«Es una ilusión de niño, siempre quise tener un molino de viento y ya lo tengo. Al menos para esta cosa puedo morir tranquilo», suspira el francés Christopher Vercoutere, quien lleva 40 años viviendo en Ecuador.
A su lado asiente en silencio Agustín Seminario, el ingeniero que siete años atrás construyó su primer molino, ése que disfruta Vercoutere en su campo, el mismo que tímidamente comienza a moverse como si lo empujaran el francés y el ecuatoriano con la mirada.El molino de Vercoutere se encuentra en la comunidad de San Roque, provincia de Imbabura, en el norte de la región Sierra, una de las zonas del Ecuador que más sufre para regar sus sembradíos.
«Vivimos en una zona que no tiene acceso a la energía. Si bien es cierto que la electricidad llega a la casa, no llega a las fuentes de agua. Incluso en una gran hacienda que tenga electricidad, ésta llega solo a la casa de la hacienda», explica Seminario, quien estudió ingeniería mecánica en Quito.
Aunque ha llevado sus molinos por todas las provincias serranas, desde Carchi hasta Azuay, Seminario se mueve en un mercado dominado por bombas que funcionan a gasolina o a diesel debido al bajo precio de estos combustibles, pero su apuesta por la generosidad de los vientos ha calado también en Quito.
Un atlas de vientos
A comienzo de este año, el Ministerio de Electricidad y Energía Renovable de Ecuador presentó su Atlas Eólico, para identificar las zonas del país donde este recurso puede ser aprovechado para la generación de electricidad y diversificar la matriz energética.
«La participación de la energía eólica en la matriz de producción eléctrica hasta la fecha es marginal, con tan solo 16,5 MW en el territorio continental correspondientes al proyecto Villonaco que entró en operación en enero de 2013», dijo a BBC Mundo el ministro Esteban Albornoz y agregó:
«La información contenida en el Atlas Eólico, sumada a los incentivos que se vienen implementando a nivel regulatorio, establecen condiciones propicias para el desarrollo de nuevos proyectos eólicos de iniciativa pública y privada, que contribuirán al abastecimiento de la demanda y al desplazamiento de energía térmica que consume combustibles fósiles».
Pero los subsidios oficiales a estos combustibles han alejado del mercado a otros amantes de los molinos de viento como el ingeniero mecánico Marcos Cabrera, quien comenzó a construirlos como hobby en la provincia del Azuay, en el sur de la Sierra ecuatoriana, seis años atrás.
«La idea nació cuando un amigo me preguntó si le podría hacer un molino de viento y yo por alegrarlo le hice uno de adorno. Luego los fabriqué como negocio, pero hoy en día ya casi estoy retirándome de esta actividad porque la energía en Ecuador, el gas y la electricidad, es muy barata y las posibilidades de hacer negocios son bien escasas».
Por eso, los artesanos de los molinos de viento han tenido que encontrarles nuevas funciones a las aspas de estos gigantes imaginados por Cervantes: bombear agua ya no es su única misión, sino oxigenarla.
Agua estancada
Inspirado por los molinos levantados en las zonas rurales del Ecuador por una misión internacional en la década del 60, Agustín Seminario comenzó a investigar cómo construirlos y cómo comercializarlos.
«Vi molinos de la Misión Andina que habían durado desde el año 65 y todavía seguían, aunque ya no bombeaban. Entonces fui a un molino, me subí, tomé fotos de sus partes, y dije ‘esto ya está inventado, lo que hay que hacer es adaptarse a lo que tenemos acá'».
El principal inconveniente que enfrentó era el costo de cada uno de los cuatro piñones que movían estos molinos, que puede variar de 200 a 300 dólares, pero por fortuna, uno de sus trabajadores sugirió utilizar los piñones de una moto, mucho más baratos, y el invento funcionó.
Pero no todos los campesinos ubicados en la ladera del volcán Imbabura necesitaban bombear agua de pozos cavados en la tierra, algunos requerían hacer algo con el agua caída del cielo.
«Nosotros plantamos papa, zanahoria y hierva para el ganado pero para riego no hay nada de agua, solo esperamos a la lluvia en abril y mayo que son aguas medias duras, por eso hicieron esos reservorios», dice a BBC Mundo Luis Rosales, cuidador de unos de los campos de la comunidad Cerotal, ubicada a 3.200 metros de altura.
Fabricar piscinas para almacenar el agua pareció ser la mejor solución, pero los campesinos pronto descubrieron el agua estancada por mucho tiempo pierde el oxígeno y se pudre… y ahí entraron los molinos.
Otro sabor
«En Estados Unidos se diseñó un molino que en lugar de llevar una bomba de agua tenía un compresor, entonces el aire que es comprimido se inyecta debajo del agua y comienzan a salir burbujas como si estuviera hirviendo», cuenta el ingeniero Seminario, quien comenzó a reproducir este modelo en Ecuador.
Al oxigenar los reservorios se eliminan las algas y se prolonga la vida útil del agua que pueden beber los animales.
Mientras los animales sacian su sed en los molinos ideados para oxigenar el agua, los hombres que aman los molinos en la sierra ecuatoriana disfrutan del agua que bombean de los pozos estas máquinas inventadas hace siglos.
«Todo el mundo piensa hoy en día que el agua tiene que ser suministrada por redes, pero no se puede comparar a nivel de sabor del agua entubada con esta agua», dice el francés Vercoutere.
«Lo interesante de esta agua es que es muy agradable para tomar porque no tiene gusto a cloro. Es algo que me ha sobrado de niño, porque en cada persona hay algo de niño que hay que tratar de guardar», concluye.
Fuente: BBC
me interesa saber mas del tema que presentan en Xochimilco D.F. temos graves problemas de estancamiento de aguas y es urgente hacer algo, saludos