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Principios Generales de Desarrollo Urbano Sustentable

El futuro nos alcanzó. En México ya bordeamos los 115 millones de habitantes, y en esta Cuenca de México se estima que seamos 20 millones, y poco más de 8 millones en el propio DF. Con un territorio geográficamente limitado, el que, para obtener los frutos de la vida, no siempre hemos cuidado escrupulosamente, como es posible constatar hacia dondequiera que se mire, es urgente preservar lo valioso que todavía ahora tenemos, para ésta y para muchas generaciones más. Sí, es urgente la adopción por la sociedad mexicana de lo que podríamos llamar Principios Generales de Desarrollo Urbano Sustentable, que estén imbuidos en la conciencia de todos y cuya inobservancia, ya sea por los particulares o por los encargados de su ejecución, no quede en la impunidad.

En una gran ciudad como esta capital de México hay muchos aspectos qué preservar o qué asegurar: la disponibilidad de agua potable, una buena calidad del aire, una movilidad de personas basada sobre todo en el transporte público ahorrador de energía, moderno, funcional y seguro, dejando de lado definitivamente el modelo de vías elevadas y distribuidores viales; un sistema mucho más eficaz y sustentable en el ciclo de producción y disposición de basura y otros residuos, un avance sustancial en las tecnologías de gestión y administración del gobierno capitalino (que, por cierto, elimine la precariedad y la inestabilidad en sus trabajadores), un modelo renovado de convivencia social. Punto clave es, por supuesto, incrementar la eficiencia en el uso de los recursos, por lo que abogan dos recientes libros citados por Thomas l. Friedman (NYT, 3mar12), el primero, “la Sexta Onda, Cómo Tener Éxito en un Mundo de Recursos Limitados”, de James Bradfield Moody y Bianca Nogrady, y el segundo, “Reinvención del Fuego: Audaces Soluciones Empresariales para la Nueva Era Energética”, de Amory Lovins.

En esta ocasión hagamos hincapié solamente en la urgente necesidad de conservación y ordenamiento de los usos del suelo, del espacio público, de la perspectiva y del paisaje urbanos. Se llevó a cabo aquí esta semana el Congreso Internacional de Arquitectura y Diseño Arquine, y una de las participantes, Benedetta Tagliabue, se mostró partidaria del objetivo de erigir construcciones “que se puedan integrar a la naturaleza de manera poderosa y maravillosa con el paisaje mismo”, lo que en esta ciudad de México ha hecho tanta falta vistos los atentados cotidianos al paisaje y la perspectiva urbanos, el último de los cuales el multimillonario fraude de la “Estela de Luz”. Y aunque está ampliamente demostrado el desastre paisajístico y la escasa solución a la movilidad urbana de supervías, distribuidores viales, pasos a desnivel y similares, el gobierno del Distrito Federal persiste en su realización, y apenas esta semana el jefe de gobierno, Marcelo Ebrard, inauguró el puente vehicular Yaqui-San José de los Cedros en Cuajimalpa, ocasión en que todavía, declaró que “la mayoría de las obras (como esta) debieron hacerse hace más de 20 años para impedir que las principales avenidas de la capital sufrieran congestionamientos vehiculares como los de ahora”. No, no es capaz de ver cómo esas obras arruinaron nuestro paisaje citadino, convirtieron a los capitalinos en tuzos que entran y salen de sus madrigueras, dividieron a la ciudad en segmentos arbitrarios, convirtieron los bajopuentes en refugio de indigentes, en tiraderos de basura y escombro y con todo esto, no dieron aceptable solución a la movilidad vehicular.

