La Cumbre de Río 1992 fue la antesala y uno de los escenarios donde se planteó la importancia del problema del deterioro ambiental y del rol que debían significar los estados y la industria para responder a ese desafío; marcó el inicio de la era del desarrollo sostenible. El paradigma, 20 años después, de que la naturaleza es una fuente inagotable de recursos y receptora ilimitada de desechos es creíble para pocos y se acepta de manera generalizada que urge un cambio.
“La noción de una gran transformación tecnológica verde que haga posible una economía verde está siendo aceptada, aunque sigue siendo controvertida”, refiere el análisis “Los amos de la biomasa en guerra por el control de la economía verde”, elaborado por el Grupo de Acción sobre Erosión, Tecnología y Concentración (ETC) -un grupo canadiense de investigación sobre tecnologías socialmente responsables- y la Fundación Heinrich Böll.
Los economistas, encabezados por la directora para América Latina del Grupo ETC, Silvia Ribeiro, hacen en el documento una dura crítica a la economía verde y a las empresas e industrias que se ponen esa bandera, pues -a su decir- lo que buscan en realidad es un mayor consumo de los recursos, son depredadoras y quieren el control de toda la materia, viva o no, para crear más productos.
Actualmente, explicó, un pequeño grupo de empresas transnacionales con vínculos entre sí controlan la producción de biocombustibles a partir de la biomasa, la cual se volverá elemental cuando los combustibles fósiles comiencen a agotarse. “Todas las industrias: energética, farmacéutica, química, de alimentos y agricultura están involucradas y en pugna por el control, no del cuidado del medio ambiente, sino del poder económico y la biomasa”, aseguró.
De acuerdo con la especialista, empresas que ejemplifican lo anterior son Shell, BP, Merck, Monsanto y DuPont.
Durante la presentación del informe, el economista Alejandro Álvarez, catedrático de la UNAM, consideró: “La economía verde es en realidad un vestido verde que se están poniendo los depredadores de siempre y es un recurso para enterrar los esfuerzos del desarrollo sustentable”.
La falta de regulación por parte de organismos internacionales ha provocado que las compañías vendan o fabriquen productos bajo el sello “verde”, ecológico o responsable, cuando en el fondo los intereses son financieros y consumistas, mencionó Andrés Barreda, coordinador del Centro de Análisis Social, Información y Formación Popular. “La economía verde encarna un fraude; detrás de ésta hay una gran perversidad porque apuesta al despilfarro y consumo ilimitado”, concluyó.
¿RESPONSABLES?
La Directora regional del Grupo ETC consideró -a pregunta expresa- que los sellos y distintivos de Empresa Socialmente Responsable no son del todo confiables, pues las empresas que los obtienen son transparentes y responsables en un aspecto, mientras en otros incumplen normas o contaminan.
Barreda consideró al respecto: “Debe haber un modelo más crítico y riguroso para obtener estos sellos; en toda industria hay una mano negra que no deja que las empresas hagan un cambio responsable ni sean totalmente transparentes”.