Hacer responsabilidad social no es fácil; hay gran desconocimiento del tema, mucha mala información, mucho fanatismo incluso. Pensé en ello hace poco, cuando un buen amigo me pidió que lo llevara al aeropuerto. Pasé a recogerlo a su casa, sin embargo, cuando abrió la puerta me costó trabajo reconocerlo.
—¡Vaya con el cambio de look!— le dije sorprendido.
—Pues sí, de hecho cuando lo hice, me vinieron a la mente varios de tus comentarios— me respondió Poncho sonriendo mientras se subía al auto y nos enfilabamos hacia la terminal aérea.
—Suena interesante, ¿qué fue lo que dije para impulsarte a cambiar?— le pregunté. Tal vez funcionara con algunos de mis clientes más necios. Esos que dicen que sí pero nunca aplican los consejos.
—¿Recuerdas que constantemente hablas de cuestiones ecológicas y nos dices que la responsabilidad social comienza con los individuos?
Asentí mientras esquivaba uno de los 327,436 baches de la ciudad. Tal vez el gobierno debiera tapar estos cráteres antes de hacer puentes, desniveles, parabuses y segundos pisos; pero como eliminar baches no les da fotografías en los medios, entonces eso no es prioridad.
—Pues bien— continuó mi amigo —hace poco menos de un mes, había salido con Gina, una chica que recién conocí en un congreso; fuimos a cenar y después, pues ya sabes, una cosa llevó a la otra y total que amanecimos en mi departamento…
—Obviemos los detalles. No me interesa conocerlos— le dije, a sabiendas de lo descriptivo que suele ser Poncho.
—Pues en la mañana, me vió rasurándome en la regadera y se puso algo loca, diciéndome que era una inconciencia de mi parte; que se usaban veinte litros por cada minuto en la ducha y que por tanto, al rasurarme así, podría estar desperdiciando casi cincuenta litros.
Apreté los labios suprimiendo una sonrisa. Qué mujer después de una noche de copas y placer se pone a dar consejos ecológicos ¡Seguro era activista de Greenpeace!
— Quizás pienses que era una loca…—
—¡Nooooo..! ¿Cómo puedes decir eso?— le interrumpí socarrón, imaginando que tal vez su chica tendría vello en las pantorrillas en nombre de la ecología.
—Bueno, el caso es que pensé que tenía razón; así que decidí cambiar mi hábito. Al rasurarse uno en la regadera, el vapor y el agua calientes suavizan la piel y se logra un ejercicio más suave y con menos irritación, pero si ahora lo iba a hacer en el lavabo, necesitaría un rastrillo de primera, para que mi rostro no sufriera un eritema.
—Sí— le dije —a nadie le gustan las caras irritadas como pompa de mandril.
— Exacto. Pedí entonces consejo a otros amigos sobre qué marcas o modelos utilizaban. Uno de ellos me dijo que comprara los más baratos, que los usara una sola vez y los desechara. Me pareció un poco tacaño pero razonable; después de todo, la responsabilidad social contempla cuestiones económicas; al menos eso me has dicho. Pero entonces otro amigo me señaló que generaría muchos desperdicios y que el acero, expuesto al aire libre, recién comienza a dañarse y enmohecerse levemente después de 10 años, mientras que el plástico, en ese tiempo, ni siquiera pierde el color.
—Claro. La cuestión ambiental también es importante en la RS— le señalé sardónico.
— Lo sé, así que me dije, «No, esa no es la respuesta; tengo que comprarme el mejor, para que dure más, sólo cambie cartuchos y así, genere menos desperdicios».
—Suena coherente —le respondí mientras comenzaba a ver los señalamientos ya cercanos a nuestro destino.
—Pero entonces ví un capítulo en la TV del Dr.House donde hablaban de envenamiento a través de la piel al estar en contacto diariamente con objetos que sobrepasaban la dosis diaria tolerable de ciertos químicos, teniendo efectos en la salud a largo plazo; aunado a ello otro amigo me dijo que siempre que comprara cosas plásticas, buscara que no tuvieran flatulatos.
— Ftalatos — le corregí, aunque yo sabía que la Unión Europea había prohibido desde hace años, su uso en artículos para la higiene, alimentación y objetos para niños, sin embargo no quise cortar su hipocondriaca disertación.
— Eso —me dijo— ¡Ftalatos! Además me acordé del caso Mattel y el de Reebok con plomo en sus productos; de modo que busqué en los empaques de los rastrillos si decía algo de los compuestos químicos con los que los fabricaban. Nada. Absolutamente nada… de modo que no quise arriesgarme.
— Por supuesto. La salud es también importante en la RS. ¿Qué hiciste entonces?
— Pues estuve a punto de comprarme una rasuradora eléctrica, pero luego me indicaron que mirara la cantidad de energía utilizada porque muchos aparatos eléctricos de lujo contribuían al calentamiento global; sin embargo, la señorita que me atendió en la tienda departamental me puso cara de ofendida cuando le pregunté si sabía si el producto afectaba al cambio climático.
— Seguro te entendió mal y pensó que hablabas de cambios por su climaterio— respondí sarcástico—¿Y entonces? ¿Cuál fue la conclusión?— le pregunté orillando el auto en la puerta donde debía tomar su vuelo.
