A veces me pregunto si las bases filosóficas sobre las que se está construyendo la cultura empresarial de la RSE son sólidas, o si por el contrario, ni el consumo, ni la inversión, ni la información, ni la sociedad en general valoran en el fondo los esfuerzos empresariales por la sostenibilidad y la responsabilidad social.
Porque -digámoslo claramente- si el mercado no premia las respuestas de las empresas a las demandas de sus stakeholders, si los costes de la RSE no son recompensados por los resultados económicos -sean estos financieros, reputacionales, etc.- el futuro de la RSE es más dudoso que cierto y más utópico que real.
Pero, como todo en la vida, nada es blanco ni negro. La evolución de la RSE es potente en muchos aspectos y débil en otros. Hay certeza en la implantación progresiva de esta estrategia empresarial en las principales empresas del mundo.
Sabemos que su desarrollo está inspirado y avalado por las principales instituciones internacionales (Naciones Unidas, OCDE, G-20, Unión Europea, etc.) y que se perfeccionan e internacionalizan día a día los sistemas de reporte y la transparencia informativa de la RSE.
Funcionan con creciente impacto las índices bursátiles de sostenibilidad y eso alimenta la inversión socialmente responsable, hoy el principal estímulo de la RSE en las grandes empresas. Es notable el progreso formativo de la RSE en los círculos de formación de ejecutivos y la expansión científica y divulgativa de la RSE.
Son conocidas las numerosas organizaciones cívicas y sociales interesadas en empujar y exigir desde la sociedad una cultura crítica hacia las empresas, desde el consumo a los medios de comunicación, desde las ONG’s a los sindicatos. Son evidentes estos y otros progresos, pero, ¿es suficiente? Señalaré a continuación algunos caminos que debemos recorrer para que este castillo no sea de naipes y para que el futuro de la RSE no se construya sólo con nuestros sueños.
1) La incorporación de la RSE a la agenda política del Siglo XXI.
La nueva gobernanza del mundo, incipiente todavía, pero irreversible, tiene que incorporar la RSE a la cultura de la empresa en la nueva arquitectura económica que surge de la crisis de 2007/2008.
Nadie sabe muy bien cómo será ese nuevo capitalismo que nos anunciaba Sarkozy, pero mucho más probablemente, la exigencia de cambio derivadas de las muchas irresponsabilidades que se han producido antes y durante la crisis financiera, redundarán en un marco regulatorio más exigente y en una cultura empresarial más responsable y sostenible con los crecientes impactos económicos, sociales y medioambientales de su actividad.
La política está despreciando -incomprensiblemente en mi opinión- este poderoso instrumento de acción en la conformación de una sociedad más cohesionada y comprometida con los grandes problemas humanos: desde el respeto a los Derechos Humanos, al combate a la pobreza, o al cambio climático.
Las empresas tienen una creciente importancia en la configuración de la sociedad, en los avances de las grandes causas de la humanidad. El discurso político, la agenda pública, debiera liderar este cambio cultural de nuestras organizaciones empresariales en el que la responsabilidad, la gran lección de la crisis, fuera alfa y omega de su existencia y de sus fines.
2) Las políticas de fomento en la RSE deben generalizarse e incrementarse.
Soy abiertamente partidario de que las políticas públicas fomenten y estimulen las buenas prácticas de RSE. De hecho, serían un impulso formidable para quienes están progresando en esta materia.
El conjunto de las compras y de las adjudicaciones públicas representa un volumen cercano al 20% del PIB nacional. Que éstas valoren y primen a las empresas como “responsables socialmente”, ayudaría considerablemente a avanzar en el camino de la RSE.
Las políticas de fomento pueden extenderse a múltiples aspectos: Difusión de buenas prácticas, formación de ejecutivos, financiación de consultoras para asesoría a PYMES y para extender los métodos de aplicación de la RSE, planes de desarrollo sectorial o local de la RSE. Guiadas por el consenso multi-stakeholders, estas políticas son útiles y favorecen tanto la integración social de las empresas, como sus mejoras de productividad y competitividad.
3) Unificar el Reporte de RSE y homologar las Etiquetas Sociales.
La SEC de la bolsa norteamericana está a punto de pronunciarse en este tema, requerida por la competencia leal y la transparencia que reclaman empresas, agencias y operadores financieros.
La Unión Europea, a través de la Comisión (Departamento de Empresas) está realizando consultas para unificar las legislaciones de Suecia/Dinamarca/Reino Unido y Francia en materia de Reporting RSE. ISO está a punto de emitir su guía 26000, GRI perfecciona día a día su modelo universal.
No comparto ese criterio de los que dicen que el mercado ya seleccionará el mejor. Una ordenación regulada es necesaria. Lo mismo que una clarificación de etiquetas más o menos sociales o medioambientales que pululan por doquier.
Al igual que la calidad acabó imponiendo unas cuantas referencias internacionales de procedimientos y métodos de evaluación acreditados, la RSE debe avanzar hacia unos certificados universales, unificados y prestigiados.
¿Es esto todo lo que falta? No, claro. El camino de la RSE es largo y complejo. No hay una meta, hay un camino.
Lo importante es recorrerlo.
Así debe SER, la RSE no es un fin, es la mejora continua, son las buenas practicas independientemente de las certificaciones o premios, es neuromarketing, eso es cultura.