Las empresas han de encontrar el equilibrio entre un aumento de transparencia y la búsqueda del beneficio económico
Cada vez más, las empresas se perfilan como agentes sociales muy relevantes en la sociedad contemporánea. Durante los últimos años ha ido creciendo y consolidándose un concepto de gestión empresarial que dota a valores intangibles tales como la confianza o la reputación de un rango cada vez más importante dentro del corpus empresarial.
Las compañías interactúan hoy en día con su entorno de una manera muy intensa, buscando el propio beneficio pero a la vez necesitando de la aquiescencia y la confianza de unos grupos de interés que no se conforman ya con cuentas de resultados fantasmagóricas y memorias corporativas esquemáticas y parciales.
La mayor integración social de las empresas con clientes, proveedores, clientes y el resto de stakeholders han colocado a la transparencia corporativa en el punto de mira de todos, haciéndola imprescindible en un escenario empresarial que durante décadas hizo gala de la mayor opacidad y secretismo a la hora de comunicarse con sus grupos de interés.
Incluso ahora, tras el auge de la Responsabilidad Social Corporativa y a pesar del mayor esfuerzo que están haciendo la mayoría de las corporaciones para comunicarse de un modo más fluido y para transmitir una información más veraz, la transparencia sigue siendo una cuestión delicada, difuminada en ocasiones tras gruesas capas de maquillaje corporativo, información parcelada poniendo de relieve los aspectos más halagüeños de la actividad empresarial- y una comunicación que en muchos casos todavía peca de esquiva y fragmentada.
Para sobrevivir en el panorama empresarial del siglo XXI, las empresas necesitan encontrar un punto de equilibro entre la ética empresarial, el aumento de transparencia y la necesaria regulación para conseguirlo, sin por ello descuidar o entorpecer el objetivo final de toda compañía: la obtención de un beneficio económico para los accionistas.
Tras décadas de lenguaje empresarial viciado, tendente al secretismo o al ensalzamiento de las virtudes corporativas, surge la necesidad de una reconstrucción del lenguaje empresarial, orientándolo hacia la honestidad y la transparencia. Son varias las investigaciones e iniciativas desarrolladas al respecto en los últimos tiempos, como la guía “Lenguaje Transparente. Relaciones Interpersonales en la Empresa” elaborada por el consultor Manuel López y publicada por la Organización Internacional del Trabajo (OIT)
LA BÚSQUEDA DEL LENGUAJE TRANSPARENTE
La guía pretende mejorar las relaciones interpersonales en las empresas, utilizando sofisticadas técnicas de investigación. El objetivo final es, en suma, eliminar tan manido “lenguaje opaco” esgrimido por muchas empresas, en el que la sinceridad, la autenticidad y la intencionalidad brillan por su ausencia. Para ello, es necesario contar con el pleno compromiso de los consejos de administración de las compañías, que han de involucrarse en la eliminación de la publicidad engañosa y el marketing incoherente y poco creíble.
Cierto es que no hay nada más contraproducente a medio y largo plazo, para una empresa, que crear y vender una determinada imagen corporativa que no corresponde con la realidad.
En el hastiado escenario económico poscrisis, sólo una empresa ética, regida por el principio de la transparencia logrará una sólida implantación en un mercado que cada vez será más global.
El principio de transparencia conlleva también un esforzado ejercicio de diagnosis, teniendo claro quienes son las partes interesadas que pueden ser internas (trabajadores), externas (consumidores, proveedores, accionistas, financieros, y comunidad local, entre otras), o simplemente, ausentes (generaciones futuras a quienes la actividad presente de la organización puede producir alguna carga).
El objetivo de una empresa, según José Luís Fernández, en su libro Ética, Responsabilidad social y Modelos de Empresa, es avanzar sobre algo seguro en el camino hacia la institucionalización de unas prácticas más éticas en el mundo de las negociaciones.
Lo que se trata es de crear valor, generar riquezas, optimizar las inversiones, pero no de cualquier forma y a costa de lo que sea; sino por el contrario, desde el respeto al buen hacer y desde la atención al impacto de la dimensión social y medioambiental, previendo las consecuencias de las acciones, es decir con una consciente responsabilidad social.
En el ámbito empresarial la transparencia alude a la apertura y flujo de información de las organizaciones hasta el punto que se vuelven accesibles a todos los posibles actores interesados. La transparencia no debe olvidar cuestiones tales como la publicación de cuentas y presupuestos auditados, estadísticas financieras o monetarias.
La transparencia conlleva también una información disponible sin trabas o requisitos, que sea comprensiva al incluir todos los elementos relevantes, que sea confiable y de calidad, y que permita tanto una contribución al diseño de políticas, así como a dar certidumbre y confianza a las organizaciones.
Así, el autor Díaz Ortega se refiere a la transparencia en el ámbito financiero asegurando que “se invoca a la transparencia por ser necesaria a los procesos de decisión eficientes, por que sus efectos debe aminorar los efectos redistributivos que provoca la información asimétrica.” Además, la “la transparencia es un principio fundamental en el mercado financiero. Implica la presencia de información relevante, de manera suficiente, fidedigna y oportuna sobre las empresas emisoras y sus emisiones, sobre los intermediarios y los productos o servicios que ofrecen.”
TRANSPARENCIA CORPORATIVA Y SOCIEDAD DE LA INFORMACIÓN
Así pues, la empresa actual está indeclinablemente comprometida con el desarrollo sostenible, y la llamada Sociedad de la Información no es en absoluto ajena al fenómeno descrito. Internet, la velocidad de las comunicaciones y las nuevas herramientas tecnológicas de comunicación cobran fuerza en el terreno de la comunicación corporativa tanto interna, entre administradores, directivos y trabajadores, como externa, con los agentes públicos y privados. La comunicación encuentra así nuevos cauces mucho más veloces y mucho más exigentes, en tanto las noticias se conocen casi al instante de haberse producido y las acciones de las compañías son observadas por cientos de ojos de mirada crítica.
Internet puede enfocarse como vehículo de una mejor comunicación corporativa entre las compañías y sus grupos de interés. Las páginas web de las empresas acumulan cada vez más información sobre sus cuentas de resultados, memorias anuales y acciones y programas en general.
Puesto que la página web es el lugar más consultado por los grupos de interés para acceder a la información más relevante de la compañía es necesario que el lenguaje utilizado sea veraz y coherente, sin recurrir al maquillaje o al secretismo. Surge así un nuevo tipo de democracia corporativa, para muchos una ciberdemocracia del accionariado que salva las barreras de distancia física tradicionalmente relevantes.
En particular, el uso de Internet, del correo electrónico, de la firma digital y otras herramientas tecnológicas disponibles por las grandes corporaciones, ha arrancado en España, como en otros países de nuestro entorno, resguardándose en mecanismos legales tales como los nuevos artículos de la Ley del Mercado de Valores introducidos en 2003 por la Ley para la Transparencia de las Sociedades Cotizadas y desarrollados por Circular 1/2004 de la Comisión Nacional del Mercado de Valores. Así, Internet ha sido el vehículo seleccionado tanto para publicar el informe de gobierno corporativo anual, obligatorio para las sociedades cotizadas, como para, en general, posibilitar el encauzamiento eficiente del derecho general de información del accionista.