Por: María José Evia H. Google
La estrategia de boicotear eventos o productos para generar cambios en las políticas de una empresa no es nueva: recientemente varias cadenas se negaron a vender la edición de agosto de la revista Rolling Stone y a lo largo de los años Greenpeace ha protestado así contra grandes marcas como Nestlé o Zara. Esta forma de presión muchas veces es exitosa y suele obtener la atención internacional, pero ¿qué tan efectiva será en el caso del vodka y las leyes homofóbicas de Rusia?
Hace dos semanas, el escritor y activista gay Dan Savage (conocido por sus columnas de consejos y por crear la campaña «It Gets Better») escribió una entrada de blog titulada «Por qué voy a boicotear el vodka ruso», donde explicó que ante las nuevas leyes discriminatorias hacia homosexuales en Rusia decidió boicotear esta bebida, específicamente la marca más reconocida: Stoli. El texto de Savage también es una invitación para que bares y cuidadanos estadounidenses lo sigan. Desde su publicación ya varios establecimientos se han unido a la iniciativa.
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Como respuesta, el CEO de la empresa propietaria de Stoli (SPI Group) escribió una carta abierta explicando que la compañía condena las acciones del gobierno ruso, recordando las acciones de apoyo a la comunidad LGBT que ha realizado (todas fuera de Rusia) y aclarando que, aunque la bebida usa ingredientes rusos, es fabricada en Latvia y las oficinas del corporativo están en Luxemburgo. Por lo tanto, explica SPI Group, un boicot afectaría a la economía de dos países que no tienen nada qué ver con las leyes aprobadas por el presidente ruso Vladimir Putin.
Según Savage estas no son razones suficientes, ya que la empresa es propiedad de Yuri Scheffler, uno de los hombres más ricos de Rusia, quien tiene la responsabilidad de presionar al gobierno para que acabe con sus políticas homofóbicas.
La preocupación de Savage y de todos los que apoyan el boicot es genuina y comprensible: las leyes aprobadas por Putin permiten que la policía rusa arreste por hasta 14 días a turistas que parezcan gays o «pro-gay», prohíben que parejas extranjeras del mismo sexo adopten a niños rusos y califican de pornografía toda «propaganda homosexual», por lo que si padres o maestros rusos hablan a jóvenes sobre la homosexualidad como algo natural, también se arriesgan a ser arrestados. Lo que es peor, esta actitud por parte de las autoridades ha llevado a un crecimiento exponencial de los ataques a jóvenes rusos homosexuales, ataques que por supuesto quedarán impunes.
Pero desgraciadamente los esfuerzos están mal dirigidos: dejar de comprar vodka ruso tan solo afectará a una compañía que no tiene influencia sobre políticas gubernamentales. Twittea esto
Como explica un artículo de la web Fast Company, en el sistema de gobierno ruso la relación entre empresas y gobierno no es tan estrecha como en Estados Unidos. No existe libertad de mercado y SPI Group especialmente tiene una historia de tensiones con el gobierno actual.
Además está otro problema: el vodka es uno de los productos rusos más reconocidos por extranjeros, pero elegirlo para representar y rechazar a toda una cultura por las acciones de sus líderes políticos es discriminatorio en sí mismo.
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La falla de esta iniciativa es que está usando estrategias que funcionarían en Estados Unidos para impactar en un gobierno que es muy distinto. Al final, quienes participan están gastando energía en un stakeholder que no tiene el poder de generar cambio, y de paso están resumiendo toda la cultura rusa en una bebida alcohólica.