Por: Forma y Fondo CXCIV
Uno de los temores del ser humano, documentado en los anales de las civilizaciones, es la falta de agua y sus consecuencias. Las sequías y sus devastaciones se han padecido a lo largo de los siglos y aun cuando no se conocen con exactitud las fechas en que ocurrieron, se sabe de la existencia de períodos de sequía en el México antiguo.
Las civilizaciones prehispánicas realizaban observaciones de astronomía y astrología, que de la mano con su panteón de deidades y sus representantes en este mundo, recuérdense los Graniceros, Tiemperos y Xochihuales, para predecir el clima y sus efectos en la producción agrícola. Mediante sus fiestas y ceremonias rituales buscaban atraer buenos temporales y cosechas suficientes. Previendo las temporadas de sequía y para contrarrestar sus efectos, en algunos lugares hacían terrazas o chinampas, para conservar la humedad de los suelos.
Los resultados de estas observaciones seculares, quedaron compiladas en las tradiciones orales, códices, calendarios astronómico-adivinatorios y otros textos antiguos, que destruidos en gran parte por la espada y la cruz de la conquista, indicaban que el peor azote era la sequía, la temible serpiente cuya lengua de fuego calcinaba los campos. Al igual que hoy, trátese de zonas temporaleras o de riego, la afectación tiene dos momentos críticos: en la época de siembra, marzo-abril en que la semilla germina gracias a la humedad, y en el período de crecimiento de la mazorca, junio-septiembre, cuando se necesitan regulares y abundantes lluvias.
Narran las crónicas, como la del historiador dominico fray Diego Durán en su “Historia de las Indias de la Nueva España e islas de tierra firme” (Códice Durán) que: “… viendo el rey la mortandad que había, dióles licencia y permiso para que pudieran salir del reino a buscar qué comer y de esta vez dicen que salieron muchos que nunca más volvieron…En esos años llovía fuego, se perdían las cosechas y bajaba el nivel de la laguna…”
En la sequía registrada en los años 1450-1454 “… llegó a tanto la penuria, que los hombres se vendían los unos a los otros a cambio de maíz…” Eran años de sequías muy severas y grandes contingentes de la población abandonaban sus lugares de origen en busca de alimento, todas las actividades se paralizaban, las enfermedades se multiplicaban al igual que el temor de la gente y los hombres morían por millares. Estos catastróficos acontecimientos quedaron grabados en las profecías de los sacerdotes en los libros de Chilam Balám.
“…6 Ahau: se comerán árboles, se comerán piedras; grandísima hambre será su carga, la muerte estará sentada en su estera y en su trono… Acontecerá por tres veces que no habrá sino pan de jícama silvestre y frutas de árbol ramón; tremenda hambre y despoblamiento y destrucción de pueblos…” El Libro de los Libros de Chilam Balam. FCE, 1963, pp. 53 y 62.
Es la tragedia que la memoria de un pueblo plasma en sus documentos, ante la ausencia o escasez de precipitaciones pluviales durante un período o en lugares determinados. En la zona desértica del norte de nuestro país los habitantes piensan que hay sequía cuando pasan los años y no llueve. En otras latitudes, como Europa, basta que en temporada de lluvias, estas se ausenten al menos un mes.
No hay que confundir sequía con aridez. La primera es la condición normal y recurrente en el clima. Ocurre o puede aparecer en todas las zonas climáticas, aunque con características significativamente diferentes de una región a otra. Es una variante temporal en cuanto a la aridez, ya que esta última prevalece en regiones con bajas precipitaciones y es una condición permanente del clima.
Al paso de los siglos, los pueblos crearon formas de organización para el cultivo de la tierra mediante las faenas agrícolas, que les aseguraron un control aceptablemente eficiente de la superficie cultivable en el corto plazo. Pero los imprevisibles cambios climáticos y la dependencia crítica de los cultivos, de la llegada regular y suficiente de las lluvias, convirtió el agua en el máximo recurso de vida, factor de estabilidad social y supervivencia de la población.
A más de quinientos cincuenta años de los sucesos referidos, en este 2011, México enfrenta los efectos de una severa sequía que pronostican ser más dañinos para el 2012. La superficie agrícola estimada con pérdida de cosechas es cercana al millón de hectáreas y alrededor de dos millones de cabezas de ganado han perecido.
El resultado no se ha hecho esperar, se reflejó en una incipiente escasez de productos del campo y su alza en los precios al consumidor.
Desde fines del 2010 arrancó la temporada con huracanes a fin de año, y a la severa helada en el noroeste del país que afectó principalmente a Sinaloa y a varios estados vecinos, siguió la sequía que inició en mayo y sus alcances todavía se sienten.
Al parecer el horizonte para los próximos meses no es muy halagüeño: falta de lluvia, prolongación de la sequía y heladas relativamente tempranas y severas en diferentes regiones y con diferentes intensidades. Además las presas nuevamente tienen poco almacenaje sobre todo en el noroeste y en el Bajío, lo que limitará la producción agropecuaria.
Como consecuencia natural del fenómeno, continúa avanzando la desertificación en México. Además de la baja de niveles en las presas, las ciénegas del Lerma prácticamente son inexistentes, y aunque hay cierta recuperación en la expansión del espejo de agua, no se puede ignorar la grave contaminación del río que le da nombre. El lago de Chapala continúa desapareciendo al igual que la laguna de Salazar. Manantiales y acueductos han reducido su caudal y en la ciudad de México la sobreexplotación de los cuerpos de agua agrava la carestía.
El agua que se necesita tiene un uso más allá del doméstico; todo lo que consumimos requiere agua para su producción. Para medir el impacto en las reservas de agua existe la Huella Hídrica, como referencia para calcular la que se gasta y racionalizar su uso en previsión de las épocas de crisis. Hace unos cincuenta años, el promedio de agua en el país era de dieciocho mil metros cúbicos anuales por habitante, actualmente es de cuatro mil.
Es momento de volver la vista a una gestión sustentable del agua por parte de autoridades y ciudadanía, ya que de agudizarse la carencia del recurso puede llegar a ser factor de inestabilidad con graves repercusiones políticas económicas y sociales.
La forma: construir un país mejor necesita, y bien lo vales, el esfuerzo de todos.
El fondo: sin visiones catastrofistas, aun es tiempo de rectificar, tener y dejar un país en mejores condiciones que como lo encontramos, para nosotros y los seres que amamos, porque con él: TODOS SOMOS NATURALEZA.
ACACIA FUNDACIÓN AMBIENTAL A. C. [email protected]
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Fuente: Acacia Fundación Ambiental A.C