¿Es la raza humana por sí misma una especia compasiva y constructiva, destinada a dejar el planeta mejor de cómo lo ha encontrado? Quizá puedas responder a esta pregunta rápidamente y sin pensarlo mucho, aunque por desgracia también es muy probable que la respuesta no sea positiva.
Basta echar un vistazo a las noticias del día para darnos cuenta que, aunque existen decenas de personas admirables, líderes que luchan por los derechos humanos y niños que a su corta edad pueden dar grandes lecciones de responsabilidad social; también podemos observar cuanto predomina la crueldad, los actos de corrupción y la violencia que a menudo afectan a los sectores más vulnerables de la población.
Por si eso resultara poco, el cambio climático avanza de forma cada vez más acelerada, los océanos enfrentan la formación de islas de desechos, los arrecifes de coral mueren y muchos científicos afirman que la humanidad está a punto de causar la sexta gran extinción en la historia de la Tierra. El terrorismo global está creciendo, el malestar social se extiende y las amenazas parecen no terminar nunca.
La fotografía del futuro justo ahora parece sombría, ¿cómo podemos mejorarla? Según explica John Izzo, en un artículo publicado por Sustainable Brands, la clave está en superar cinco creencias que socavan nuestra felicidad colectiva, él los llama 5 ladrones del futuro de la humanidad.
El autor de Awakening Corporate Soul asegura que si estos ladrones continñuan en funcionamiento el futuro de la especie humana es incierto y su impacto en la vida en la Tierra será negativo; en cambio si podemos domesticarlos todavía hay esperanza para las generaciones futuras. Exploremos a lo que se refiere.
El ladrón llamado control
Queremos tener la razón en lugar de aprender. Esta necesidad nos mantiene en búsqueda de aquella información que confirma nuestra tendencia de pensamiento, lo que ayuda a comprender la creciente lectura de noticias falsas que refuerzan nuestro punto de vista aún cuando no presentan hechos reales.
Este deseo de tener razón que socava la ambición por aprender es, de acuerdo con Izzo un impedimento importante para el progreso humano. Como especie nos enfrentamos a múltiples y complejos desafíos que nos demandan tratar de aprender ante la necesidad de generar un cambio.
Según explica el autor, este mismo fenómeno puede explicar por qué, a pesar de la evidencia de que estamos terminando con nuestro planeta, existe una resistencia a generar cambios en favor de la sustentabilidad. La forma más fácil de mantener el control es pretender que todo está bien.
El ladrón llamado confort
La neurociencia ha demostrado que los seres humanos son criaturas de hábitos; tenemos una tendencia natural a hacer las cosas de una forma determinada incluso mucho después de que el hábito se ha vuelto obsoleto. Luchamos por mantenernos en una zona de confort. Izzo propone un ejemplo importante de ello: nuestra relación con la naturaleza.
Durante gran parte de la historia, conquistar la naturaleza era el principal reto de los seres humanos. El planeta era muy grande y ellos eran pocos. Luego, debido a la explosión demográfica y los avances tecnológicos, la humanidad se volvió una fuerza incluso más grande que la naturaleza; y aunque la realidad ha cambiado, muchas personas siguen creyendo que los seres humanos son muy pocos para acabar con el mundo y que los recursos naturales son demasiado abundantes. El principal reto hoy es rescatar el medio ambiente, pero el viejo patrón sigue siendo dominante.
El ladrón llamado arrogancia
Este ladrón se refiere al pensamiento centrado en nuestra propia especie, nuestra tribu, nuestra generación y nosotros mismos. Se trata de un enfoque pequeño que solo sirve para abrir más y más las brechas existentes entre ricos y pobres. En lugar de centrarnos en el bien común, estamos centrados en el ego; aún cuando las personas parecen ser de hecho más felices sirviendo a otros que centrándose en sí mismos. ¿No es el propósito de la vida mejorar y prolongar la experiencia de la existencia?, cuestiona Izzo.
La vanidad de los seres humanos ha dado lugar a la creencia de que podemos progresar mientras el resto de la naturaleza disminuye, que nuestro grupo social puede ser rico sin ayudar a otros a tener una vida mejor, que puede utilizarse la generosidad de la Tierra sin pensar en las generaciones futuras. Sin embargo al menos que terminemos con este ladrón jamás alcanzaremos el verdadero progreso.
Las empresas necesitan con urgencia superar esta creencia y abrazar el hecho de que el negocio es resultado de una sociedad sana. Un negocio sostenible se basa en una idea contraria a la arrogancia: la del servicio. Cuando una empresa centra sus valores en este propósito, en servir al cliente y a su comunidad en general, entonces es una marca realmente sostenible.
El ladrón llamado consumo
Hemos creado un sistema en el que el consumo desenfrenado de productos que no compran la felicidad es el principal indicador de buena vida, incluso mientras esto conduce a un severo daño ecológico.
Uno de los principales desafíos que enfrentan los negocios sostenibles es el continuar siendo rentables al tiempo que contribuyen a redefinir el concepto de buena vida a fin de que este deje de centrarse exclusivamente en el consumo desmedido e irresponsable. No es una tarea fácil pero, según recomienda Izzo, un buen punto de partida es replicar esfuerzos como los de Patagonia y su campaña «No compres esta chamarra», y la decisión de Whole Foods de vender solo productos pesqueros de fuentes sostenibles. Al mismo tiempo, necesitamos adoptar la economía del compartir de manera profunda a través de modelos como Uber y Airbnb, que son diseñados para satisfacer las necesidades humanas a través del máximo aprovechamiento de los recursos disponibles.
El ladrón llamado codicia
Se trata de un ladrón que centra nuestra atención en lo que otros tienen y sitúa a la mente humana en un espacio de resentimiento e ingratitud hacia la propia existencia. Esto significa que en lugar de buscar un camino para el éxito colectivo, vemos a los demás como un impedimento para nuestra propia felicidad. El resultado es un terreno fértil para culpar a los países extranjeros, los inmigrantes y cualquier grupo étnico distinto al nuestro, un camino que a menudo termina en la violencia.
En la década de 1930, por ejemplo, los nazis vieron en los judíos un chivo expiatorio para los problemas económicos de Alemania; una situación que no parece muy distinta a la perspectiva que culpa a la población latinoamericana de la falta de empleo en Estados Unidos, y la cultura anti global que ha dado lugar al Brexit.