Fue un 23 de abril el día en que cientos de trabajadores acudían a laborar al complejo fabril Rana Plaza en las afueras de Dacca, Bangladesh, todo parecía normal hasta que comenzaron a aparecer grietas, según algunos trabajadores, éstas eran muy graves, tanto que aparecieron en forma de noticia en los medios de comunicación de ese país. Sin embargo, no se hizo nada.
Fue un día después que la fábrica se derrumbó con miles de trabajadores dentro. Este derrumbe dejó mil 134 muertos y más de 2 mil heridos.
Lamentablemente, fue así que se dio a conocer el verdadero costo de la industria de la moda, que además es la segundo más contaminante del planeta.
Lo que también salió a la luz fueron las malas condiciones en las que se entraban las personas que confeccionaban ropa que actualmente se vende en las tiendas de grandes marcas por todo el mundo como en Mango, Inditex, The Children’s, Grupo Benetton, entre otros.
Después del colapso se firmó el Acuerdo de Bangladesh sobre Seguridad en la Construcción de Edificios y de Instalaciones de Sistemas contra Incendios, en el cual participaron 222 empresas, diez sindicatos y cuatro organizaciones internacionales pro derechos humanos.
Además, ahora más de 1.4 millones de trabajadores de la industria de la confección dicen que ya conocen cuáles son los peligros más comunes dentro de sus lugares de trabajo y que también saben que pueden rechazar el trabajo inseguro. En esta línea, según El Paìs, se han presentado casi 200 quejas sobre seguridad.
El Acuerdo de Bangladesh sobre seguridad expira dentro de un año y se espera que 140 empresas cumplan con su compromiso de renovarlo hasta el 2021.
Para evitar lo ocurrido en Rana Plaza hace cinco años, se firmó un acuerdo en el que 222 empresas se comprometen a mantener la seguridad en sus instalaciones.
Para Eva Kreisler, coordinadora en España de la Campaña Ropa Limpia, no se podrá considerar que tras Rana Plaza ha habido un antes y un después hasta que se afronten otros problemas sistemáticos, como los salarios, la represión sindical, la falta de transparencia y la erosión de los derechos humanos.
De acuerdo con Victoria De Pereda, responsable de sostenibilidad en el IED Madrid, «el secretismo es típico, pues algunas marcas temen la deslealtad de la competencia y otras que niegan haber hecho pedidos a esos centros de distribución, tienen relación comercial con esas fábricas mediante subcontratación. Esta opacidad, además, ha dificultado mucho lograr las indemnizaciones a los trabajadores, que no sabían a quien reclamar: No hay normas de responsabilidad claras para las empresas involucradas. Falta legislación sobre importación de textiles, para que se cumplan requisitos sociales y ecológicos y se garanticen la transparencia y la gestión responsable de las cadenas mundiales de valor”.
Responsabilidad social en materia ambiental
Las marcas de ropa han comenzado a disminuir la química tóxica, un ejemplo de ello es la Campaña Détox Greenpeace.
«Se lanzó en 2011 para garantizar en el 2020 la ausencia de tóxicos en los tejidos. Más de 70 marcas y proveedores se han comprometido ya, pero otras no están dispuestas a haberlo. Lo positivo es que esta información haya salido a la luz y que como consumidores podamos decidir», dijo Victoria de Pereda.
La plataforma Fashion Revolution invita al comprador a interrogar a las empresas sobre quién confeccionó su ropa. Se trata de un plan que va en la línea del hashtag Who Made My Clothes? (¿Quién hizo mi ropa?).
Para Pereda, “educar para el futuro de la moda significa acompañar a los diseñadores para que aborden cuestiones como el papel de las nuevas economías y la tecnología, que nos impulsan a nuevos modelos productivos y de consumo; reconectar con la naturaleza y sus ciclos, para trabajar dentro de los límites de los ecosistemas; saber de dónde salen y cómo se producen los materiales con los que diseñamos, su composición e influencia en el medioambiente y en mi salud”
Para Gema Gómez, directora de Slow Fashion Next y representante de Fashion Revolution en España, «ahora que el mundo es global, no deberíamos permitir que ninguna empresa se lucre produciendo en el Tercer Mundo sin respetar los derechos que existen en el Primer Mundo”. Las grandes marcas también tienen que hacer los deberes. “Deberían asegurar, con estudios hechos por independientes, que su producción es inocua y no engañar con greenwashing: todos sabemos que es imposible que estos monstruos basados en la venta masiva, sin una inversión multimillonaria, consigan esa economía circular”.