Habiendo revisado los temas y públicos a los cuales dirigir la acción social y compromiso corporativo de una organización, vale ejecutar los programas pensando en que deben ser sujetos de evaluación y monitoreo a través de indicadores como cualquier otro aspecto en una empresa.
Y es que, además de contemplar a la RSC como parte de los procesos y gestión de la empresa, es preciso apuntar que dicho tema involucra a trabajadores, comunidades vecinas, posiblemente proveedores entre otros.
Lo anterior significa de modo sencillo que, si en la cadena de valor de la empresa hay un proveedor que tenga trabajando a menores de edad, esto es una variable que «salpica» a la empresa, como parte de su gestión responsable y ética.
O quizá, si su materia prima es la madera deberá demostrar que la extrae con altos estándares de calidad que no dañen el ambiente y que su negocio es sustentable, por ejemplo, porque la empresaseencargadesembraryproteger bosques, el propio y otros.
En esa línea, la sustentabilidad de una actividad es evaluable a partir de metas cuantificables e indicadores que permitan revisar, retroalimentar, aplicar ajustes y seguir adelante.
La responsabilidad social no escapa de ello. En el área se han realizado adaptaciones de los sistemas o modelos de gestión ambiental para visualizar procesos, también se han adoptado índices como el de reputación, preferencia y reconocimiento propios del mercadeo y la investigación y finalmente han comenzado a aparecer cada vez con mayor fuerza, indicadores, estándares, normas y lineamientos o guías para medir iniciativas de RSE.
La primera razón para hacerlo es simple: si invierte en un proyecto, deseará saber si efectivamente fue una inversión y no un gasto, razón por la cual deberá traer beneficios (aunque no necesariamente económicos).
En segundo lugar debe medir, para evaluar si las acciones emprendidas generaron rentabilidad, preferencia o mejoraron en alguna medida la reputación de cara a sus públicos de interés.
Y en tercero, querrá conocer el impacto de las iniciativas tanto en su actividad productiva como en los beneficiarios e involucrados en los proyectos en cuestión.
De esta manera, conviene como empresa revisar el nivel de «compliance» (cumplimiento, respuesta en conformidad) de sus programas de compromiso social y ambiental con lineamientos internacionales y de la región latinoamericana que permitan evaluar cómo va su desempeño.
Estos índices e indicadores han venido siendo desarrollados por organizaciones como Instituto Ethos en Brasil, Accontability en Reino Unido, el Libro Verde de la Comisión Económica Europea y, el más antiguo de ellos, las guías GRI por sus siglas en inglés Global Reporting Initiative. (Iniciativa Global de Reporte).
Fue justamente el GRI y sus indicadores lo que detona la idea de trasladar la práctica de balances financieros al área social, dando como resultado lo que hoy se conoce como Balance Social, Reportes y Memorias de Sostenibilidad. Incluso Forbes y firmas como Global Pulse y el Reputation Institute elaboran Ranking Mundiales de las empresas más responsables.
Revisando los indicadores Es vital en esta discusión de carácter evaluativo preguntarse si a) las iniciativas de RSC están alineadas con el negocio o responden a necesidades de públicos de interés primario, b) cuánto se invirtió en dichos proyectos; c) alineación de los programas con las metas del milenio y/o con las metas de desarrollo de la nación en la cual se inserta la empresa; d) relaciones de confianza consolidadas con grupos de interés y otras que sirven de guía.
A seguir: Lo cierto es, que la responsabilidad social corporativa puede ser monitoreada con base en un sistema de gestión y sin duda alguna otorgar resultados, cifras, datos que permiten a la organización medirse a sí misma y con otras del sector; haciendo de este tema uno cada vez más cercano a la dinámica gerencial y menos decorativa.
