La RSE no debe ser concebida como un comodín prescindible en tiempos de crisis, sino como una apuesta estratégica a largo plazo, irrenunciable e inherente a la propia empresa
LA crisis ha aterrizado entre nosotros con todas sus fuerzas. Estamos atravesando por momentos difíciles y todo parece indicar que va para largo. Una crisis que nos ha llegado de sopetón y de la que todos, de una forma u otra, somos responsables. Evidentemente, no en la misma medida, pues no es igual la responsabilidad que tiene un Gobierno, una entidad financiera o una multinacional, a la de una empresa modesta o cualquier mortal que en el fondo padece la crisis de una forma más profunda, la de llegar a fin de mes con un nivel de consumo no adaptado a estos momentos.
Está claro que tenemos que apretarnos el cinturón y que debemos adaptar nuestras estructuras para minimizar los efectos de la recesión económica en la que estamos ya inmersos. Esto se traduce en un menor consumo por parte de la ciudadanía y da pie a ajustes en la estructura de las empresas; o sea, que es la pescadilla que se muerde la cola. Hace unos días, en una conferencia que pronuncié en la CEA sobre RSE, me hicieron la pregunta del millón: ¿cómo afectará la crisis a las políticas de RSE y a la formación en la empresa?
En Dolmen estamos convencidos de que el conocimiento nos hace ser más precisos en nuestras decisiones, sobre todo para no encontrarnos en un callejón sin salida. Y parte de ese conocimiento nos llega, además de la experiencia adquirida, por la formación que de forma continuada seamos capaces de realizar, teniendo también en cuenta la vertiginosa evolución social y técnica que exige una constante renovación, no ya para avanzar, sino para evitar quedarse atrás. Dicho esto, no cabe la menor duda de que la formación es uno de los pilares importantes de una empresa, por lo que debe asumirse como una apuesta a largo plazo desde una óptica transversal y enriquecedora.
La formación en estos años de bonanza ha sido un eslabón fundamental para muchas empresas. La formación de los trabajadores se ha incrementado tanto en número de horas como en cantidad de personal beneficiado. Lejos quedó la idea de que formar a los trabajadores era una inversión perdida, un gasto inútil, que la persona que se contrataba tenía que contar ya con todos los conocimientos necesarios para ejercer bien sus funciones y que la empresa debía despreocuparse de sus necesidades formativas. Muchas firmas han sabido ver en la formación de sus integrantes una oportunidad de avanzar para ser mejores y más competitivos.
En estos momentos de crisis la formación no puede verse como un lastre económicamente hablando. Es un error considerarla como la primera partida presupuestaria de la que una empresa puede prescindir en época de vacas flacas. Cada vez es mayor la sensibilización hacia la necesidad de la formación como inversión, como la única forma de mejorar, y eso, en tiempos de crisis, se convierte en una oportunidad. Ahora es un buen momento para invertir en las personas, en los recursos humanos que son los verdaderos activos de las organizaciones y los que permitirán que una empresa tenga éxito o esté más preparada para superar los tiempos difíciles.
Aún estamos lejos de aproximarnos a la inversión que se hace en Europa en formar a los trabajadores, si bien es cierto que el esfuerzo realizado por nuestras firmas en los últimos años es considerable. Así, el gasto en formación se ha incrementado de los 267 euros por trabajador en 2005 a los 357 en 2007, pero seguimos estando a la cola de las sociedades europeas más desarrolladas, en las que se emplean entre 600 y 1.000 euros anuales por trabajador. Para las empresas con visión de futuro cuyo objetivo es perdurar la formación es una cuestión estratégica que va ganando peso con el tiempo, sobre todo cuando se apuesta por la gestión del talento, la motivación y el compromiso de los profesionales.
Desde el punto de vista del trabajador, la formación permanente en el sentido más amplio también debería ser una preocupación constante. No ya sólo para su crecimiento profesional, sino también personal. Especialmente entre los más jóvenes, el afán de aprender y de conocer es una característica innata que permite mantener despierta la mente y la ilusión por alcanzar nuevos retos. La formación permite abrir nuevos campos, adquirir o recuperar habilidades, contemplar perspectivas distintas, descubrir horizontes y, sobre todo, mantener la ilusión, el verdadero motor de toda innovación.
Evidentemente, la formación se enmarca en la política de Responsabilidad Social de las Empresas (RSE), de carácter estratégico y transversal. Con esta política se cumplen las expectativas y deseos de los grupos de interés, por lo que debe mantenerse e incluso fortalecerse pese a la crisis.
Además, una de las características esenciales de la RSE es que tiene y debe ser impulsada y respaldada desde el nivel más alto de la empresa, que es el que da fuerza y valor a las acciones bajo el convencimiento de que son una apuesta positiva para la empresa y, sin duda, para el conjunto de la sociedad.
En conclusión, la RSE constituye el alma de la empresa y una empresa sin alma es una empresa con los días contados. Las empresas que perduran en el tiempo, las que se consideran sostenibles, son las que toman decisiones en el sentido de mantener su filosofía, sus objetivos, sus valores y sus profesionales, incluso en momentos difíciles.
Albert Einstein dijo: «Si buscas resultados distintos, no hagas siempre lo mismo». Una empresa no puede perdurar y avanzar si paradójicamente se mantienen siempre los mismos hábitos e inercias. El enquistamiento es el peor enemigo de cualquier organización, porque conduce a la muerte imaginativa y, a medio plazo, a la parálisis corporativa. La RSE, la formación y la innovación facilitan la integración entre profesionales, empresa y sociedad, permite la renovación y el crecimiento de la organización y mantiene el grado de satisfacción adecuado entre los grupos de interés para asegurar la viabilidad de la empresa.
Las crisis son momentos duros, pero se tienen que buscar los caminos y las oportunidades para seguir avanzando. La formación de los profesionales consolida a la empresa y la RSE la impulsa.
Fuente: Fundación Prohumana