Por: Iliana Molina
La pobreza es una condición de múltiples factores, así que su atención también debería serlo. Algunos esfuerzos han logrado tener cierto impacto en su reducción, pero resulta fundamental impulsar una visión sistémica, integral y coordinada para obtener los mejores resultados.
Como hemos visto anteriormente, uno de los pilares para la reducción de la pobreza es el desarrollo de capacidades humanas, sociales, técnicas y empresariales. Sin embargo, muy raras veces (me atrevo incluso a decir que ninguna) éstas pueden ser promovidas por un solo actor. No podemos ser todos buenos para todo, y el problema es tan grande y complejo que exige el mayor nivel de maestría, conocimiento y experiencia para lograrlo. Por ello, es importante considerar la creación de redes que promuevan el desarrollo, combinando el esfuerzo de varios actores: organizaciones civiles, instancias de gobierno, academia y empresas. No hace falta decir que uno de los actores que no se debe olvidar en las alianzas es la propia comunidad, a través de sus representantes reconocidos y respetados.
En el caso de las empresas sociales, o empresas en comunidad, este tipo de redes adquiere un valor interesante, al buscar sumar los esfuerzos de varios actores que están incidiendo en un mismo territorio.
Aquí, las redes de valor buscan conectar a las empresas incipientes con el mercado, pero también generar alianzas estratégicas que les permitan desarrollar las capacidades que las harán más competitivas y sostenibles.
Generar alianzas exitosas es un asunto complejo. Implica un alto nivel de compromiso por parte de todos los involucrados, pero también requiere que estos tengan claras tanto las expectativas como las responsabilidades que derivan de trabajar en conjunto. Implica dejar atrás egos y prioridades individuales y estar dispuestos a trabajar por un fin mayor deseable para todos. Supone también un esfuerzo importante para aprender y enseñar, y la capacidad de generar relaciones horizontales en las que cada quien asume completamente el rol que decidió jugar. Adicionalmente, en la práctica se necesita que la alianza responda no sólo a una instrucción o a una postura institucional, sino a una ejecución efectiva a la hora de implementarse.
Finalmente, la alianza requiere de una persona que asuma la coordinación de todos estos esfuerzos, que dé seguimiento a los avances y que tenga la capacidad de interlocución con todos los aliados para revisar sus términos y aplicaciones de manera constante, ajustarla tanto a la realidad como a las nuevas necesidades que van surgiendo, dando espacios de voz y voto a los participantes para, entre todos, construir la mejor estrategia para lograr los resultados esperados.
Iliana Molina
Iliana Molina es Socióloga por la Sorbona de París y tiene un Máster en Economía Social por la Universidad de Mondragón, en España. Cuenta con más de diez años de experiencia en desarrollo social e inclusión económica en los sectores público, social y académico. Actualmente, colabora con la FAO como Especialista en Comercialización con Pequeños Productores en condiciones de Pobreza.