De acuerdo con Mauricio González Lara, autor del libro Responsabilidad Social Empresarial, Slim, hasta ahora, no se ha preocupado por construir un legado que vaya más allá de su riqueza y talento. En otras palabras, a diferencia de Gates, Slim no ha sabido utilizar a la RSE para controlar las animadversiones que implica ser el más rico del mundo.
Este punto de vista lo expresa claramente en uno de los capítulos de su interesante libro y ya lo había abordado en un artículo con antelación, mismo que transcribimos aquí debido a que no ha perdido un sólo día de vigencia…
No hay nada más voluble que la percepción humana. En días recientes, en el marco del cada vez más influyente Consumers Electronics Show (CES), celebrado en Las Vegas, Nevada, Bill Gates oficializó lo que ya se había anunciado con un año de antelación: su retiro definitivo del mando cotidiano de Microsoft.
El anuncio, como era de esperarse, fue realizado con gran estilo por Gates, quien además de jugar Guitar Hero con Slash (el famoso guitarrista de Guns and Roses) y complacer con su presencia a los miles de asistentes congregados en el recinto (y que lo ven a la altura de un Dios), mandó hacer para la ocasión un sketch muy al estilo del programa cómico Saturday Night Live, donde interactuaba con una estela de celebridades que iban de Bono a George Clooney. El tema del sketch: ¿qué trabajo va a desempeñar ahora el fundador de Microsoft?
Actualmente, la opinión pública mundial reverencia a Bill Gates. Y hace bien. No sólo por la obvia razón de que es un hombre que literalmente cambió al mundo con su compañía, sino porque a últimas fechas es también un hombre preocupado en salvar al planeta: del 2000 al 2006, se calcula que la Bill and Melinda Gates Foundation ha dado alrededor de 40,000 millones de dólares a iniciativas filantrópicas abocadas a la educación y la salud. Hoy, Gates invierte el mismo capital de energía y atención a estas causas que hasta hace poco guardaba para sus actividades empresariales. Ese es el nuevo trabajo de Bill, y es uno que dará mucho de que hablar en los próximos tiempos.
No se trata de presentarse con un cheque y posar para la prensa, sino de una serie programática de medidas que se espera generen resultados concretos en menos de un lustro, y los cuales son tan ambiciosas como reducir progresivamente la hambruna en Africa y acercarse más a la invención de una vacuna contra el SIDA.
Hace una década, empero, la percepción sobre Gates era diametralmente opuesta. Si bien sería una exageración afirmar que la administración del entonces presidente William Clinton lo llegó a considerar como un peligro para la nación estadounidense, el trato público que se le daba a Gates era casi antagónico, pues Microsoft se encontraba inmersa en una serie de demandas antimonopólicas debido a las exigencias que imponía a clientes y proveedores a causa del dominio del sistema operativo Windows (críticas que, proporciones y espacios guardados, no son tan distintas a las que con frecuencia se escuchan contra Telmex, con la salvedad de que la hegemonía de Windows es mundial ).
Los ataques eran frontales e iban de veladas amenazas consistentes en llevar al entonces CEO del titán tecnológico a audiencias en los tribunales, a agresivas portadas de revistas en contra de Gates y su soberbia monopólica, pasando por divertidas cadenas de e-mails que sostenían que Bill era el mismísimo anticristo. A 10 años de distancia, ¿qué ha cambiado? Se podría argumentar que ante el surgimiento de Google y el exitoso regreso del líder de Apple y supuesto” némesis” de Gates, Steve Jobs, el clima luce más competitivo, pero eso sería una falacia: Microsoft sigue controlando el software de las computadoras personales alrededor del mundo mediante prácticas que no son muy disímiles a las del pasado, y probablemente lo seguirá haciendo en los lustros por venir.
Lo que ha cambiado es la imagen de Gates, o mejor dicho, la filosofía de Gates. El cambio de imagen del fundador de Microsoft no consistió en una serie de medidas cosméticas diseñadas para hacerlo parecer una persona más “noble”, sino en una toma de conciencia respecto al papel que le tocaba desempeñar como el hombre de mayores recursos económicos en el mundo; fue, en otros términos, una reorientación de prioridades: una vez que un empresario alcanza cierta edad y cierto número de triunfos materiales, debe cuestionarse cuál va a ser su legado. Gates se lo cuestionó y tomó una decisión, la de ser responsable.
Quizá las críticas contra Microsoft nunca se evaporen, más aún, quizá toda empresa hegemónica (llámese Microsoft o Telmex) que rebase cierto nivel de riqueza esté condenada, con o sin razón, a ser ubicada en el banquillo de los acusados a causa de algún aspecto relacionado a la posición ventajosa con la que compite. Es inevitable. La diferencia estriba en si el grado de crecimiento de estas corporaciones va aparejado con un aumento proporcional en su nivel de compromiso social, como ha sido el caso con Microsoft.
Otro punto a favor de Bill: su activismo ha orillado a otros empresarios —incluido Warren Buffett, quien ha prometido donar 44,000 millones de dólares de su participación accionaria en Berkshire Hathaway a la fundación Gates– a redefinir el rol que juegan en el plano internacional; bajo ese contexto, y quizá como respuesta a las críticas, el conglomerado de la familia Slim ha destinado alrededor de 4,000 millones de dólares a causa benéficas, incluidos programas de repartición de computadoras a niños de bajos recursos y donaciones a la organización de William Clinton para el desarrollo.
El punto es si, al igual que sucedió con Gates, la opinión pública cambiará la percepción negativa que ahora guarda sobre Slim, a quien percibe como monopólico y cerrado. Ya veremos, aunque, con toda franqueza, no imagino a Carlos Slim anunciando su retiro a la filantropía interactuando con Luis Miguel y Ernesto Zedillo en un sketch al estilo de La Parodia.