Por Josep M. Lozano
A propósito de un estudio que estoy llevando a cabo, he leído un interesante informe –encargado por una institución USA de referencia en la formación de directivos, no por intelectuales marginales- que plantea cuales son los principales retos que deben afrontar las escuelas de negocios. Aborda diversos apartados (curriculum, alumnado, profesorado, investigación, docencia, relaciones…) y en todos ellos sigue la misma pauta: qué ha ocurrido en los últimos 25 años, cual es el estado de la cuestión (resultado de un amplio conjunto de encuestas, entrevistas y visitas), qué cambios se han producido en la sociedad, y qué es lo que las escuelas de negocios deberían tomar en consideración como resultado de todo ello.
El informe es extenso y muy completo y, por tanto, de imposible resumen. Por consiguiente, me voy a limitar a recoger algunos aspectos que señala en relación con algunos temas que a mi me parecen especialmente relevantes y me interesan más directamente. Pero que considero que tienen valor en si mismos, y porque además el informe indica que son claves para definir el futuro de las escuelas de negocios.
La educación que ofrecen las escuelas de negocios tiene el riesgo de ser excesivamente técnica, cuantitativa y analítica. Con lo que la aproximación que fomentan a la empresa puede ser demasiado unidimensional y enfocada solamente a dar prioridad a estos aspectos. La consideración de las dimensiones personales y relacionales de la gestión está minimizada o es poco relevante.
Aunque en las escuelas se habla de cambio y de adaptación a las nuevas realidades, el ambiente que se respira en muchas de ellas y entre sus responsables es de una cierta autosatisfacción y poca percepción de que sean necesarios cambios sustantivos y sistémicos.
Cuando se plantean cuestiones empresariales en la formación no se suelen integrar las dimensiones éticas de las mismas, pese a que lo que ha ocurrido en los últimos años ha puesto de relieve su necesidad. Se reconoce que dicha integración no es fácil, pero se insiste en el riesgo de que las escuelas se tranquilicen por el hecho de que, como máximo, descargan en determinados cursos el enunciado de principios generales de moral.
Otro problema que señalan los autores es que una mayoría relevante de los alumnos que se acercan a las escuelas de negocios no lo hacen por interés genuino e intrínseco por lo que allí se enseña, sino porque la consideran una excelente palanca para su carrera profesional y una buena oportunidad para acceder a remuneraciones significativas. De hecho, una razón preeminente para escoger el asistir a una escuela de negocios no es ni el enfoque, ni el contenido, ni la pedagogía, ni el modelo educativo, sino la expectativa del nivel de salario a la salida de la escuela.
Las escuelas de negocios han confundido el significado del servicio que ofrecen, especialmente en tanto que son centros académicos. En muchos casos «servicio» se entiende como adaptación –y, a veces, sumisión- a las tendencias y criterios dominantes en la cultura empresarial vigente, renunciando al papel (que deberían jugar) de cuestionadores informados y críticos constructivos. Las escuelas de negocios –dicen los autores- deben servir a la profesión, pero esto en ningún caso significa limitarse a hacer lo que la profesión espera que hagan.
La formación que ofrecen tiene una alta calidad en lo que se refiere a la especialización y el nivel de las piezas que configuran su oferta formativa, pero resulta fragmentada y no permite una integración orientada a la comprensión de la complejidad de las situaciones que han de vivir los directivos, y a la capacidad de tener en cuenta los contextos sociales y valorativos en los que las empresas actuan.
Los curriculums de las escuelas de negocios han caído en la tentación de ofrecer cada vez más unícamente temas relativos a la gestión empresarial. Deberían considerar que no es posible una buena formación para la dirección de empresas si los currículums de sus diversos programas no incorporan contenidos de ciencias sociales, matemáticas o humanidades (ponen como ejemplo algo que a nosotros nos pueden resultar chocante: un curso de mitología griega no debería sacrificarse en el altar de las optativas avanzadas en management). Su conclusión es que el reto de las escuelas de negocios si quieren preparar para el siglo XXI es que deben comprender la importancia de ampliar su perspectiva en la preparación de sus estudiantes.
Esto solo son, pues, unos apuntes de algunos retos que dicho informe plantea a las escuelas de negocios, sobre los que me parece que vale la pena reflexionar y debatir.
¡Ah!, por cierto, casi se me olvida: este informe se publicó en… 1988.
Josep M. Lozano
Profesor del Departamento de Ciencias Sociales e investigador senior en RSE en el Instituto de Innovación Social de ESADE (URL). Sus áreas de interés son: la RSE y la ética empresarial; valores y liderazgos en las organizaciones; y espiritualidad, calidad humana y gestión. Ha publicado sus investigaciones académicas en diversos journals. Su último libro es La empresa ciudadana como empresa responsable y sostenible (Trotta) Otros de sus libros son: Ética y empresa (Trotta); Los gobiernos y la responsabilidad social de la empresa (Granica); Tras la RSE. La responsabilidad social de la empresa en España vista por sus actores (Granica) y Persona, empresa y sociedad (Infonomía).
Ha ganado diversos premios por sus publicaciones. Fue reconocido como Highly commended runner-up en el Faculty Pionner Award concedido por la European Academy of Business in Society i el Aspen Institute. Ha sido miembro de la Comissió per al debat sobre els valors de la Generalitat; del Foro de Expertos en RSE del MTAS; del Consejo Asesor de la Conferencia Interamericana sobre RSE del BID; y de la Taskforce for the Principles for Responsible Business Education del UN Global Compact. En su página web mantiene activo un blog que lleva por título Persona, Empresa y Sociedad