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Debes leer...Un mensaje de Pascua, lleno de responsabilidad social

Un mensaje de Pascua, lleno de responsabilidad social

Hace apenas unos días, CNN informaba que el Papa Francisco había dicho que la pandemia de coronavirus podría ser una de las «respuestas de la naturaleza» a los humanos que ignoran la actual crisis ecológica.

Sumidos en una reflexión por un pensamiento tan fuerte, llegaron los días santos y con ellos el tan esperado mensaje anual de la Pascua, que este año, sí, contenía como siempre muchos mensajes espirituales, pero dentro del discurso, también hay una muy buena dosis de responsabilidad social.

El sumo pontífice tocó muchos temas, entre ellos, la condonación de la deuda de los países más ricos a los pobres; la reflexión de frenar el ritmo acelerado de la vida; el dejar a un lado los intereses egoístas en pos de un espíritu de solidaridad mundial e incluso de un desarrollo sostenible que no mire atrás sino al aseguramiento del futuro de las próximas generaciones.

A continuación, el Mensaje Pascual del Papa Francisco:

Queridos hermanos y hermanas: ¡Feliz Pascua!

Hoy resuena en todo el mundo el anuncio de la Iglesia: “¡Jesucristo ha resucitado! ¡Verdaderamente ha resucitado!”.

Esta Buena Noticia se ha encendido como una llama nueva en la noche, en la noche de un mundo que enfrentaba ya desafíos cruciales y que ahora se encuentra abrumado por la pandemia, que somete a nuestra gran familia humana a una dura prueba. En esta noche resuena la voz de la Iglesia: «¡Resucitó de veras mi amor y mi esperanza!» (Secuencia pascual).

Es otro “contagio”, que se transmite de corazón a corazón, porque todo corazón humano espera esta Buena Noticia. Es el contagio de la esperanza: «¡Resucitó de veras mi amor y mi esperanza!». No se trata de una fórmula mágica que hace desaparecer los problemas. No, no es eso la resurrección de Cristo, sino la victoria del amor sobre la raíz del mal, una victoria que no “pasa por encima” del sufrimiento y la muerte, sino que los traspasa, abriendo un camino en el abismo, transformando el mal en bien, signo distintivo del poder de Dios.

El Resucitado no es otro que el Crucificado. Lleva en su cuerpo glorioso las llagas indelebles, heridas que se convierten en lumbreras de esperanza. A Él dirigimos nuestra mirada para que sane las heridas de la humanidad desolada.

Hoy pienso sobre todo en los que han sido afectados directamente por el coronavirus: los enfermos, los que han fallecido y las familias que lloran por la muerte de sus seres queridos, y que en algunos casos ni siquiera han podido darles el último adiós. Que el Señor de la vida acoja consigo en su reino a los difuntos, y dé consuelo y esperanza a quienes aún están atravesando la prueba, especialmente a los ancianos y a las personas que están solas.

Que conceda su consolación y las gracias necesarias a quienes se encuentran en condiciones de particular vulnerabilidad, como también a quienes trabajan en los centros de salud, o viven en los cuarteles y en las cárceles. Para muchos es una Pascua de soledad, vivida en medio de los numerosos lutos y dificultades que está provocando la pandemia, desde los sufrimientos físicos hasta los problemas económicos.

Esta enfermedad no sólo nos está privando de los afectos, sino también de la posibilidad de recurrir en persona al consuelo que brota de los sacramentos, especialmente de la Eucaristía y la Reconciliación. En muchos países no ha sido posible acercarse a ellos, pero el Señor no nos dejó solos. Permaneciendo unidos en la oración, estamos seguros de que Él nos cubre con su mano (cf. Sal 138,5), repitiéndonos con fuerza: No temas, «he resucitado y aún estoy contigo» (Antífona de ingreso de la Misa del día de Pascua, Misal Romano).

