Por: Emilio Guerra Díaz
A Ercilia Gómez Maqueo Rojas, una de mis grandes mentoras en la filantropía.
He tenido la oportunidad de conocer y participar en procesos de gestión para el nacimiento de fundaciones empresariales, o bien como consultor o acompañando directamente dando consejo, o bien, “arrastrando el lápiz”, y me ha llamado la atención la presencia constante de dudas similares en los directivos y ejecutivos que han asumido o les han asignado la tarea de fundar su institución.
Las preguntas que se hacen con mayor frecuencia se dirigen precisamente a la génesis, no tanto sobre cómo constituirla, sino para qué y concretamente, la inquietud de responder ¿En qué nos beneficiará contar con una fundación?
Con las siguientes líneas pretendemos mostrar con una experiencia concreta el valor que tiene una fundación empresarial, más allá del círculo inmediato para la corporación y que trasciende al interés social en sentido muy amplio.
En dos fundaciones que acompañé para su creación, hace ya más de 15 años, aún no existía el referente del Distintivo Empresa Socialmente Responsable (ESR) pero existían las mismas dudas y diferentes contextos sobre la participación fundacional en la construcción de espacios públicos desde una administración privada.
En particular en una experiencia en la que me invitó a colaborar Ercilia Gómez Maqueo Rojas, para crear una institución para un banco y que marcó mi debut profesional; seguimos un contexto internacional que motivó a alinear la misión y programas al contexto que se tenía de referente. Las fundaciones bancarias europeas eran las grandes promotoras del arte y la cultura.
En ellas se depositaba un interés público para alentar que en una administración privada se preservara el patrimonio artístico y cultural. Fue entonces la visión de Ercilia Gómez Maqueo que germinó y consolidó la entonces Fundación Cultural Bancomer. Con ella aprendí sobre este tipo de modelo fundacional y me permitió además de apreciar y disfrutar más nuestro trabajo, el valor de una institución de esta naturaleza.
Por esos días era catedrático de Sociología de la UNAM, tenía asignada una materia optativa, “Historia de la Cultura” para la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales. Bajo la libertad de cátedra dividí el curso en 2 grandes contenidos. Por un lado los alumnos recibirían formación sobre el tema central. Pero la segunda parte se dedicaría a alentar el conocimiento sobre el tercer sector; el mundo de las organizaciones civiles y las fundaciones.
Recién se había nacionalizado la banca, contrariamente a la idea de que el patrimonio se desmembraría, las fundaciones bancarias de entonces mostraron su utilidad pública pues preservaron su patrimonio por ser figuras distintas al negocio. Se habían constituido como asociaciones civiles con patrimonio y autoridades propias, por lo que la institución Fundación permitió proteger de la estatización los bienes encomendados. Veáse al respecto el gran patrimonio de Fomento Cultural Banamex.
Resultó atlamente atractivo para los alumnos que cursaron la materia que en cierta parte del programa se estudiaban textos de los grandes promotores como Don Enrique Florescano.
En uno de sus memorables artículos sobre preservación del patrimonio cultural, se mostraba preocupado por las constantes crisis del estado mexicano (regímenes de Miguel de la Madrid y Carlos Salinas de Gortari), cuyo consecuente saneamiento de las finanzas públicas “justificaban” los recortes presupuestales que en orden de aparición afectaban los recursos destinados al arte y la cultura, y luego, los de salud y educación.
Subrayaba Florescano la necesidad de conseguir recursos adicionales a los gubernamentales para mantener siquiera la difusión del patrimonio cultural. Entonces, con la dinámica de conocer el aporte de las fundaciones europeas, los alumnos advertían con justa razón, que un actor importante en esta tarea pública, lo conforman precisamente los coleccionistas particulares, las fundaciones y las universidades entre otros actores sociales.
El curso se enriqueció con un memorable texto, que hoy tengo extraviado, del Dr. Francisco Guzmán Burgos, que hablaba de la importancia del coleccionismo, de los beneficios no sólo individuales sino que cuando se vuelve una disciplina trasciende y nutre al patrimonio cultural. Ese texto fue redactado para ilustrar una edición de una exposición en una galería privada y que me compartió. El texto empezaba diciendo “Coleccionar es ordenar un universo”, palabras más, decía que el coleccionista se adentraba a estudiar formas, a conocer enlaces, historias, anécdotas, enriquecer y preservar la memoria para disfrute de otros; lo que sucede hoy, por ejemplo, con los grandes aficionados como Soumaya Domit de Slim y cuyo universo cultural ahora se preserva y se muestra en el museo que lleva su nombre.
En este periodo de experiencia profesional que se dio en el nuevo marco de privatización de la banca, Ercilia y quien escribe, enfrentamos el enorme reto de “renacer” en 3 ocasiones cuando menos, a la fundación por las complicaciones de los sucesivos compradores del banco.
Afortunadamente y gracias a su destreza y profesionalismo la institución perdura hasta hoy en día bajo otro esquema de trabajo y con el nombre de Fundación BBVA Bancomer y sus importantes programas adecuados al contexto del siglo XXI.
Me parece una columna muy interesante, con diversos elementos claros y prácticos para aquellas prsonas que están inmersas en el mundo de la filantropía.
Felicidades!
Muy interesante artículo sobre Fundaciones y su aportación a la cultura. Envío a Emilio un muy cordial saludo.
Adolfo Alaniz
Excelente artículo. Me enorgullezco de estar cerca a estas dos personas, para poder aprender de ellas e institucionalizar, una importante iniciativa cultural/educativa