En los últimos años millones de personas han visto su vida transformarse rápidamente como resultado de numerosos avances tecnológicos que parecen haberlas trasladado de lleno a un universo digital cambiando por completo la forma en que se relacionan con su entorno. Gigantes como Google y Facebook han dado un giro búsqueda de información y las relaciones humanas, mientras que la llegada del comercio electrónico ha modificado los modelos de consumo llevándolos a un nivel en el que los usuarios no sólo pueden encontrar una experiencia satisfactoria de inmediatez y movilidad, sino que también generan vínculos importantes con marcas e individuos a través de la tecnología, especialmente tras la aparición de los smartphones.
Es a partir de esta evolución que ha surgido la llamada sharing economy o economía colaborativa como un nuevo modelo que aprovecha la conectividad que ofrece la tecnología para permitir a miembros de una misma comunidad intercambiar bienes o servicios. Plataformas como eBay, Uber y AirBnB han logrado consolidarse como compañías rentables y superar en poco tiempo a empresas construidas sobre esquemas tradicionales gracias a este sistema, sin embargo también han sido sumamente criticadas debido a su falta de regulación y sus prácticas laborales.
Desde hace algunos años empresas como Uber han recibido numerosas demandas y han estimulado debates políticos en torno a la regulación y protección de sus colaboradores. Los argumentos en contra de las empresas que operan en este modelo son principalmente que sus trabajadores operan como contratistas independientes y por tanto pierden el derecho a diversas prestaciones.
Según explica Xenios Thrasyvoulou en un artículo publicado recientemente por Business Collective se trata de una postura un tanto hipócrita por parte de distintos gobiernos que se encuentran mucho más preocupados por sus propios ingresos tributarios que por la protección de los trabajadores. «¿por qué celebramos y alabamos a los empresarios independientes y queremos proteger a los emprendedores de la economía colaborativa?», cuestiona.
Thrasyvoulou asegura que las personas que trabajan bajo este esquema están determinados a regular su propio tiempo aún cuando esto signifique renunciar a los beneficios de un puesto de trabajo tradicional ya que con frecuencia incluso tienen ingresos superiores a los que tendrían bajo este esquema.
De acuerdo con una encuesta realizada por el sitio PeoplePerHour a un millón de trabajadores de la economía colaborativa, más del 80% de ellos asegura que no desea volver a conseguir un empleo tradicional en el futuro, ya que en la mayoría de los casos sus ingresos son superiores a los que lograron en empresas convencionales.
Existen sin embargo algunas empresas que disfrazan a sus trabajadores como contratistas independientes sin ofrecerles los beneficios de los que gozan los colaboradores de la economía del compartir. Un ejemplo de ello fue FedEx, que tras recibir reportes de inconformidad por parte de sus conductores en 2014 se vio obligada a reclasificarlos como empleados para otorgarles las prestaciones correspondientes.
La distinción de acuerdo con Thrasyvoulou se fundamenta en que a diferencia de las plataformas de economía colaborativa, un empleador tradicional dicta las normas de trabajo como códigos de vestimenta y horarios y ejerce determinado nivel de control sobre tus funciones; es por ello que ante la duda debemos preguntarnos si las condiciones de trabajo serían distintas de encontrarnos bajo un esquema tradicional, si la respuesta es no, probablemente se trate de un empleo disfrazado.
Para Rachel Botsman, experta en esta materia, más que los avances tecnológicos y el enorme alcance de las plataformas digitales, es la confianza en los seres humanos lo que constituye un sólido cimiento para este modelo de negocio.
Las personas han dejado de confiar en instituciones para comenzar a confiar en comunidades
Esto se debe a que en un modelo de consumo colaborativo la experiencia trasciende la conexión online para llevarla en determinado momento a la vida real, lo que permite al usuario crear un sentimiento de comunidad y un vínculo emocional que las grandes marcas parecen haber perdido en el enorme pajar del mercado global.
En este sentido, la economía colaborativa permite sacar el máximo provecho de los recursos existentes, pero también también priorizar la economía local desde una visión global, ya que promueve el autoempleo y el consumo de fuentes procedentes de una misma comunidad.
Desde luego, la regulación es definitivamente necesaria en la economía colaborativa a fin de ofrecer seguridad para usuarios y trabajadores, sin embargo necesitamos partir del entendimiento de la naturaleza de estos modelos con el objetivo de que ésta responda a sus necesidades específicas; no podemos reglamentarla de la misma forma que las empresas tradicionales.
Necesitamos entender que la economía del compartir no es una moda, sino un movimiento revolucionario que contribuye a combatir la cultura del descarte permitiendo que otras personas aprovechen recursos que con frecuencia se encuentran en el abandono convirtiéndolos en productos y servicios que generan valor para la sociedad y se convierten en fuentes de ingresos que impulsan la economía local. Se trata de un modelo que puede cambiar el mundo y pretender regularlo con la misma normatividad de siempre constituye un obstáculo para su potencial.