen mal, se aprende de ellas, aprendizajes que se reflejan a lo largo de toda la vida.
Es justo este mensaje el que transmitimos en la Ochoa Golf Academy, en Turtle Dunes del Fairmont Acapulco Princess, y en Estados Unidos, con la Lorena Ochoa Golf Academy.
El 5 de febrero de 2011 recibí el Bob Jones Award por parte de la USGA (United States Golf Association) en Phoenix Arizona, el mayor reconocimiento que otorga por el espíritu deportivo en el golf.
Desde 2008 vienen a Guadalajara las 36 mejores golfistas del mundo para disputar el Lorena Ochoa Invitational, que forma parte de la LPGA. Todas compiten por una bolsa de un millón de dólares.
Personalmente he descubierto grandes lecciones en el deporte que están muy relacionadas con las que ahora me enseña la filantropía.
Soy quien soy por mi vida dentro del campo de golf. Ahora mi rutina ha cambiado. Estoy más tranquila, disfrutando de una etapa más relajada y volcada en atender la fundación que lleva mi nombre y conseguir fondos para ella.
Haciendo memoria, sentí la vocación filantrópica casi a la vez que la deportiva. Ha sido una constante en mi vida, desde pequeña. En mi familia acostumbrábamos a contribuir en Guadalajara y en las comunidades cercanas. Recuerdo que en Navidad hacíamos acopio de regalos para donarlos. En mi cabeza siempre estaba la idea de crear una fundación, y finalmente lo pude hacer realidad gracias al golf.
La vida me dio la fortuna de involucrarme con “mi gente”, seres con ganas de ayudar y sumar esfuerzos. Desde su creación en 2004, la Fundación Lorena Ochoa, AC, apoya especialmente a la educación, beneficiando a niños y adolescentes de escasos recursos a través de las ciencias académicas, deportivas y culturales.
Pienso que la educación y los valores son de vital importancia en el desarrollo humano, y éstos comienzan en casa. Por eso hay que inculcar la bondad a los jóvenes desde temprana edad. Hay que conseguir que la entiendan y se preparen para crear una diferencia en un área específica.
Un proceso natural es primero ser voluntario, acercarse a una fundación y aprender sobre ella. Hay muchos ámbitos en los que ayudar, desde contribuir en investigaciones médicas hasta apoyar en la defensa del medio ambiente. Pero es necesario tener claro qué dirección tomar acercándose a quienes ya llevan un camino recorrido.
El deporte y la filantropía se relacionan íntimamente. En mi caso, son un binomio inseparable, son integrantes del mismo camino. Pude comenzar con el proyecto filantrópico gracias al golf; cuantos más torneos ganaba y cuanto más jugaba, más ayudaba a la fundación. Mi éxito iba de la mano con su crecimiento.
He tenido la bendición de jugar bien golf y convertirme en una figura pública con poder y credibilidad suficientes para ayudar y generar cambios positivos. Sin duda, una de las grandes recompensas de mi vida ha sido crecer personal y profesionalmente junto con la fundación.
Fuente: Forbes México