Para los que no han visto a Sheryl Sandberg, la directora de operaciones de Facebook, en una reciente portada de la revista Time, la tesis de su libro Lean In (algo así como «Involúcrese») es la siguiente: hemos educado bien a una generación de mujeres, pero muy pocas llegan a la cúspide ejecutiva.
Eso en parte se debe a barreras sociales y a la persistencia de sesgos sutiles, pero también al comportamiento de las mujeres.
Sandberg argumenta que, entre otras cosas, esto es económicamente contraproducente.
«Si recurriéramos a todo el conjunto de recursos humanos y talento, nuestro desempeño colectivo mejoraría», asegura.
Esa parte de su manifiesto suena interesante pero, ¿es verdad? Una forma de averiguarlo es ver cuánto hemos progresado.
En 1960, cerca de 95% de los médicos y abogados de Estados Unidos eran hombres blancos.
Para fines de la década pasada, representaban aproximadamente dos tercios. En diferentes grados, lo mismo puede decirse de otras profesiones altamente cualificadas.
La economía de EE.UU. ha hecho grandes avances desde 1960, pese a recientes tropiezos. Los ingresos per cápita se han casi triplicado.
Economistas de la Universidad de Stanford y la Universidad de Chicago se preguntaron cuánto de ese crecimiento provino de la incorporación al mercado laboral de las mujeres y los afroamericanos, que previamente habían estado excluidos del sistema educativo o de determinadas profesiones.
La respuesta: mucho.
Calculan que desde 1960 hasta 2008, entre 15% y 20% del crecimiento en la productividad, o la producción por hora de trabajo, vino de la eliminación de barreras que impedían que mujeres blancas y afroamericanos de ambos sexos alcanzaran su potencial.
«En los años 60, había un gran número de mujeres y afroamericanos que tenían el talento para ser médicos, abogados y gerentes muy exitosos y productivos», señala Chad Jones, uno de los economistas de Stanford.
«Con el tiempo, esto ha cambiado. La constante mejora en la distribución de talento se tradujo en una productividad sustancial».
Eso es convincente. Las barreras que bloquearon a las mujeres perjudicaron la economía entera.
Han pasado muchas cosas desde los 60, dice Claudia Goldin, una historiadora económica de Harvard.
«Es impresionante».
Más de 57% de las licenciaturas obtenidas en 2011 fueron por mujeres, según el Departamento de Educación de EE.UU.
El caso es el mismo para 51% de los doctorados, 48% de los títulos en medicina, 47% de los de derecho y 45% de las maestrías en administración de empresas.
Sin embargo, apenas 14% de los presidentes ejecutivos de la lista de las 500 mayores empresas de EE.UU. que compila la revista Fortune son mujeres.
Sandberg se pregunta por qué.
«Es hora de que encaremos el hecho de que nuestra revolución se ha estancado», escribe.
«Sheryl está diciendo que las mujeres no se están permitiendo, por alguna razón, llegar a la cima», dice Goldin.
La receta de Sandberg para las mujeres que quieren cambiar eso es la siguiente: 1) Siéntese a la mesa. Vale tanto como cualquier otra persona presente. 2) No restrinja sus aspiraciones profesionales porque anticipe tener hijos.
En sus palabras: «No se vaya antes de irse». 3) Encuentre una pareja que quiera para usted lo que usted quiere, tal como hizo Sandberg en su segundo intento.
Son consejos sabios.
Pero no nos dice cuánto impulso ganaría la economía estadounidense si consiguiéramos hacer realidad la versión del nirvana de Sandberg en que «las mujeres dirigirían la mitad de nuestros países y empresas y los hombres se ocuparían de la mitad de nuestros hogares».
Mientras las parejas sigan tomando decisiones que lleven a que uno de ellos, en palabras de Sandberg, «renuncie» a sus prometedoras carreras en vez de «involucrarse», los dólares y centavos del Producto Interno Bruto de EE.UU. se verán reducidos.
Por supuesto que eso no significa que el país salga perdiendo.
Invertir en los niños no produce resultados inmediatos en el PIB, pero sin duda genera sus frutos, tanto en satisfacción como prosperidad futura.
Gary Becker, premio Nobel de economía que lideró el estudio de la economía de la discriminación, asegura: «Muchas barreras (a mujeres y afroamericanos) han sido eliminadas.
Todo eso es bueno».
Pero, añade, «está mucho menos claro que lo que vemos ahora sea resultado de dichas barreras artificiales. Volver a casa para cuidar a los niños cuando el padre no lo hace, ¿es eso una pérdida de tiempo para una mujer? No hay evidencia que lo demuestre».
Sin embargo, los cálculos de Jones y el resto de su equipo sugieren que aún hay un largo camino por recorrer. Sigue habiendo obstáculos que desmantelar, ya sean sociales o psicológicos.
«Apenas hemos llegado a la mitad del camino», dice Jones.
«La productividad podría ser entre 9% y 15% más alta, si se eliminaran todas las barreras».
Un gran avance.
Fuente: Reforma