En el ámbito emprendedor, el uso de término “responsabilidad social” (RSE) está más que extendido. Este concepto se refiere a las empresas que tienen como finalidad ser más que una simple unidad de producción, es decir, cuyo objetivo no se limita a generar riqueza.
Una empresa socialmente responsable busca influir de manera positiva a sus trabajadores, pero también a su entorno; esto lo consigue mediante la adopción de estrategias laborales, sociales y ambientales, mismas que le permiten convertirse en una compañía más humana y empática.
Ésta es, sin lugar a dudas, la bandera que toda empresa debería adoptar para los años venideros.
¿Por qué es importante la RSE?
Actualmente no existe ningún sistema o método que nos permita analizar de manera precisa qué tanto beneficia la responsabilidad social a una empresa. Si preguntamos a los conocedores del tema cuáles son los beneficios de la RSE, muchos se limitan a contestar que son políticas que otorgan un valor agregado a la empresa, lo cual se relaciona con el valor que adquieren las acciones cuando se participa en un mercado bursátil.
Dice Anita Roddick, fundadora de The Body Shop: “El punto de los negocios no debería ser el dinero, sino la responsabilidad. Debería ser hacer algo por mejorar el bien público y no alimentar la avaricia”. Esta frase es una muestra de la mentalidad que engloba a algunos grupos corporativos, quienes han hecho de la responsabilidad –también llamada “el socialismo de la empresa”– el punto medular de sus políticas.
La responsabilidad social nos ayuda a formar empleados y directivos conscientes de su entorno, capaces de convertirse en agentes de cambio. Por otro lado, la responsabilidad social inculcada al interior de la empresa genera una mejor cultura laboral, pues crea un rumbo para todos los trabajadores y permite que éstos tengan objetivos colectivos. Bien decía Niall Fitzerald, ex CEO de Unilever, que la responsabilidad social corporativa es una decisión de negocios.
¿Dónde se aplica la responsabilidad social?
Existe una creencia errónea de que la responsabilidad social aplica únicamente en cuestiones de medio ambiente, es decir, en la disminución de contaminantes, el apoyo a proyectos ecológicos o la utilización de empaques o productos reciclables. Sin embargo, la responsabilidad social va mucho más allá.
Una empresa que en realidad pretenda aplicar este concepto debe tener claro que no es una tarea fácil, pues deberá empezar por cambiar la mentalidad de todos los que participan en el proceso, desde el puesto más bajo hasta el más alto. Aunado a lo anterior, es necesario ofrecer a los empleados un mejor nivel de vida, un trabajo que les permita crecer tanto en lo económico como en lo familiar y profesional; es decir, convertirnos en una empresa en la cual cualquiera pueda llevar a cabo un proyecto de vida.
El lado no tan bueno
Todo emprendedor sabe que, al conformar un negocio, el primer paso debe ser robustecerlo; enfocarse en el crecimiento económico del mismo para que sea sustentable y con ello tener un mayor margen de maniobra ante las adversidades. La realidad es que, en la mayoría de los casos, la responsabilidad social cuesta (certificaciones, cursos, etc.).
Por esta razón, los emprendedores deben ponderar el momento; es decir, cuáles son los objetivos urgentes y necesarios y cuáles pueden ser aplazados a corto, mediano o largo plazo. Es preciso tener en mente que nuestras circunstancias y recursos al momento de iniciar un proyecto no son siempre los más óptimos, por lo que probablemente no podamos darnos el “lujo” de priorizar la responsabilidad social. Al respecto, Gustavo Pérez Berlanga, director de responsabilidad social de Toks, explica: “la responsabilidad social tiene que ser rentable, porque si ésta se vuelve un gasto, la probabilidad de que se mantenga en la organización es muy baja”.
Fuente: Soy Entrepreneur