Las consecuencias del terremoto de Japón traen recuerdos sombríos para los observadores de la crisis financiera estadounidense que precipitó la Gran Recesión. Ambos acontecimientos ofrecen duras lecciones sobre los riesgos y sobre lo mal que pueden manejarlos los mercados y las sociedades.
Los expertos, tanto de la industria nuclear como de las finanzas, nos aseguraron que la nueva tecnología había eliminado el riesgo de una catástrofe. Los hechos demostraron que estaban equivocados: no sólo existían los riesgos, sino que sus consecuencias fueron tan grandes, que eliminaron fácilmente todos los supuestos beneficios de los sistemas que los líderes de la industria promovían.
Resultó que los magos de las finanzas no entendieron las complejidades del riesgo, por no hablar de los peligros que plantean las «distribuciones de cola ancha» -un término estadístico que se refiere a situaciones raras que tienen consecuencias enormes, y a las que a veces se llama «cisnes negros». Eventos que supuestamente suceden una vez en un siglo -o incluso una vez en la vida del universo- parecían ocurrir cada 10 años. Peor aún, no sólo se subestimó la frecuencia de estos acontecimientos, sino el daño desmesurado que causarían.
Tenemos pocas bases empíricas para juzgar los acontecimientos raros, por lo que es difícil hacer estimaciones acertadas. En tales circunstancias, no sólo empezamos a pensar lo que queremos, sino que puede que tengamos pocos incentivos para pensar en absoluto. Por el contrario, cuando los demás cargan con los costos de los errores, los incentivos favorecen el autoengaño. Un sistema que socializa las pérdidas y privatiza las ganancias está condenado a gestionar mal el riesgo.
En efecto, todo el sector financiero estaba plagado de problemas con las agencias y las externalidades.
Si bien se han frenado algunos de los excesos que se cometían al asumir riesgos, los préstamos abusivos y las operaciones no reguladas de oscuros derivados extrabursátiles continúan. Las estructuras de incentivos que fomentan la toma de riesgos excesivos se mantienen prácticamente sin ningún cambio.
De la misma forma, mientras que Alemania ha cerrado sus reactores nucleares más viejos, en EU y otros lugares plantas con defectos como los de Fukushima siguen operando. La existencia de la industria nuclear depende de subsidios públicos ocultos -los costos que paga la sociedad en caso de desastres nucleares, así como los costos de la eliminación de los residuos radiactivos que aún no se aborda. ¡Viva el capitalismo sin restricciones!
Para el planeta hay un riesgo adicional que, al igual que los otros dos, es casi una certeza: el calentamiento global y el cambio climático.
Los costos de reducir las emisiones palidecen en comparación con los posibles riesgos a que se enfrenta el mundo.
A final de cuentas, quienes apuestan en Las Vegas pierden más de lo que ganan. Como sociedad, estamos apostando -con nuestros grandes bancos, con nuestras instalaciones de energía nuclear, con nuestro planeta. Al igual que en Las Vegas, los pocos afortunados -los banqueros que ponen en peligro nuestra economía y los propietarios de las empresas de energía que ponen en riesgo nuestro planeta- pueden ganar mucho dinero. Pero en promedio, y casi con seguridad, nosotros como sociedad, al igual que todos los jugadores, vamos a perder.
Por desgracia, esa es una lección que se desprende del desastre de Japón que seguimos ignorando por nuestra cuenta y riesgo.
*es catedrático de la Universidad de Columbia y ha sido galardonado con el Premio Nobel de Economía. Su libro más reciente es Freefall: Free Markets and the Sinking of the Global Economy, que ahora está disponible en francés, alemán, japonés y español. © Project Syndicate 1995-2011
Fuente: Reforma, Opinión financiera, p. 4.
Reportero: *Joseph E. Stiglitz.
Publicada: 17 de mayo de 2011.