Se llama Pablo Fajardo y, aunque su físico menudo nada tiene que ver con el de ‘Superman’, es un ‘superhéroe’ de carne y hueso capaz de haber sentado en el banquillo de los acusados a la todopoderosa petrolera Chevron y hacerle pagar 9.500 millones de dólares por destruir la Amazonía ecuatoriana.
El hombre que ha demostrado al mundo que las grandes multinacionales no son «intocables» nació en la costa de Ecuador, en el seno de una familia «extremadamente humilde» que migraba por el país buscándose la vida, según explica a EFEverde en una entrevista con motivo de una visita a Madrid para participar en un acto en Casa de América.
A finales de los 80, con 14 años, recayó en la Amazonía ecuatoriana y el panorama que se encontró le «desgarró el alma».
La multinacional estadounidense Texaco (hoy Chevron) había arrasado 5.000 kilómetros cuadrados de tierras vírgenes -hogar de dos pueblos indígenas, los Teetetes y los Sansahuari- para perforar 300 pozos petrolíferos, cuyos residuos tóxicos y gasísticos fueron arrojados sin piedad sobre ríos y suelos.
La contaminación de la Amazonía por parte de la petrolera norteamericana está considerada por muchos expertos como la mayor catástrofe ambiental ocurrida en el mundo tras Chernóbil, aunque Fajardo argumenta que entre una y otra existe una diferencia esencial.
«Chernóbil o el vertido de BP en el Golfo de México fueron accidentes, aunque se podrían haber evitado; sin embargo la contaminación de Texaco fue premeditada y planificada. La empresa disponía de la tecnología para operar sin causar el crimen que causó y no hizo nada para evitarlo simplemente por obtener una mayor ganancia económica y por racismo: al considerar que la vida de un indígena no vale nada».
El resultado del modo de proceder de la petrolera fue «un vertido de desechos tóxicos de más de 80.000 millones de litros (30 veces superior al del petrolero Exxon Valdez en Alaska) que cerca de 50 años después continúa en la Amazonía; 2.000 casos de cáncer asociados directamente al desastre, malformaciones, alergias y pobreza», mucha pobreza.
Cuando llegó a la zona, además de con la terrible contaminación, el adolescente Fajardo se topó con otras grandes dos problemáticas «el abandono del Estado» y «la explotación» a la que eran sometidos él y muchos otros por las empresas que daban trabajo en la zona: «jornadas interminables, sueldos infrahumanos y manejos de productos tóxicos que ponían en riesgo» sus vidas.
Asegura que se decía a sí mismo: «Esto no es justo, no hay que permitirlo», y a los 16 años, cuando le echan de una palmicultora crea, junto a uno de sus hermanos y a otros 48 personas, «una agrupación para los derechos humanos» en su propio pueblo.
«Creían que iban a salir indemnes sobornando a los jueces»
Pronto se dieron cuenta de que para ir más allá necesitaban un abogado y, sin apenas estudios, Fajardo se puso manos a la obra, con la ayuda de unos misioneros capuchinos navarros y con el apoyo de la gente de su comunidad: «El que podía me daba una gallina para que comiera, otro me ayudaba con otra cosa…».
Con 30 años y recién licenciado en Derecho vio claro que ahora le tocaba a él ayudarles a ellos y, cual David contra Goliat, el niño muerto de hambre que nació en una chabola se enfrentó a 20 de los abogados más renombrados del mundo y rompió para siempre la creencia de que las multinacionales eran intocables, sentando en el banco de los acusados a la todopoderosa Chevron.
El Frente para la Defensa de la Amazonía (FEDAM), de quien Fajardo es representante legal en nombre de 30.000 afectados, quería un juicio en Estados Unidos, país de origen de la petrolera; pero, convencida de que «iba a salir indemne sobornando a jueces», Chevron logró ser juzgada en Ecuador.
Su creencia le ha costado cara: el pasado 14 de febrero, tras 17 años de litigios, la Corte de Ecuador le condenó a pagar 9.500 millones de dólares en indemnización y gastos de limpieza, y a pedir una disculpa pública por el daño causado. De no efectuarla, la sanción se duplicaría.
A Fajardo, de 38 años, tampoco le ha salido gratis: la desintegración de su familia, el asesinato de un hermano y su propia muerte rondándole a diario por la vía de las amenazas; pero con una templanza -que pone el vello de punta- lo cuenta sentenciando que «nadie muere ni un día antes ni un día después», según explicó a EFEverde en Madrid, a donde ha acudido para participar en un acto organizado por Casa de América.
Y aún así, no cesa: «No hay plata en el mundo para pagar los incalculables y irreparables daños infringuidos por Chevron a la Amazonía ecuatoriana. No hay quien reviva a los miles de muertos, ni quien recupere dos culturas extinguidas, ni quien nos devuelva un ecosistema devastado».
Pero si hay seguro algo «cuando la gente se une es capaz de conseguir cosas imposibles», concluye.
Fuente: Efeverde.com.es
Reportera: Caty Arévalo.
Publicado: 17 de mayo de 2011.