Que Jesús, nuestra Pascua, conceda fortaleza y esperanza a los médicos y a los enfermeros, que en todas partes ofrecen un testimonio de cuidado y amor al prójimo hasta la extenuación de sus fuerzas y, no pocas veces, hasta el sacrificio de su propia salud. A ellos, como también a quienes trabajan asiduamente para garantizar los servicios esenciales necesarios para la convivencia civil, a las fuerzas del orden y a los militares, que en muchos países han contribuido a mitigar las dificultades y sufrimientos de la población, se dirige nuestro recuerdo afectuoso y nuestra gratitud.

En estas semanas, la vida de millones de personas cambió repentinamente. Para muchos, permanecer en casa ha sido una ocasión para reflexionar, para detener el frenético ritmo de vida, para estar con los seres queridos y disfrutar de su compañía. Pero también es para muchos un tiempo de preocupación por el futuro que se presenta incierto, por el trabajo que corre el riesgo de perderse y por las demás consecuencias que la crisis actual trae consigo.

Animo a quienes tienen responsabilidades políticas a trabajar activamente en favor del bien común de los ciudadanos, proporcionando los medios e instrumentos necesarios para permitir que todos puedan tener una vida digna y favorecer, cuando las circunstancias lo permitan, la reanudación de las habituales actividades cotidianas.

Este no es el tiempo de la indiferencia, porque el mundo entero está sufriendo y tiene que estar unido para afrontar la pandemia. Que Jesús resucitado conceda esperanza a todos los pobres, a quienes viven en las periferias, a los prófugos y a los que no tienen un hogar. Que estos hermanos y hermanas más débiles, que habitan en las ciudades y periferias de cada rincón del mundo, no se sientan solos.

Procuremos que no les falten los bienes de primera necesidad, más difíciles de conseguir ahora cuando muchos negocios están cerrados, como tampoco los medicamentos y, sobre todo, la posibilidad de una adecuada asistencia sanitaria.

Considerando las circunstancias, se relajen además las sanciones internacionales de los países afectados, que les impiden ofrecer a los propios ciudadanos una ayuda adecuada, y se afronten —por parte de todos los Países— las grandes necesidades del momento, reduciendo, o incluso condonando, la deuda que pesa en los presupuestos de aquellos más pobres.

Este no es el tiempo del egoísmo, porque el desafío que enfrentamos nos une a todos y no hace acepción de personas. Entre las numerosas zonas afectadas por el coronavirus, pienso especialmente en Europa. Después de la Segunda Guerra Mundial, este amado continente pudo resurgir gracias a un auténtico espíritu de solidaridad que le permitió superar las rivalidades del pasado.

Es muy urgente, sobre todo en las circunstancias actuales, que esas rivalidades no recobren fuerza, sino que todos se reconozcan parte de una única familia y se sostengan mutuamente. Hoy, la Unión Europea se encuentra frente a un desafío histórico, del que dependerá no sólo su futuro, sino el del mundo entero. Que no pierda la ocasión para demostrar, una vez más, la solidaridad, incluso recurriendo a soluciones innovadoras.

Es la única alternativa al egoísmo de los intereses particulares y a la tentación de volver al pasado, con el riesgo de poner a dura prueba la convivencia pacífica y el desarrollo de las próximas generaciones.

Este no es tiempo de la división. Que Cristo, nuestra paz, ilumine a quienes tienen responsabilidades en los conflictos, para que tengan la valentía de adherir al llamamiento por un alto el fuego global e inmediato en todos los rincones del mundo. No es este el momento para seguir fabricando y vendiendo armas, gastando elevadas sumas de dinero que podrían usarse para cuidar personas y salvar vidas.

Que sea en cambio el tiempo para poner fin a la larga guerra que ha ensangrentado a Siria, al conflicto en Yemen y a las tensiones en Irak, como también en el Líbano. Que este sea el tiempo en el que los israelíes y los palestinos reanuden el diálogo, y que encuentren una solución estable y duradera que les permita a ambos vivir en paz. Que acaben los sufrimientos de la población que vive en las regiones orientales de Ucrania. Que se terminen los ataques terroristas perpetrados contra tantas personas inocentes en varios países de África.