Sí, es fácil argumentar que existen Planes Generales de Desarrollo Urbano y Programas Parciales de lo mismo, pero la multiplicidad de criterios y situaciones, la elasticidad en la interpretación de los mismos y, desafortunadamente, la corrupción, dan origen a muchas transgresiones y abusos cuyos efectos quedan ya para el largo plazo. Por supuesto, la tajada del león se la llevan los “desarrolladores” sin escrúpulos, que violentan todas las normas con la permisividad de las autoridades, ejercida ésta también en la regularización de espacios públicos tomados por invasores o por comerciantes ambulantes. El resultado es el mismo: la reducción cada vez más evidente de los espacios públicos abiertos de esta otrora amplísima ciudad.

Y las autoridades son agentes directos también; así, es muy frecuente que espacios públicos, áreas verdes, suelos de conservación o terrenos abiertos, camellones, derechos de vía, sean aprovechado por la propia autoridad, un jefe de departamento aquí o allá, para instalar oficinas, almacenes del gobierno de la ciudad, de los transportes eléctricos, estaciones de transferencia de basura, módulos de seguridad o cualquier otra construcción que se les ocurra. No que no sean necesarias esas instalaciones, pero lo que es cuestionable es que se invadan los cada vez más escasos espacios abiertos, cuando el principio debiera ser que el gobierno capitalino aprovechara, “reciclara”, espacios ya construidos que estuvieran obsoletos o en desuso.

Por eso, resultan contradictorias las declaraciones a La Crónica (reportaje de Juan Carlos Talavera, 12mar12) del secretario de Desarrollo Urbano y Vivienda del Gobierno del DF, arquitecto Felipe Leal, quien primero señala que “la ciudad demanda cada vez más espacios verdes”, pero enseguida se refiere a “una mayor presencia de lo natural en patios, azoteas y balcones”, lo que en una ciudad con falta de agua como la nuestra es un proyecto claramente no sustentable. Y luego remata: “la arquitectura tendría que insistir en el reciclaje y la reutilización de suelo urbano… porque existe una importante cantidad de terrenos vagos o inútiles en la ciudad que podrían explotar su potencial”. O sea, vamos a seguir ocupando los espacios públicos abiertos con proyectos de construcción y ocupación, “para explotar su potencial”, cuando lo cada vez más importante sería mantener los espacios abiertos, las áreas verdes y suelos de conservación libres de invasiones y construcciones, por un lado, y, por el otro, asegurar el reciclaje, aquí sí, del agua de la abundante lluvia que cae en este valle para regarlos a fin de mantener vivas sus especies vegetales y agradables a la vista y al recreo los verdes campos.

Porque, ¿ha visto usted?, en esta ciudad ya no se riegan los jardines y camellones en tiempo de secas; no se estableció a tiempo una estrategia y un plan para asegurar esta función sin detrimento del abasto de agua potable para consumo humano de los habitantes del valle. Apenas hay agua para este último fin, así es que los parques y jardines que se aguanten. Por eso, en estas épocas se ven como zonas desérticas; un poco de pasto crece aquí y allá, cuando aprovecha la escasa humedad ambiental. Y cuando puede aprovechar la luz del sol, pues, otro criterio absurdo prevalece en la gestión urbana: se dejan talar impunemente los bosques circundantes, los árboles en cañadas y barrancas, en suelos de conservación, pero en parques y jardines, en banquetas, se siembran árboles y arbustos al por mayor (y hasta plantas de ornato que no se riegan), con grave perjuicio de las propias especies arbóreas, apretujadas en pequeños espacios lo que inhibe su pleno desarrollo, o podadas inmisericordemente para dar paso a líneas eléctricas o telefónicas. Y con pérdida de la función recreativa de los jardines públicos, que son convertidos en espacios sombríos, sin pasto que allí crezca, con puro polvo para pasear sobre él.

Ah, pero el arquitecto Leal propugna “que la ciudad demanda cada vez más espacios verdes, mayor presencia de lo natural en patios, azoteas y balcones”. Sí, qué buena solución, acabémonos los jardines y espacios abiertos, vayámonos al jardín de la azotea para “estar en contacto con la naturaleza”.

Fuente: Cronica.com.mx
Por: Juan José Huerta
Publicada: 16 de marzo de 2012.

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