Por Josep M Lozano Soler
Una vez me hicieron una entrevista. Al día siguiente salió como titular una frase que yo había dicho de paso, no premeditadamente: la responsabilidad social de la empresa no es dar dinero para buenas causas. Desde entonces, como que la frase es mía, la repito siempre. Dicho de otro modo: se puede ser 100% socialmente responsable y no dar ni un euro a ninguna causa social. Porque la RSE no pregunta cómo gastas el dinero que ganas, sino cómo ganas dinero.
Lo que tiene consecuencias muy concretas: no es lo mismo que hablar de RSE sea hablar de unas determinadas actividades de la empresa que sea hablar de la actividad de la empresa. Cuando se habla de actividades de la empresa siempre suele ocurrir lo mismo: a los responsables de RSE no les queda más remedio que ocuparse de aquellos stakeholders de los que no se ocupa nadie.
De los trabajadores ya se ocupan los de RRHH, de los proveedores los de compras, de los clientes los de marketing, y así sucesivamente. Y nadie quiere ceder poder, claro. ¿De qué se ocupa entonces la RSE? Pues del stakeholder del que aún no se ocupaba nadie: de los receptores de actividades filantrópicas y de las relaciones con oenegés y otras organizaciones sociales. Y de hacer una memoria, claro.
Se puede ser 100% socialmente responsable y no dar ni un euro a ninguna causa social. Porque la RSE no pregunta cómo gastas el dinero que ganas, sino cómo ganas dinero.
Una práctica
Olvidémonos sin embargo de la denominación RSE. Y olvidémonos de seguir preguntándonos por el nombre de la cosa, como si la RSE fuera una idea que vive plácidamente en el mundo platónico con las otras ideas, y no tuviéramos otro trabajo que aclararnos para, acto seguido, poderla “aplicar”. La RSE es una práctica y remite a una práctica. A la práctica empresarial y al modelo de negocio de cada empresa. Aunque decimos que las empresas operan en el mercado, olvidamos demasiado a menudo que las personas no vivimos en mercados, sino en sociedades. Y, ciertamente, nos miramos a las empresas como clientes. Pero también como ciudadanos, como miembros de una familia, como personas sensibles ante los hechos que nos indignan, con sentimientos –y valores– de solidaridad, justicia, etc. La S de social es sobre todo la expresión de que hay que corregir ese olvido: las personas no vivimos en mercados, sino en sociedades. Y, consiguientemente, las actuaciones del mercado y en el mercado contribuyen a configurar un tipo u otro de sociedad. Porque todo lo que hacen las empresas tiene dimensiones no sólo eco nómicas, sinó sociales, ambientales, valorativas, culturales…
Lo que no significa –¡de ninguna manera!– que las empresas sean, además, un poco oenegé o que hagan una parte de lo que debería hacer el gobierno. No. Las empresas son empresas y no sustitutas de las oenegé y los gobiernos. Significa que las empresas sean empresas, y decidan también qué tipo de empresa quieren ser… tomando en consideración todas las dimensiones de su actividad.
Por eso RSE no es sólo gestión de riesgos sino también gestión de oportunidades. Porque la RSE, dentro de cada empresa, debe consistir en un proceso que le permita identificar y entender las tendencias de cambio social, metabolizarlas y traducirlas en lenguaje y oportunidades empresariales. En España el discurso público sobre la RSE se ha construido básicamente en torno a las dinámicas y necesidades de las empresas del Ibex-35. Pero si la RSE es una manera de hablar del modelo de negocio debemos pensar en la totalidad de las empresas, tengan el tamaño que tengan.
En Catalunya tenemos buenas experiencias al respecto. Iniciativas como RSCat y Respon.cat marcan una dirección prometedora.
Fuente: Responsabilitat Global