Este no es tiempo del olvido. Que la crisis que estamos afrontando no nos haga dejar de lado a tantas otras situaciones de emergencia que llevan consigo el sufrimiento de muchas personas. Que el Señor de la vida se muestre cercano a las poblaciones de Asia y África que están atravesando graves crisis humanitarias, como en la Región de Cabo Delgado, en el norte de Mozambique.

Que reconforte el corazón de tantas personas refugiadas y desplazadas a causa de guerras, sequías y carestías. Que proteja a los numerosos migrantes y refugiados —muchos de ellos son niños—, que viven en condiciones insoportables, especialmente en Libia y en la frontera entre Grecia y Turquía. No quiero olvidar la isla de Lesbos. Que permita alcanzar soluciones prácticas e inmediatas en Venezuela, orientadas a facilitar la ayuda internacional a la población que sufre a causa de la grave coyuntura política, socioeconómica y sanitaria.

Queridos hermanos y hermanas:

Las palabras que realmente queremos escuchar en este tiempo no son indiferencia, egoísmo, división y olvido. ¡Queremos suprimirlas para siempre! Esas palabras pareciera que prevalecen cuando en nosotros triunfa el miedo y la muerte; es decir, cuando no dejamos que sea el Señor Jesús quien triunfe en nuestro corazón y en nuestra vida. Que Él, que ya venció la muerte abriéndonos el camino de la salvación eterna, disipe las tinieblas de nuestra pobre humanidad y nos introduzca en su día glorioso que no conoce ocaso.

Con estas reflexiones, quisiera desearos a todos una feliz Pascua.

¿Es la pandemia la respuesta de la naturaleza a nuestro abuso al entorno?

En una entrevista por correo electrónico publicada el miércoles de la semana pasada en las revistas The Tablet y Commonwealth, el pontífice dijo que el brote ofreció la oportunidad de desacelerar la tasa de producción y consumo, y aprender a comprender y contemplar el mundo natural.

No respondimos a las catástrofes parciales. ¿Quién habla ahora de los incendios en Australia o recuerda que hace 18 meses un bote podía cruzar el Polo Norte porque los glaciares se habían derretido? ¿Quién habla ahora de las inundaciones?… No sé si se trata de la venganza de la naturaleza, pero ciertamente son sus respuestas.

Papa Francisco.

La pandemia ha cambiado radicalmente la forma en que opera el Vaticano, con el Papa celebrando las misas en una iglesia prácticamente vacía.

Vaticano ¿Es COVID-19 la respuesta de la naturaleza al cambio climático y nuestra indiferencia?: Papa Francisco

El Papa Francisco también dijo en la entrevista que se estaba recuperando de su bronquitis y rezaba aún más desde su residencia en el Vaticano durante este «momento de gran incertidumbre».

El Santo Padre presidió un momento de oración en el sagrado de la Basílica de San Pedro el 27 de marzo, y también reveló que se confiesa todos los martes para pedir perdón por su propio egoísmo: «Me encargo de las cosas allí».

Por otra parte criticó la respuesta al brote, diciendo que las personas sin hogar deberían ser puestas en cuarentena en hoteles y no en estacionamientos.

El otro día apareció una foto de un estacionamiento en Las Vegas donde las personas sin hogar habían sido puestas en cuarentena. Y los hoteles estaban vacíos. Pero las personas sin hogar no pueden ir a un hotel. Este es el momento de ver a los pobres, la sociedad a menudo trata a los necesitados como «animales rescatados».

Papa Francisco.

También advirtió contra el surgimiento de políticos populistas, que dijo que pronunciaban discursos que recordaban a Hitler en 1933, y otros que se centran únicamente en la economía.

Estoy preocupado por la hipocresía de ciertas personalidades políticas que hablan de enfrentar la crisis y el problema del hambre en el mundo, pero que mientras tanto fabrican armas.

Papa Francisco.

El Papa alentó a quienes estaban encerrados a buscar formas creativas de estar en casa: «Cuídense para el futuro que vendrá».

1 COMENTARIO

  1. Un mensaje de responsabilidad social, así como cambio real y llamamiento a la disrupción, exhortando mas allá de la espiritualidad. Celebro la iniciativa de la empresa por abordar este artículo con objetividad.

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