El transporte representa el 21% de las emisiones mundiales de carbono. Actualmente es el sector que más emite en muchos países desarrollados. Mientras que Europa y América del Norte dominan las emisiones históricas del transporte, gran parte del crecimiento previsto de las emisiones está en Asia.
Incluso si las políticas actuales y comprometidas tuvieran éxito, las emisiones de carbono del transporte seguirían creciendo casi un 20% para 2050. Unas políticas muy ambiciosas podrían reducir estas emisiones en un 70%, pero no a cero.
De acuerdo con The Conversation, he aquí siete razones por las que el transporte mundial es especialmente difícil de descarbonizar.
Descarbonizar el transporte global, una tarea difícil
1. La demanda está estrechamente vinculada al crecimiento demográfico y económico
A medida que las economías y las poblaciones crecen, la demanda de bienes aumenta, al igual que el número de personas con el deseo y los medios para viajar. A nivel mundial, se espera que la actividad total del transporte se duplique con creces en 2050 en comparación con 2015 si se mantiene la trayectoria que refleja los esfuerzos actuales.
Cualquier avance tecnológico en la descarbonización del transporte simplemente se vería compensado con creces por el aumento de la demanda de movilidad. Esto ha llevado a muchos a creer que no hay forma de cumplir los objetivos de descarbonización del Acuerdo de París para 2050 sin reducir la demanda a niveles más sostenibles.
Pero esto es difícil de hacer. Requiere la transformación de todo el sistema de transporte, incluyendo la frecuencia y la distancia de los viajes así como el traslado de mercancías. Algunas de las opciones más prometedoras, como la reasignación del espacio vial y el aumento de los impuestos sobre los combustibles fósiles, han encontrado resistencia.
2. El transporte sigue dependiendo en un 95% del petróleo
La dependencia (casi) total del petróleo en todas las formas de transporte de pasajeros y mercancías es difícil de cambiar.
La sustitución del petróleo por «combustibles» bajos en carbono, como la electricidad, reducirá drásticamente las emisiones de aquí a 2050. Pero incluso en un escenario optimista en el que las ventas mundiales de coches nuevos fueran un 60% eléctricas a finales de la década, las emisiones de CO₂ de los coches sólo se reducirían un 14% en 2030 respecto a 2018.
2. Estamos demasiado obsesionados con los coches eléctricos
El programa de la presidencia de la COP26 se centra por completo en la electrificación del transporte por tierra. Sin embargo, las emisiones del ciclo de vida de los vehículos eléctricos dependen en gran medida del tipo de electricidad, batería y materiales utilizados.
A nivel mundial, la adopción ha sido lenta, salvo en el caso de algunos líderes, como Noruega, que ha puesto todo su empeño en la transición, financiada nada menos que con los ingresos procedentes de las exportaciones de combustibles fósiles. Incluso si todos los coches nuevos fueran eléctricos a partir de hoy, se necesitarían entre 15 y 20 años para sustituir los coches de combustible fósil del mundo.
Los coches eléctricos no solucionan los problemas de congestión del tráfico vial, la seguridad y otros problemas de dependencia del automóvil. Además, necesitan un suministro eléctrico fiable —que no se da en muchas partes del mundo— y no resuelven la desigualdad en el transporte y la injusticia social dentro de los países y entre ellos, especialmente en el mundo en desarrollo, donde los coches eléctricos pueden ser una opción sólo para los poderosos y ricos.
3. El «jet zero» continúa siendo un espejismo
Los viajes aéreos de media y larga distancia son difíciles de descarbonizar porque las tecnologías «jet zero» realistas son limitadas para las distancias más largas. Las baterías de los aviones eléctricos sencillamente no pueden almacenar suficiente energía sin dejar de ser lo suficientemente ligeras.
Los combustibles de aviación con cero emisiones de carbono y los aviones eléctricos no están probados ni se pueden ampliar al nivel necesario para que las emisiones de los vuelos disminuyan rápidamente. Sin embargo, deberíamos ser capaces de reducir el número total de vuelos, por ejemplo, introduciendo tasas para los viajeros frecuentes.
Unos pocos viajeros frecuentes causan la mayoría de las emisiones: en 2018, el 50% de las emisiones de la aviación fueron causadas por el 1% de la población mundial.
Alrededor del 80% de las personas en el mundo nunca han volado. Una nueva investigación muestra que una disminución del 2.5% anual de los vuelos podría limitar significativamente el efecto de calentamiento de la aviación para 2050.
Aunque la mayoría de la gente no se vería afectada, los viajeros frecuentes tendrían que reducir radicalmente su hábito, lo que podría ser difícil de aplicar, ya que es más probable que sean ricos y poderosos.
4. Los buques de carga funcionan con diésel y duran décadas
El sector del transporte marítimo, difícilmente descarbonizable, no formó parte del Acuerdo de París, y se prevé que represente hasta el 10% de todas las emisiones mundiales en 2050 si no se controla. Los buques duran décadas y funcionan en gran medida con el tipo de gasóleo fósil más contaminante. La electrificación no es una opción viable.
Al igual que la aviación, los barcos operan en un mercado global, por lo que son difíciles de gobernar y regular. Pero el sector tiene un importante potencial para reducir las emisiones mediante una combinación de adaptación para utilizar combustibles sin carbono, como el amoníaco verde, y la «navegación lenta». Una reducción del 20% en la velocidad de los buques puede ahorrar alrededor de un 24% de CO₂.
5. Un sentimiento colectivo de derecho al statu quo
El sentimiento colectivo de derecho y la aversión a limitar la «elección personal» tienen mucho que ver con la inacción a la hora de reducir y mejorar los desplazamientos en vehículos motorizados.
Mucha gente es reacia a renunciar a su coche o a volar, pues siente que es una violación de sus derechos. Los esfuerzos por descarbonizar el transporte se ven obstaculizados por un apego cultural al statu quo contaminante, que no está tan presente en otros sectores.
7. Estamos encerrados en malos hábitos
Muchos países desarrollados están firmemente atrapados en infraestructuras y estilos de vida con altas emisiones de carbono. La mayoría de las ciudades modernas se han construido para servir a los coches, no a las personas. Las carreteras, los aparcamientos y las vías de acceso necesarias están preparadas para durar décadas.
Para revertir esta situación es necesario un cambio en la forma de utilizar nuestro suelo y transformar nuestras ciudades, tanto en términos de mitigación del cambio climático como de adaptación a sus efectos. Esto requerirá inversión y voluntad política.
Los principales fondos destinados a los programas de construcción de nuevas carreteras deberían reasignarse a la financiación de un transporte público de alta calidad y cero emisiones y a los desplazamientos activos. Esa es la parte fácil. La voluntad política y el liderazgo ante la incertidumbre y la resistencia inicial al cambio son más difíciles de encontrar.