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La mujer en México

Lo que falta por hacer

Mi información preferida en un estudio reciente sobre el género en la UNAM es la sección donde dice que el promedio de calificación de las mujeres es superior al de los hombres. O la parte donde se afirma que su eficiencia para terminar la licenciatura es mayor. Estudio tras estudio revela que las mujeres suelen ser mejores estudiantes que los hombres. Quizás – al escucharme – piensen que no me gustan los hombres. Eso no es cierto. Estoy casada con un hombre y sé que algún día cuando crezcan nuestros dos hijos se convertirán en hombres. Mi padre fue hombre. Algunos de mis mejores amigos son hombres. En México hay algunos muy distinguidos. Pero sencillamente creo que las mujeres son superiores a los hombres.

Bueno, ya “lo escribí”. Allí está. Es el negro y oscuro secreto que no he querido revelar, pero con el cual cargo. Y se supone que no debemos hablar así porque en los viejos tiempos los hombres solían repetir que las mujeres éramos “superiores”. Y lo que en realidad querían decir es que éramos demasiado “maravillosas” para entrar a las universidades, ser presidentes, participar en el gobierno, decidir sobre nuestros propios cuerpos o influir en los temas importantes sobre el futuro del país. Y obviamente esto no es lo que quiero sugerir, sino todo lo contrario.

La inherente superioridad de las mujeres me viene a la mente al pensar en las universitarias de México. La historia con frecuencia se escribe en términos de invenciones y eventos e ideas revolucionarias. Pero es esencialmente la historia de personas. De individuos. De mujeres que antes no asistían a la universidad y ahora – en un 52 por ciento – pueblan sus aulas. Esas mujeres que cargan consigo la promesa de ser extraordinarias. Son sencillamente mucho mejores de lo que yo lo era a su edad. Más interesantes, más seguras, mejor educadas, más creativas, y de alguna manera escencial, menos temerosas.

Las que hemos llegado hasta aquí podemos decir con una pizca de orgullo que éste en el México que hemos contribuido a crear. Un país más abierto, más libre. Donde las mujeres han crecido viendo y entendiendo que las mujeres son tan capaces como los hombres sentados a su lado. Donde saben que sus opciones no son sólo ser secretarias o mamás o monjas. Donde entienden que su vida pude estar definida por su talento y no por su género. Y todo esto es bueno no sólo porque satisface demandas milenarias de justicias, sino porque también despierta el reto de la generosidad con aquellas que no tienen la fortuna de no compartir la situación privilegiada de las mujeres mexicanas con educación universitaria y una profesión exigente y rica. Exige el compromiso de las hijas de la pluralidad, la democratización, la tolerancia y el avance con quienes aún no gozan de sus frutos.

Y por eso es importante que abramos los ojos ante el país en el que vivimos. A ese país habitado por millones de mujeres mexicanas que se levantan alba a prender la estufa, a preparar el desayuno, a remojar el arroz, a planchar los pantalones, a terminar la trenza, a correr detrás del camión, a trabajar donde puedan y donde les paguen por hacerlo. El país de muchas mujeres que duermen poco porque cargan con mucho. Mantienen al universo en orden. Son pegamento, aceite, ungüento y bálsamo. Son factor de cambio social.

De allí la importancia de darles más oportunidades, de darles más recursos, de educarlas más de 7 años en promedio, hablo de empujar para que lleguen a posiciones de mando en las universidades, en las fábricas, en las compañías, en el Congreso y en el país. En pocas palabras, se trata de reconocer a las mujeres como ciudadanas completas: con cerebro y útero, con manos y pies, con capacidad para cambiar el destino del país y la responsabilidad de reinventarlo.

Y creo que las mujeres pueden lograr cosas extraordinarias. Personas que pelean por los derechos de quienes ni siquiera saben que los tienes. Defensoras de derechos humanos a lo largo del país, defendiendo la humanidad esencial de quienes la han perdido y ayudándolos a recuperarla. Yo creo que mientras existan mujeres así – encendidas, comprometidas, preocupadas – el contagio continuará, poco a poco, y a empujones como todo lo que vale la pena.

Al final, creo que todo ser humano tiene derecho a ser valorado y escuchado. El derecho de “convertirse en lo que se es”, como diría Rosario Castellanos. El derecho a formar parte de un grupo cada vez más grande de mujeres que derriban las paredes de su celda. Que estremecen los cimientos de lo establecido. Que alzan la voz contra el país de espectadores. Que logran la realización de lo auténtico. Mujer y cerebro. Mujer y corazón. Mujer y madre. Mujer y esposa. Mujer y profesionista. Mujeres y ciudadana. Mujer y ser humano.

Reader’s Digest – pág. 50-53
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1 COMENTARIO

  1. Sencillamente, la mujer, ese hrmoso ser de la naturaleza, es el principio y el fin de la vida. Son excepcionalmente una maravilla a toda prueba. Mucho màs, pero mucho màs valiente que los «hombres» y, sobre todo, son la miel de la vida. Que màs se puede decir, si finalmente, todo lo que se diga queriendo reconocer su delicadeza, su sensibilidad, su comprenciòn, su inteligencia, sus virtudes, todo, todo es sumamente poco, para el gran valor que tienen frente al hombre, por muy hombre. Son nuestra vida misma. Benditas sean por siempre las divinas mujeres. Las adoro desde lo màs profundo de mi existencia.

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