Mientras que la pandemia de COVID-19 está obligando a los gobiernos y al sector privado de todo el mundo a tomar medidas drásticas, muchos comentaristas están señalando las analogías con el cambio climático. Sin embargo, hay una diferencia clave:
El cambio climático no será una sorpresa.
Los 2020s se convertirán en la década en que el cambio climático pase a ocupar un lugar destacado en el programa político y reglamentario, convirtiéndose en una prioridad para las empresas de inversión. Las cooperaciones internacionales, como el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo Sostenible de 2030 o el Acuerdo de París, junto con los movimientos sociales populares como el de Fridays For Future o The Extinction Rebellion de Greta Thunberg, sugieren que hay una mayor preocupación por estos temas.
En términos generales, el riesgo del cambio climático puede dividirse en dos vertientes interrelacionadas:
- El riesgo físico para los activos debido a las condiciones meteorológicas extremas asociadas a este cambio.
- El riesgo de transición asociado al cambio hacia una economía de bajas emisiones de carbono (cambios en el mercado y en la tecnología e intervención en materia de políticas).
El hecho de que las empresas tengan que hacer frente a un mayor riesgo físico o a un mayor riesgo de transición dependerá de la respuesta de las políticas.
Los organismos reguladores están estudiando activamente la forma de medir el riesgo climático y cómo afectaría a las empresas individualmente, así como a la estabilidad financiera. Por ejemplo, en diciembre de 2019, el Banco de Inglaterra publicó una consulta sobre sus propuestas para poner a prueba la resistencia de los bancos y las aseguradoras a los riesgos físicos y de transición. La prueba se basó en tres hipótesis:
- Los países acuerdan alcanzar cero emisiones para el 2050 y comienzan a intervenir ahora.
- Retrasos simulados en la formulación de políticas, seguidos por la introducción de políticas severas y punitivas.
- No hay una verdadera intervención en las políticas lo que causa un mayor riesgo físico.
El mensaje de los reguladores es claro. Los bancos y los gestores de fondos deben apreciar la gravedad del riesgo climático y empezar a prepararse para los cambios. Las empresas con grandes carteras de préstamos o hipotecas, por ejemplo, deben preguntarse qué sucedería en un mundo de cuatro grados más (four degree world), cuando el aumento del nivel del mar, las sequías y otras condiciones adversas se conviertan en la nueva normalidad.
Las firmas que tienen negocios con empresas más tradicionales deberían evaluar sus posiciones si entra en vigor una reglamentación más estricta.
El costo de no hacer nada
Las empresas que no ven hacia el futuro podrían terminar con un acceso restringido a ciertas formas de financiación. El ESG (Medio Ambiente, Social y Gobernanza) podría convertirse fácilmente en el nuevo grado de inversión, mientras que a las compañías que no logren gestionar sus emisiones de carbono o transformar sus modelos de negocio les será más problemático.
Algunas empresas ya han comenzado a tomar la transición en serio. BlackRock, por ejemplo, anunció recientemente que la empresa dejará de interesarse por las acciones que generen una cuarta parte o más de sus ingresos a partir del carbón térmico para mediados de 2020. Señaló que los clientes plantean el tema del riesgo climático con más frecuencia que cualquier otro.
Incluso las empresas que continúan siendo cínicas respecto a la agenda ecológica reconocen los desafíos de los cambios de reglas. Las empresas basadas en el carbono o con exposición al carbono, podrían descubrir que sus costos de financiación aumentan drásticamente si la transición verde se acelera.
La calidad de los datos está mejorando
Tal y como están las cosas actualmente, los datos de ESG por parte de las empresas es voluntario y no está auditado. A veces los proveedores también proporcionan datos de IA o del procesamiento del lenguaje natural, lo que lleva a resultados cuestionables.
También hay preocupaciones en torno a los modelos de negocio «sesgados» detrás de los datos de ESG. Por ejemplo, los administradores de activos que quieren utilizar el argumento de la huella de carbono en sus carteras podrían buscar al proveedor que les proporcione la mejor huella de carbono.
Sin embargo, a medida que las nuevas reglas de divulgación entren en vigor, la calidad, la coherencia y la disponibilidad de los datos mejorarán. El Grupo de Trabajo sobre divulgación de información financiera relacionada con el clima del Consejo de Estabilidad Financiera, por ejemplo, tiene por objeto ayudar a identificar la información que necesitan los inversores, los prestamistas y los aseguradores para evaluar y fijar el precio de los riesgos y oportunidades relacionados con el clima. El resultado son cuatro recomendaciones ampliamente adoptables sobre la divulgación de información financiera relacionada con el clima que son aplicables a organizaciones de todos los sectores y jurisdicciones.
Algunas jurisdicciones clave han tomado nota de estas recomendaciones. El Banco de Inglaterra y la Autoridad de Conducta Financiera del Reino Unido han emitido declaraciones en torno a la obligatoriedad de la divulgación de información financiera relacionada con el clima para las empresas que cotizan en bolsa. Entretanto, la Unión Europea, en un esfuerzo por corregir el «lavado verde» percibido, ha introducido la Directiva sobre la presentación de informes no financieros (NFRD) y la taxonomía de la UE, que proporcionarán un lenguaje común para mediar en los esfuerzos de transición. La directiva, que será vinculante en 2021, hará que la presentación de informes sobre el clima sea obligatoria y se someta a auditoría.
Sólo con el acceso a mejores datos podrán los bancos y las empresas gestionar mejor los riesgos climáticos. La divulgación de la NFRD se establece para revelar los porcentajes de los ingresos o gastos de capital/operativos de una empresa que se destinan a la transición a actividades con cero o bajo nivel de emisiones de carbono. Los datos divulgados por las empresas que grafican las emisiones tendrán un impacto cada vez mayor en la toma de decisiones de los inversores, a medida que los riesgos percibidos a largo plazo se aproximen a la actualidad.
La ciencia que respalda el cálculo de las emisiones también podría influir en los conjuntos de datos. Algunas universidades, por ejemplo, están tratando de medir las emisiones a través de satélites. Si estos hallazgos se difunden ampliamente, podría incluso haber un cambio de los conjuntos de datos de «cómo se informa» a «cómo se mide».