Faltan cuatro meses, pero la próxima cumbre mundial sobre el efecto invernadero (México, julio) quizá tenga un eje adicional. Hay quienes querrían compensar el vergonzoso fracaso de diciembre incorporando el agua a los debates en la agenda de la ONU.
“Dios nos da agua, pero no paga cañerías ni potabilizadoras”. Así Loïc Fauchon presidente del consejo mundial del agua (CMA) resumía meses atrás los mismos problemas en materia de provisión que entusiasman nada menos que a Goldman Sachs.
En verdad, las tres primeras culturas dependientes de los dioses para su agua (Sumeria, Egipto, el Indo) sólo debían cavar zanjas para distribuirla. Con los siglos, vendrían las guerras por su control. Hoy Fauchon conduce un organismo que tiene unos 350 miembros en más de setenta países.
Este experto sabe perfectamente qué factores deterioran los recursos hídricos del planeta: sobrepoblación, contaminación, urbanización. “El recalentamiento global se avecina, cierto, pero los problemas actuales no se deben a él. Son culpa de los hombres. Otrora, debíamos satisfacer apenas las demandas agrícolas, industriales y domésticas. Ahora, será preciso modificar estrategias”.
Por ejemplo, las reservas acuíferas en la cuenca china significan casi 4.000 millones de barriles anuales. ¿Qué sucederá en diez, veinte años? Para entonces, “Beijing deberá bombear agua de sur a norte, algo ecológicamente dañino, pero ¿qué otra cosa podrá hacer ante la escasez”, se pregunta Fauchon. Los dilemas no se limitan al mundo en desarrollo. Arnold Schwarzenegger, gobernador de California –quinto producto bruto interno del globo, ya reduce desde 2009 el consumo de agua potable.
Sin ayuda de dioses, distribuir agua es caro. Los servicios en Europa occidental y Norteamérica son privados, problema que no afrontan los países emergentes. Por eso, en Estados Unidos las potabilizadoras y distribuidoras cotizan en Wall Street.
Algunas multinacionales también se dedican al negocio. Pero, “en términos de políticas apunta Fauchon, toca al estado asegurar que el sector privado cree y opere infraestructuras”. Las opciones sobre el tapete son pagar por el agua (método para el mundo desarrollado) o subsidiar la distribución (método para el resto).
La cuestión se agrava a mayor ritmo que las posibilidades pagadoras en buena parte del mundo. Fauchon o Schwarzenegger sostienen que cabe al estado fijar tarifas y marcos regulatorios. No será fácil. Por ejemplo, la Organización Mundial de la Salud estima que, en 2010/14, los países en desarrollo necesitarán US$ 18.000 millones anuales para redes hídricas. No parece mucho, si se compara con los US$ 700.000 millones gastados por EE.UU. en seis meses para rescatar banqueros.