Por: Forma y Fondo CCIII
Así dice la letra de una de las canciones más representativas de nuestra música vernácula “Ayer maravilla fui, Llorona, ahora ni sombra soy” A los tiempos que corren, se puede aplicar a la situación por la que atraviesa nuestro México lindo y querido. . Remontándonos a las épocas prehispánica y colonial, las aportaciones de México al mundo son numerosas en agricultura, jardinería, arboricultura, plantas medicinales, plantas industriales como hule, chicle, algodón; plantas para teñir, plantas alimenticias, bebidas, flores, animales, minerales, rutas marítimas, caminos, artes y oficios, astronomía, arquitectura, medicina, leyes, industria, inventos y muchas cosas más.
No existen antecedentes de medio ambiente, ecología, biodiversidad o hábitat por ser términos de cuño moderno y preocupaciones que aparecen hasta mediados del siglo pasado, con la búsqueda de una mejor interrelación entre el ser humano y su entorno.
Las referencias no van más allá de las descripciones románticas y pintorescas de autores de época o bien de los relatos especializados de científicos, viajeros y exploradores que mencionaban los resultados que rodeaban su trabajo. Sin embargo existen datos y hechos que confirman el amor a la naturaleza, su conocimiento y aprovechamiento desde la época precolombina.
Las culturas prehispánicas relacionaban la vida desde el nacimiento hasta el mictlán, con el respeto a la naturaleza, su observación y cuidado, coronándolo con el culto a sus numerosas deidades. Algunos de sus adelantos como la medicina herbolaria continúan vigentes; otras referencias como las obras hidráulicas en las que aprovechaban las condiciones naturales del terreno quedaron consignadas en los Códices y tradiciones orales. Los más antiguos jardines de México que se mencionan son los de Texcoco, del siglo XV, que el rey poeta de los acolhúa-chichimecas, Netzahualcoyotl, mandó construir en la roca, alrededor de un monte cónico mediante el sistema de terrazas unidas por escaleras de piedra. Otro jardín estaba en el bosque de Chapultepec o Cerro de la Langosta en Tenochtitlan, en el que Moctezuma II tenía un zoológico y un jardín botánico en los que había ejemplares y especies de todas las regiones del imperio.
El principal acierto agrícola de los aztecas fue el trabajo comunal de la tierra encabezado por la agricultura sobre el agua, tzinanpayotl, hermana mayor de la hidroponía; agricultura en chinampas cuyo auge es entre los años 1300-1400. Su mayor obra perdura en los jardines flotantes de Xochimilco. Construidos sobre terrazas o chinampas flotantes, se arraigaron a la tierra por las raíces de los árboles ahí sembrados, formando pilotes de madera y trenzados, que sostienen flotando la delgada capa de tierra. El mismo Cortés escribía del gran tianguis de Tenochtitlan que diariamente había toda clase de hierbas curativas, hortalizas y legumbres, así como animales desconocidos.
Importante hasta la fecha es la aportación del Códice Badiano que comprende la traducción al latín hacia 1552 por el indígena xochimilca Juan Badiano de la obra de otro paisano suyo Martín de la Cruz que en náhuatl había hecho la clasificación de al menos diez mil plantas mexicanas.
Durante la Colonia y a pesar de la explotación y despojo de tierras de que fueron objeto los indígenas, Tata Vasco fomentó el exitoso trabajo comunal que sobrevive hasta nuestros días a pesar del descuido oficial y la competencia desleal.
El mismo Padre de la Patria, Miguel Hidalgo y Costilla al promulgar su Bando Agrario, se adelantó un siglo a la legislación agraria de 1910. Ordenaba que las tierras de cultivo se entregaran para su explotación y trabajo a los naturales de los pueblos, lo que equivalía a la derogación del régimen colonial de propiedad de la tierra, y en cierta forma a la abolición de la esclavitud campesina y a la supresión de alcabalas y tributos en el campo.
Hacia 1840, la Marquesa de Calderón de la Barca decía al observar el Valle de México: “…llegamos a las alturas desde donde se contempla el inmenso Valle…con sus volcanes coronados de nieve y los grandes lagos y las fértiles llanuras…”.
Aunque en la época pre revolucionaria las haciendas alcanzaron cierto grado de desarrollo agrícola, su objeto era la explotación de la tierra y la miseria de la peonada, que desembocaron en el movimiento armado. Con la Revolución empezaron años de privaciones y hambre siguiendo la epidemia de la llamada gripa española, agravándose hacia 1917. Miguel Salinas anotó refiriéndose a la capital del país: “…pero el polvo que sube de las plazas y calles, el humo que se escapa de las chimeneas, el vaho espeso de la inmensa urbe roban colorido al espectáculo y amenguan su magnificencia.” Nunca imaginó cómo se desarrollarían las ciudades, que las altas concentraciones de humos y vahos llegarían a ser mortales, que las grandes zonas lacustres desaparecerían junto con los macizos boscosos y que las tierras quedarían estériles.
El hambre se está convirtiendo en un escándalo permanente cuyos estragos reflejan la falta de sensibilidad y voluntad de un sistema, no de un sexenio, para aplicar programas serios y se enfoca como calamidad natural, culpando a la naturaleza.
La forma: pareciera que volvemos a la Edad Media, los campesinos necesitan rezar para tener buen tiempo y buenas cosechas, cuando se podrían desarrollar políticas proactivas y no programas reactivos ante el desastre.
El fondo: la decisión presidencial de estos días parece tener la firmeza para una respuesta que cumpla las expectativas. Estos esfuerzos intentan responder al desafío planteado por el problema que aumenta. A pesar de ello: TODOS SOMOS NATURALEZA.
ACACIA FUNDACIÓN AMBIENTAL A. C. [email protected]
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