Por: Pedro Silva Gámez
FORMA Y FONDO CXXVIII
La mejor opinión como siempre, la tiene “el respetable”. Para unos es verdad de Perogrullo. Para otros una salida muy escatológica. Y para otros más, el recuerdo de la galopante maldición de Porfirio:”… si quieres que algo no se solucione, nombra una comisión…” Aunque la referencia es a Porfirio Díaz y a tono con el Centenario de la Revolución, los funcionarios públicos mantienen una competencia permanente buscando al que mejor aprovecha esa herencia.
En los primeros días de este año se simuló que ahora sí se legislaría acerca del problema ya clasificado como de seguridad nacional: la obesidad infantil. El arranque lo marcó el Acuerdo Nacional para la Salud Alimentaria. Estrategia contra el Sobrepeso y la Obesidad. Imposible seguir negando lo evidente.
Siguió la aprobación inicial por parte de la Cámara de Diputados de la llamada Ley Antiobesidad. A partir de abril los legisladores no se reunieron, pero dejaron un anteproyecto para modificar la minuta aprobada y cambiaron el término “ejercicio físico” por el concepto de “actividad física”.
Durante la sesión del catorce de abril en el Senado, en la que se discutían catorce iniciativas sobre modificaciones a la ley sanitaria en materia de obesidad, sobrepeso y trastornos alimentarios, los legisladores afirmaron que en los términos de aprobación por parte de los diputados, ahí no se aprobaría, porque la Ley General de Salud no puede normar los programas de la Secretaría de Educación. Y añadieron que no se etiquetaría la comida como chatarra porque no todo mundo sabía lo que era.
Sin excepción los legisladores mostraron sus conocimientos estadísticos. Que en los últimos veinte años la obesidad infantil se había triplicado; que veinticinco millones de alumnos consumen más de quinientas calorías durante el recreo; que el ochenta y cinco por ciento no desayuna; cuántas calorías requieren por nivel y hasta el contenido de grasas y calorías de una bolsa de papas fritas. Tampoco olvidaron el estribillo de que es su deber como legisladores, proteger la salud de la población, sobre todo en niños y jóvenes que son el futuro de la nación.
Se pregonó que a partir del ciclo escolar que inicia hoy veintitrés de agosto, la comida chatarra desaparecería de las tiendas escolares. Pero… habrá prórroga. Las mismas autoridades declararon que la comida no es buena ni mala en sí, dejando entrever que la culpa la tienen los estudiantes mal educados y por eso padecen sobrepeso.
Ahora no sólo se queda lo que se vendía sino que se le abre un espacio a la comida “light” Se defiende el uso de edulcorantes, sustitutos de azúcar en bebidas y alimentos, pretextando un soporte científico y porque algunos no están prohibidos en el Codex Alimentario.
Otros expertos dicen que el consumo de estos sustitutos y alimentos “light” no reduce el sobrepeso y puede generar un gusto exagerado por el dulce, que desemboca en diabetes. Estos hábitos alimenticios sí impactan la salud y a largo plazo, las personas que toman bebidas endulzadas y las que toman edulcorantes, suben de peso. Como ejemplo, un refresco de seiscientos mililitros contiene hasta dieciséis cucharadas de azúcar.
La propuesta de regular lo que venden las tiendas escolares, era acertada en principio, pero la opinión de la sociedad civil, la científica y la de instituciones de salud, no se tomó en cuenta. Prevalecieron los intereses empresariales apoyados en la confusión y contradicciones intergubernamentales.
México requiere una reforma alimentaria escolar que fortifique la economía dentro y en torno al centro educativo, ponga topes a la publicidad engañosa y obligue a la autoridad a asumir su papel. Llevar agua potable a casi el cincuenta por ciento de escuelas que carecen del líquido, amén de bebederos y filtros. Cambiar los hábitos alimenticios de la población a pesar de la crisis. Es decir: una reingeniería nacional.
La propuesta presidencial de cinco puntos: ejercicio, moderación al comer, beber agua, comer frutas y verduras, y entender el problema tomando acciones, puede prosperar si cuenta con el apoyo de sus secretarios. Necesitan asimilar el concepto de la cosa pública como servicio y no como lucimiento personal.
La solución será un esfuerzo compartido entre autoridades, padres de familia, empresarios, maestros y estudiantes. La escuela como principal productor de obesidad por los alimentos que ofrece a los estudiantes. El hogar por el agitado ritmo familiar y los largos períodos de sedentarismo tecnológico. La publicidad y los fabricantes por sus mensajes más allá de la realidad. Los maestros, cuando no ven lo grave del problema en presente y en futuro. Los niños y jóvenes porque formaron hábitos y es más sabroso lo artificial.
La forma: convertir la escuela en el lugar idóneo para el combate al sobrepeso y la obesidad con estrategias eficaces.
El fondo: revertir la catástrofe sanitaria y el alto índice de padecimientos, por su alto costo social y económico, porque: TODOS SOMOS NATURALEZA.
Fuente: Acacia Fundación Ambiental A. C.