El Capital Intelectual es un importante aspecto de la RSC apenas tratado en la actualidad
La comunicación con los grupos de interés es sólo una pequeña parte de la RSC global
La crisis de confianza y la falta de credibilidad en los gobiernos, las instituciones y la actividad empresarial han colocado a la Responsabilidad Social Corporativa en el punto de mira de una sociedad hastiada de las promesas incumplidas, las palabras vanas, las catástrofes ecológicas y los escándalos empresariales provocados por las malas prácticas y la desidia corporativa.
La falta de transparencia en la comunicación con los grupos de interés y el exceso de maquillaje corporativo han sido las prácticas que más reproches se han ganado en los últimos tiempos, denostadas por una opinión pública ávida de veracidad y claridad.
Por este motivo, los nuevos derroteros de la RSC de segunda generación se han orientado en mayor o menor medida a fomentar el diálogo y la comunicación con los grupos de interés, afinando la información corporativa, prodigándose en memorias e informes de sostenibilidad y tratando-aunque todavía con alguna reticencia-de integrar a los stakeholders en ciertos retazos de la información empresarial.
Sin embargo, la Responsabilidad Social transita también por otras sendas no demasiado transcurridas, y va mucho más allá de la mera satisfacción de los accionistas y demás stakeholders. El tema de la RSC ha suscitado no pocos debates desde sus orígenes más tempranos, debates que parecen haber quedado en el olvido debido sentido aparentemente unidireccional (empresa-stakeholder) que las prácticas de Responsabilidad Social parecen haber adoptado en la mayor parte de las compañías.
EL DEBATE RESPONSABLE
Así pues, ya en los años 60 Friedman abría debate asegurando que solamente en el caso de que existan monopolios tiene sentido hablar de Responsabilidad Social Corporativa, ya que ésta era capaz de alterar el normal funcionamiento del mercado. Las reticencias hacia la RSC continuaron durante la siguiente década con las afirmaciones del mismo autor en el sentido de que la única responsabilidad de una empresa era asegurarse buenos beneficios, siendo los efectos sociales generados por ese comportamiento el pago de impuestos, el cumplimiento de las normas y la contribución al empleo.
Estas aseveraciones han sido descalificadas con firmeza casi unánime. Así, para Melendo el economicismo de Friedman desfigura la naturaleza misma del modo de “hacer negocios”. Donaldson, a su vez, aboga por la introducción de objetivos morales en la estructura corporativa de toma de decisiones. En la misma dirección Drucker señala ocho áreas en las que la empresa debe fijarse objetivos de realización y de obtención de resultados: situación del mercado, innovación, productividad, recursos fisicos y financieros, beneficio, desempeño y desarrollo gerencial, desempeño y actitud obrera, y responsabilidad pública.
Por último, de entro los autores que han tratado este tema destaca también Carroll, que propone una definición en la que esboza cuatro dimensiones que caracterizan la responsabilidad que la empresa debe asumir ante la sociedad: económica: la responsabilidad de la empresa que se deriva del cumplimiento de su función tradicional, legal: que alude a las regulaciones acerca de las actividades que desarrollan las empresas, ética: que se refiere al conjunto de actividades y prácticas de las empresas que son juzgadas como correctas o incorrectas por la sociedad y discrecional, que fundamenta las actividades que no son una exigencia de la sociedad pero que son satisfactorias, como contribuir con recursos financieros a obras sociales, apoyar programas educacionales, etc.
RSC Y CAPITAL INTELECTUAL
Tras lo citados precedentes, queda mucho por hablar en cuanto al capital intelectual de la RSC. A la hora de desgranar este aspecto destaca la metáfora de Leif Edvinsson: “Una corporación es como un árbol. Hay una parte que es visible (las frutas) y una parte que es oculta (las raíces). Si solamente te preocupas por las frutas, el árbol pude morir. Para que el árbol crezca y continúe dando frutos, será necesario que las raíces estén sanas y nutridas. Esto es válido para las empresas: si sólo nos concentramos en los frutos los resultados financieros e ignoramos los valores escondidos el Capital Intelectual (activos invisibles o intangibles), la compañía no subsistirá en el largo plazo”.
Existen en la actualidad varias acepciones de este aspecto, siendo las más representativas las que aluden al Capital Humano y el Capital Estructural. El primero se define como todo aquello que conocen y enarbolan las empresas acerca de sus trabajadores, su potencial, sus conocimientos y habilidades.
El Capital Estructural en cambio hace referencia al conocimientos que permanece y se acumula en la empresa cuando termina la jornada laboral. Es por tanto un aspecto estable, que no depende de la movilidad de los trabajadores como el anterior. Respecto al capital estructural, es fundamental que las compañías le presten especial atención, esforzándose por identificarlo y desarrollarlo en todas sus vertientes: tecnología, cultura, propiedad intelectual, , patentes, marcas, metodologías, contratos, bases de datos, secretos comerciales, diseños, nuevas ideas sobre productos, etc. Por su parte el Capital Relacional abarca la relación de la empresa con clientes, proveedores, accionistas y demás grupos de interés y es el aspecto más desarrollado en los tiempos que corren.
Sabido esto, las compañías tienen múltiples cauces para desarrollar su capital intelectual: la formación y el aprendizaje de sus empleados, las evaluaciones de rendimiento de trescientos sesenta grados, la promoción de los modelos de dirección participativos, las estructuras organizativas flexibles…todas ellas son vías que se alejan de la comunicación con los grupos de interés que se ha puesto de moda en los últimos tiempos y son útiles también para fomentar la RSC.