Como vaticinaron hace años los expertos, el cambio climático sigue avanzando y la forma más evidente de comprobarlo es el aumento de las temperaturas medias, que ya supera en 0,8ºC los niveles preindustriales.
Empezamos agosto con el cupo de impactos climáticos casi cubierto: el deshielo, las olas de calor, las sequías o las inundaciones han copado la actualidad mediática en todo el mundo en lo que llevamos de verano y han abierto la veda para que otros fenómenos catastróficos como los desplazamientos de tierras o los grandes incendios forestales nos pusieran los pelos de punta en varias ocasiones.
Como vaticinaron hace años los expertos, el cambio climático sigue avanzando y la forma más evidente de comprobarlo es el aumento de las temperaturas medias, que ya supera en 0,8ºC los niveles preindustriales.
Este aumento de la temperatura global se traduce en un mayor deshielo del que el Ártico es la cara más visible, con récords históricos en fusión de hielo marino (2011) o en mínimos de extensión de hielo superficial (2012). Pero no solo los polos se calientan: el aumento de temperatura es, también, evidente en Europa, donde la media alcanza un 0,95ºC más que en los registros preindustriales o en España, donde llega hasta un 1,5ºC.
España es uno de los más afectados de Europa por el cambio climático y lo hemos visto este verano más que nunca: el pasado mes de junio ha sido el más caluroso de los últimos 100 años, con olas de calor cada vez son más intensas y frecuentes. Hoy, sin ir más lejos, el sur de la península vuelve a estar en alerta naranja… y, es que, de mitad para abajo, España se parece cada vez más a África.
En el continente vecino de Europa, países como Etiopía, Kenia, Somalia y Uganda están sufriendo las peores sequías de los últimos diez años que, combinadas con situaciones de conflicto como la del Sahel, colocan a más de 18 millones de personas en grave riesgo por escasez de alimentos. La situación también es preocupante en Asia, donde estos días se registran las peores sequías de los últimos 100 años en la península coreana y en Estados Unidos (EE.UU.), donde las sequías están poniendo en jaque los cultivos de maíz y soja.
El problema no es que no llueva, sino que “llueve mal”: las lluvias torrenciales son otro de los fenómenos meteorológicos extremos que proliferan con el cambio climático que este verano han provocado situaciones críticas en todo el mundo casi simultáneamente. Durante los últimos días de junio, Bangladesh vivía uno de los peores monzones de su historia, la India sufría inundaciones en 21 de los 27 distritos del Estado de Assam que provocaban 900.000 desplazados y una treintena de muertes, el Reino Unido se enfrentaba a fuertes lluvias torrenciales y tornados, mientras en Uganda, uno de los países más afectados por sequías recurrentes, vivía uno de los peores episodios de desplazamiento de tierras derivado de grandes tormentas que provocó 30 muertos y más de 100 desaparecidos.
Otra de las grandes crisis que se ha vivido este verano son los grandes incendios forestales, en los que elementos asociados al cambio climático como las elevadas temperaturas, la sequía o la falta de humedad son determinantes. Durante los últimos días del mes de junio, se han detectado grandes fuegos en diez estados de EE.UU., por ejemplo, mientras que en España, según datos del Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente, se ha quemado ya el doble de superficie de la que se quemó en el mismo periodo del año pasado.
Está claro que el cambio climático ya no solo afecta a los ecosistemas y que los fenómenos catastróficos que lleva asociados tienen graves impactos sociales y económicos. Otra de las consecuencias graves de la crisis del clima es el aumento de la escasez, y por lo tanto del precio de los alimentos. Algo que tiene efectos tanto en los países en desarrollo en los que el porcentaje de renta que se dedica a la alimentación es mucho más elevado, como en los países industrializados con graves impactos en sectores como la agricultura, la industria vitivinícola o la ganadería.
Este cúmulo de evidencias, sumado al hecho que hasta los informes pagados por el negacionismo reflejan la gravedad de la situación, ha hecho que hasta algunos de los llamados “escépticos” empiecen a cambiar de bando. Un buen ejemplo son las declaraciones del conocido negacionista Richard Muller en las que admite “como científico no puedo hacer otra cosa que rendirme a la evidencia”. En efecto, no es el tiempo el que está loco, los locos son nuestros políticos si ante tanta evidencia siguen desoyendo la urgencia de actuar.
Fuente: ecoticias.com
Publicada: 03 de Agosto de 2012