Durante casi medio siglo, el boicot era la estrategia más usada por ciudadanos para demostrar su infonformidad con prácticas o polítcas poco responsables de una compañía. Sin embargo, la popularidad de las redes sociales parece estar desplazando a esta herramienta en el mundo del activismo.
En un artículo reciente para The Guardian, el escritor Oliver Balch propone que poco a poco la táctica está perdiendo la fuerza que antes tuvo para impulsar el cambio en el sector empresarial o hasta a nivel internacional.
No puede dudarse que en otros tiempos los boicots eran en efecto muy poderosos. Balch cita como ejemplo el que se hizo en la década de los 80 para lograr que General Electric dejara de producir y promover armas nucleares, así como el que orquestó Greenpeace en 1995 para impedir que Shell abandonara una platafoma petrolera en medio del océano.
Sin embargo, la misma Greenpeace, organización que destaca por su predilección por los boicots, ha dejado de creer ciegamente en ellos. Robin Oakley, director de programas de la ONG, le dijo a Balch que estos son más efectivos cuando se enfocan en un solo producto identificable, que además no sea de primera necesidad y que cuente con muchas alternativas viables para los consumidores.
Sobre todo, el boicot debe resultar en un impacto negativo en las finanzas de la compañía. Es decir, es mucho más complicado boicotear a una empresa que no venda productos de consumo o que no sea muy conocida por el público en general. En estos casos es mucho mejor que los grupos de interés más fuertes generen presión.
Otro gran punto en contra de los boicots es que si son efectivos y acaban con el bienestar financiero de una empresa esto significará que cientos o miles de personas tendrán que enfrentarse al desempleo, algo que a la larga no es bueno para ninguna sociedad.
Por todas estas razones, lo que están promoviendo ahora las organizaciones civiles más importantes es una negociación directa con los corporativos que tienen prácticas poco responsables. Un ejemplos claros de la efectividad de este enfoque es el trabajo de monitoreo que ha hecho Greenpeace con empresas como Nestlé o Kimberly Clark.
En el caso de los consumidores comunes y corrientes que queremos unirnos a las causas y exigir cambios a las compañías, el artículo de Balch concluye que un hashtag popular en redes sociales puede tener un gran efecto, ya que las empresas temen el impacto que este puede tener en su presencia en línea o en su reputación.