Por: Forma y Fondo
La seria crisis ambiental por la que atraviesa la sociedad moderna, ha sido reconocida en todos los ámbitos por sus causas y efectos de diferentes magnitudes, lo mismo a escala local, regional o global. Es el resultado de las modalidades de desarrollo adoptadas a lo largo de centurias, que afectaron los ecosistemas como base de los procesos económicos, sociales y culturales de la época contemporánea, con un panorama de riesgo para la continuidad del ser humano, como especie, en el Planeta.
Ése viejo modelo desarrollista basado en parámetros meramente económicos, desembocó en la concepción de un principio organizador de la sociedad que implicara los procesos económico-productivos como dependientes de los recursos naturales, mismos que se mantendrían en el tiempo sin colapso o deterioro.
Aparecía la necesidad de equidad intra e intergeneracional, la equidad entre géneros y el respeto a la diversidad cultural, como parte del proceso de desarrollo enmarcado en la sustentabilidad. Este principio organizador de la sociedad, el desarrollo sustentable, es la visión futura que previene consecuencias negativas de las decisiones presentes. Se adelanta a los impactos de los procesos productivos de los estilos de vida a mediano y largo plazo. Su objeto: el bienestar humano y la mejoría en la calidad de vida de la gente, bajo la premisa del cuidado de la base geofísica y los sistemas vitales de los que dependen las sociedades.
Inició la praxis de las filosofías ecologistas, con una visión holística de la sociedad, la cultura y la naturaleza, con sus interdependencias e interconexiones porque se condicionan y dependen mutuamente.
Durante los años cincuenta y sesenta del siglo pasado, los gobiernos y las organizaciones de desarrollo percibían el papel de la mujer únicamente en el área reproductiva: paridoras y criadoras de hijos, madres de familia y amas de casa. Eran el blanco de los programas de planificación familiar, control demográfico, nutrición, cuidado infantil, consejos de economía familiar, etc.
Es a partir de los años 70, cuando se acentúan las investigaciones acerca del papel crucial de la mujer en cualquier proceso, se le hace más visible y se le categoriza en la investigación y en la política de desarrollo con las siglas MED (Mujeres en Desarrollo)
En la década 1976-1985, surge este concepto en el marco de llamada “Década de la Mujer de las Naciones Unidas” Por primera vez se documenta sistemáticamente la considerable aportación de la mujer en los procesos productivos y con argumentos objetivos y convincentes se demuestra que no solo no han obtenido beneficios de los programas de desarrollo, sino que el mismo proceso, en sus diferentes manifestaciones, tuvo un impacto negativo en su posición social, contribuyendo a su marginación.
Quedaba identificado el objetivo de lograr la integración de la mujer en los procesos económicos y sociales del desarrollo, a modo de que consiguiera iguales oportunidades que el hombre en la educación, el trabajo y otras esferas públicas de la sociedad. Había que logar que los planificadores de políticas vieran la valiosa y concreta contribución de la mujer en el desarrollo, para que dejaran de estar marginadas.
Sin embargo, la visión tradicional para defender una cómoda posición histórica de dominio, traducida en el poder masculino como aspecto integral de la sumisión de la mujer, pretendió encasillar estos esfuerzos. Todo ello llevó a la necesidad de transformar la categoría MED en un proceso político. La visión evolucionó y ya en los años ochenta emerge el enfoque de género, que va más allá de los conceptos previos, aunque basado en ellos.
Regresando a los años setenta, el interés de la relación entre mujer y medio ambiente resulta en parte por la crisis del petróleo en 1973 y la histórica sequía en el Sahel, que trajo como reflexión que los recursos naturales no son inagotables. Las Mujeres en Desarrollo quedaron entonces como Mujeres, Medio Ambiente y Desarrollo (MMAD), y formaron parte del estudio de las ciencias sociales y aquellas relacionadas con el ambiente.
A principios de los años ochenta se reconoce que la mujer dedica más tiempo y energía a conseguir combustible, agua y forraje para las necesidades familiares. Es ahí el paso de destructoras del medio ambiente a víctimas de la degradación ambiental, que soportan la contaminación, la pérdida de recursos y los desastres naturales.
La Conferencia sobre Medio Ambiente y Desarrollo de las Naciones Unidas (Río de Janeiro 1992) definió un plan de acción global incluyéndola. A partir de entonces, no hay cumbre, conferencia o reunión que no declare formalmente que el papel de la mujer está cambiando, exaltando su importancia. Pero, los hechos todavía distan de reflejar la esencia de esas declaraciones y la realidad es diferente a las buenas intenciones, sin importar el estrato social al que pertenezca la mujer.
No podemos continuar pensando en un modelo de desarrollo que reproduce y sostiene estructuras desiguales, destruye los recursos naturales y contamina el medio ambiente. La mujer es un factor clave en cualquier proceso reconocido como agente intermediario de la relación desarrollo sustentable y medio ambiente: crecimiento poblacional, migración, integración familiar, arraigo, trabajo, patrones de producción y consumo y la inequitativa distribución del poder económico, político y tecnológico.
La forma: la relación de la mujer con la naturaleza plantea la existencia de un fuerte vínculo, traducido como la génesis femenina de: concepción, armonía, sustentabilidad y diversidad.
El fondo: no es la lucha de mujeres contra hombres, es el elemental principio de igualdad como seres humanos en condiciones de vida, oportunidades laborales y desarrollo individual, cuyo objeto final es la preservación de la especie, la vida familiar y la integración social, porque TODOS SOMOS NATURALEZA.
ACACIA FUNDACIÓN AMBIENTAL A. C. [email protected]
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Fuente: Acacia Fundación Ambiental A.C