La vida de Judith era común a la de casi cualquier joven mexicano que vive en condiciones de pobreza. Vivía hacinada, sin estudios, con hambre, golpes, indiferencia y frustración. Hoy, quiere ser la excepción.
Tiene 20 años de edad. Vive en Puebla, el tercer estado a nivel nacional habitado por el mayor número de jóvenes en situación de marginación. Proviene de un hogar donde hay altos niveles de analfabetismo y violencia. “Trabajé en cruceros de grandes avenidas desde que era una niña y ahí, a la intemperie, pasaba la mayor parte del tiempo”, cuenta.
Judith no toleraba la vida que compartía con sus hermanos y padres en un casa que tiene sólo una habitación y cuyo baño es comunitario.
Padecía la violencia de su padre y la indiferencia de su madre. A los 10 años, Judith fue diagnosticada por terapeutas con una “alta inestabilidad emocional”.
El Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval) ha contabilizado a 14 millones 900 mil jóvenes pobres en todo el país -la mitad de la población juvenil total que hay en México-. De ellos, 3 millones 300 mil jóvenes de entre 12 y 29 años de edad viven en pobreza extrema.
Este organismo ubica la mayor parte de los jóvenes pobres en los estados de Chiapas (75.8%), Guerrero (67.4%), Puebla (61.1%) y Oaxaca (61.2%).
El Consejo Nacional de la Población (Conapo) dimensiona de otra manera la pobreza juvenil y asegura que en cuatro de cada 10 hogares mexicanos donde reside al menos un joven se experimentan dificultades para sufragar varios gastos, como el de vivienda, transporte, vestimenta, entre otros.
En su informe sobre “La situación de los jóvenes en México”, presentado la semana pasada, el organismo agrega que uno de cada cinco jóvenes tiene problemas para satisfacer sus necesidades de salud y educación y uno de cada 100 hogares no tiene recursos suficientes para alimentar a sus integrantes, entre ellos, los jóvenes.
Círculo sin salida
Alerta que esta situación de marginación tiende a reproducirse en las siguientes generaciones. “El deficiente capital humano con el que la nueva generación alcanzará las edades productivas debilitará su vínculo con el mercado de trabajo y dificultará la generación de recursos para su propia sobrevivencia.
Ante oportunidades limitadas de desarrollo, es posible que muestren el mismo comportamiento conyugal y reproductivo de sus progenitores. Es decir, el escenario anterior plantea una trayectoria sistémica de vulnerabilidad social en la que causas y consecuencias se determinan mutuamente y se reproducen a través del tiempo”.
Esa realidad puede ser la de Georgina Mendoza, quien es madre desde los 23 años. Ella se casó ilusionada, pero ahora, producto de la violencia familiar, es madre soltera de tres niños. Salió de un círculo de pobreza cuando era joven para entrar a otro en su adultez, aunque asegura que los milagros y mucho esfuerzo ayudan. “Hago siempre mi luchita o yo veo como le hago, pero mis hijos no se quedan sin comer”, dice.
No tiene seguridad social, pero sus hijos van a la escuela. Aunque ahora lo que a Georgina le quita el sueño es que es beneficiaria del programa federal Oportunidades de combate a la pobreza “pero también soy trabajadora y no puedo pedirle permiso a la patrona para asistir a las juntas que los del programa me dicen que son obligatorias”.
Sin ganas de nada
Un reporte de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) sobre “Marginados en México, El Salvador, Nicaragua y Panamá” dice que además del círculo de la pobreza, otro problema que genera la falta de oportunidades para jóvenes es la delincuencia.
“En la medida en que el funcionamiento económico y las instituciones no generan medidas o soluciones compensatorias a esta situación de exclusión, la vulnerabilidad social de los jóvenes tiende a agravarse, tanto por la disminución de la edad de quienes abandonan sus hogares para sumarse a las pandillas como por la mayor proliferación de éstas”, dice.
Marisa Delgado, investigadora del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM, destaca que la mayor parte de los jóvenes pobres no tienen horizontes, lo que propicia un elevado nivel de desencanto y desorientación.
“A un joven que es pobre, pero que a su vez carece de oportunidades o de motivación para ingresar o quedarse en la escuela, pero luego, aunque estudie, se enfrenta a un mercado laboral precario o donde no hay un lugar para él, le dejan dos opciones: irse por lo fácil y conseguir sus propios recursos a costa de las instituciones y leyes, o sea, delinquir, o bien, quedarse en casa esperando una oportunidad, aunque el riesgo sea terminar con apatía y sin ganas de nada, como sucede a la mayoría de nuestros jóvenes”.
La investigadora de la UNAM lamenta que a pesar de que el siguiente año la población juvenil alcanzará la cúspide de la pirámide poblacional para después descender “no existe una política de Estado que atienda las necesidades de este sector de la población ni siquiera una que pretenda aprovechar su potencial”.
El impulso necesario
La CEPAL coincide en el referido informe: “En general, los programas gubernamentales orientados a la juventud no contemplan el problema de los jóvenes marginados, ni la necesidad de abrirles espacios de expresión, participación y elaboración de propuestas. Los jóvenes marginados son objeto de la atención gubernamental cuando les afectan situaciones críticas, como la drogadicción, la transmisión de alguna enfermedad sexual o el embarazo precoz en el caso de las adolescentes. En las experiencias exitosas de organizaciones civiles o instituciones privadas que se abocan a rehabilitar u ofrecer soluciones integrales a los jóvenes marginados, se comprueba que la reintegración social duradera combina soluciones para los tres aspectos mencionados. La inversión en educación para procurar la continuidad escolar, el aprendizaje de oficios o desarrollo de destrezas que permita emplearse o financiar parcialmente un proyecto, así como la recomposición del ámbito familiar, contribuyen a una reintegración más estable de los jóvenes”.
Judith quiere ser la excepción de los jóvenes pobres porque ahora dejó las calles y concluyó su educación secundaria. La organización civil Juconi -creada en 1989 para atender a familias que viven en condiciones de pobreza y violencia familiar- intervino en su familia. Ella, sus padres y hermanos recibieron terapia individual y familiar, obtuvieron información de cómo acceder a los servicios de salud y educación a los que tienen derecho de manera gratuita y les dio herramientas emocionales para evitar la violencia e incrementar su autoestima.
Judith se empeña ahora en concluir una carrera universitaria y salir del círculo de la pobreza.
Mientras, Delgado se pregunta si en las actuales condiciones los jóvenes como Judith podrán tener un empleo digno que les permita superar su condición de marginación. “Yo -dice- tengo mis dudas”.
Fuente: El Universal; Sociedad, p. 12
Autor: Liliana Alcántara
Publicada: 18 de agosto 2010