Siempre he dicho que el fútbol mexicano tiene mucho de negocio y poco de deporte. Hace unas semanas vi por televisión a Luis Miguel Salvador, vicepresidente del equipo Monterrey, asegurar que La Volpe continuaría siendo el DT de la escuadra, que eso era un acuerdo de palabra y que la palabra se respetaba. Al día siguiente se anunció que La Volpe no seguiría con la institución y que el nuevo DT era Manuel Vucetich. Un clarísimo ejemplo de la incongruencia de nuestro fútbol. Por desgracia, este fin de semana me sucedió lo mismo con la RSE.
Todo comenzó en la boda de la Iguana… Perdón… permítanme explicar el origen de la Iguana. El Sr. Juan ha sido, desde hace muchos años, el conserje del edificio donde habito. Sus multifacéticas habilidades lo han llevado ocasionalmente también a ser mi yesero, pintor e incluso hasta plomero. Su hija mayor se llama, quien sabe por qué avatares de la vida, Juana; y en otro de esos avatares, la contracción de Mija-Juana terminó haciendo que le llamara cariñosamente, Mi-guana, que devino obviamente en Mi Iguana.
Cuando Juan me dijo que la Iguana se casaría y que estaba cordialmente invitado a la boda, que se efectuaría en su pueblo, debo decir que me imaginé todo un jolgorio de esos en donde cierran una calle con dos autos y cuelgan lazos con banderitas de uno a otro lado de la cuadra. Sin embargo y a pesar de mi caracter algo ermitaño, atendiendo a mis principios de RS, no podía negarme, ya que ello implicaría quedar mal con uno de mis stakeholders importantes. Me tranquilicé un poco cuando me dió la invitación que, aunque barroca, indicaba, después de la misa la dirección de un salón de fiestas en el Estado de México, yendo hacia Toluca.
Claro que asistir a la boda de la la Iguana resultó más caro de lo esperado; primeramente, llevar un regalo, que siguiendo la línea de la invitación, debía ser ostentoso y poco delicado o elegante.
Las cuotas continuaron con la caseta carretera, el viene-viene que cuidó el auto en la iglesia y por supuesto la limosna religiosa «de cajón». Hasta allí todo fue sobre presupuesto; el desbalance ocurrió cuando al llegar al salón del pueblo, me encuentro con otro flamante viene-viene que cobraba $40.00 fijos por estacionar las unidades en la polvorienta calle vacía que suele tomar como propiedad privada; continuamos con el guardaropa, la fotografía que le toman a uno en la mesa y que sería descortés no aceptar, aunque siempre salga uno cual imagen sensacionalista del «Semanario de lo Insólito» y para terminar con el cuadro, las costumbres populares (o populacheras debería decir) que uno creía extintas porque literalmente son pa’ tirar quijada: la novia, sin importar las condiciones de su folklórico pié, se quita y circula su zapato —como si se trtatase de la zapatilla de cristal de la Cenicienta— para que uno le deposite un billetito, mientras que el novio hace lo propio con el saco. De modo que cuando terminó el evento, salí más raspado que si me hubiera ido a ver el partido de la NFL a un bar de la ciudad. Por cierto, buena victoria de los acereros, que tuve que ver en la repetición de la TV de paga… sólo pa’ seguir gastando.
Retomando el tema de la RS y para certificar que no existe el azar, en la mesa donde me sentaron tuve la fortuna de toparme con dos personas, pertenecientes cada una por su parte, a empresas connotadas como brillantes representantes de la responsabilidad social.
Omitiré el nombre de la primera compañía por ética profesional pero baste decir que cuando le pregunté entusiasmado a Individuo No. 1 si se encontraba a gusto, a sabiendas que en una organización así, ello debía suceder, me respondió que el concepto de RS sólo era hacia afuera; que en realidad la gran mayoría de los que laboraban allí estaban contratados por outsourcing, que las jornadas eran realmente excesivas, que debido a la crisis estaban fusionando puestos para disminuir gastos a costa de aumentar carga de trabajo y que la ley que imperaba era «Al que no le guste, la puerta mide 10×20 y caben de lado y de frente.»
Me costó trabajo creerlo pero tenía a la prueba viviente frente a mí, y no se trataba de cualquier «pelagatos» pues Individuo No. 1 trabajaba en el área de Crédito y Cobranza atendiendo varias cuentas importantes de gestión de cartera.
En el otro lado, Individuo No. 2, trabajaba en Bimbo en el área financiera. (Por cierto, fue extraño verlo dejar toda la ensalada cuando debe tener tatuado en el alma «Come frutas y verduras»). En este caso sí menciono la empresa porque de acuerdo con su declaración, la RS en su organización, realmente se vive al interior. Cuando la crisis inició, se les dijo que no tenían por qué sentirse inseguros respecto de sus empleos y que en ese sentido, la medida sería limitar contrataciones pero evitar recortes. Por otro lado, si bien su jornada laboral iniciaba muy temprano, también concluía de la misma manera, que el ambiente y la convivencia eran buenos y que individualmente sí sentía su trabajo como una familia.
Pensé que exactamente eso es lo que uno debe sentir en una empresa socialmente responsable. Reza un lugar común que «el trabajo es tan malo que hasta pagan por hacerlo», sin embargo es posible ver que hay organizaciones donde lo contrario, sucede. Como diría el buen Galileo: Sin embargo, se mueve.
Ser socialmente responsable no es aparecer en el Teletón entregándole a Paquito en silla de ruedas, un cheque de metro y medio; no es colocar una enorme etiqueta en mis onerosos productos, anunciando una campaña de marketing con causa cuando sólo voy a donar unos míseros céntimos; no es llenarme de distintivos y certificaciones cual listones en capa de estudiantina; no es imprimir costosos reportes anuales de RSE; no es hacer toneladas de RP para informar mis pocos gramos de RS. No. La RSE debe ser rentable, por supuesto, pero no a costa de los trabajadores ni de secretos incómodos maquillados con ejecuciones amables.
Toda empresa deja, por el simple hecho de existir, una huella social y ecológica y pensar que sólo hay empresas responsables o irresponsables es tener una visión necia y maniquea de la verdad. En la RSC no hay blanco y negro, sino una enorme gama de grises y como diría Alvaro Carrillo «Como un lunar, todos podemos una mancha llevar»; el problema está en decir que somos puros, casi niveos cuando en realidad al interior estamos más rayados que las cebras.
Congruencia… congruencia, brother.
Hasta aquí esta manchada y gastada columna que espera no recibir, al menos en el corto plazo, invitaciones nupciales.
aRSEnico
aRSEnico es el seudónimo químico de un asesor en RS muy tóxico, solitario, ensimismado y cuasi misántropo, que a través de una propuesta editorial de crítica ácida, expone las circunstancias, a veces inverosímiles, que se presentan en la RSE. La columna, si bien es ficticia se alimenta de eventos de la vida real sin los cuales no sería posible su realización. El objetivo es precísamente, además de provocar la risa forzada de reconocer y reconocerse en ella, señalar dichas circunstancias desde un enfoque cínico e incluso que raya en anti RS, para mostrar finalmente en este radioactivo estilo, el «deber ser» de la RSE.