— Pues total— dijo ya cuando descendía —que al día siguiente corte a Gina, la chica de la ducha. Su comentario realmente me había provocado una crisis de conciencia; si la retenía más tiempo conmigo quién sabe qué hubiera dicho de otros de mis hábitos.
—Bien por ti— le dije —¡Imagínate si supiera que usas spray para cabello!
Me hizo un gesto con la mano en señal de agradecimiento mientras cerraba la portezuela.
— ¿Y el afeitado?— le pregunté ya por la ventanilla para conocer el desenlace. El regresó un par de pasos y respondió con un dejo de cinismo.
— Pues como verás, me dejé la barba… y como hacen muchas empresas, trasladé el problema a un tercero. Para recortarla, ahora voy con mi peluquero. Que sea «su huella ecológica» y no la mía ¿No lo crees?
Ser socialmente responsable no es cosa fácil, para una empresa ni para un individuo. La cosa se complica cuando escuchamos voces por aquí y por allá, dando consejos, advertencias y hasta sinsentidos. Por más pleonsamos que pueda contener la siguiente frase es verdadera: hay que ser responsable con la asesoría y la difusión de la responsabilidad social.
Nadie puede ser 100% socialmente responsable por una sencilla razón: todos dejamos huella ecológica o social por el simple hecho de existir… individuos y empresas. Lo que se debe hacer es buscar disminuir y compensar; y si esto se hace de manera estratégica, qué mejor.
Hace unos días un predicador de las 567.24 sectas cristianas que existen fue a tocar a mi puerta para decirme…no… decirme no, para exigirme que me arrepintiera de mis pecados (incluyendo el taco de cochinita del mercado) porque de lo contrario sería fulminado por un rayo y engullido por las fauces de la tierra hasta el noveno anillo del infierno. Le dije que confesiones y condenas sólo las atendía de 4 a 6 y le cerré la puerta.
Pues bien, muchas voces de la RS comienza a sonar igual de fanáticas. Organizaciones que se quieren apoderar del concepto y cuasi-certificarlo, consultores que pretenden tener la verdad absoluta, ONG’s que exigen necedades.
Algunos ejemplos pueden ser divertidos, como los Freakonomics, quienes hacen un comparativo entre las personas obesas y las deportistas, aduciendo que los primeros, en teoría, al comer más, contribuyen en mayor índice al calentamiento global; sin embargo, después hablan de los segundos, señalando que queman más calorías al ejercitarse y por tanto son más culpables.
Lo anterior puede ser un sarcasmo «sano», pero en ese mismo tenor y ya con señalamientos más serios, nos encontramos la tontería que PETA, la popular ONG en busca del trato ético de los animales, acaba de anunciar hace unos días, sugiriéndole a los helados Ben & Jerry’s que para su cadena de suministro, en vez de utilizar leche de vaca, contemplaran como insumo la leche humana, aduciendo que después de todo, es incluso más nutritiva. Claro que PETA no contempla que incitar a que las mujeres se embaracen para poder comerciar con la leche que producen, no sería algo muy responsable, sobre todo en un mundo con sobrepoblación.
También está el caso de los biocombustibles, cuyos recalcitrantes impulsores habrían empeñado sus almas defendiéndolos como la solución a los problemas energéticos y medioambientales; sin embargo el tiempo y la crisis alimentaria, les han propinado algunas bofetadas cuando actualmente se pone en duda su costo/beneficio y cuando gobiernos y productores deben comprometerse a no lesionar la seguridad alimentaria y garantizar el uso de los recursos naturales de forma sostenible.
No se trata de ser santo, ni de anunciar compromisos con quinientos programas que no se cumplirán. Se trata de tener equilibrio, de ser coherente con una filosofía, unos valores y una estrategia. Lo que me recuerda al banco Bital —en paz descanse— cuando decía: Es bueno ser grande, pero es más grande ser bueno. (Que los grandes paren las orejas desde sus tinas de pureza. Ninguno somos 100% socialmente responsables.)
aRSEnico
aRSEnico es el seudónimo químico de un asesor en RS muy tóxico, solitario, ensimismado y cuasi misántropo, que a través de una propuesta editorial de crítica ácida, expone las circunstancias, a veces inverosímiles, que se presentan en la RSE. La columna, si bien es ficticia se alimenta de eventos de la vida real sin los cuales no sería posible su realización. El objetivo es precísamente, además de provocar la risa forzada de reconocer y reconocerse en ella, señalar dichas circunstancias desde un enfoque cínico e incluso que raya en anti RS, para mostrar finalmente en este radioactivo estilo, el «deber ser» de la RSE.
¡Hola!
Felicidades por este gran esfuerzo de mantenermos a todas las personas que estamos interesados en la Responsabilidad Social, es una forma de estar al día y ampliar nuestros conocimientos en esta materia.
En especial quiero felicitar la sección de aRSEnico, que es mi favorita, ya que a través de una redacción divertida, directa y reflexiva, nos ilustra de forma sencilla y clara diversos puntos de la Responsabilidad Social.
Saludos…