Por: Emilio Guerra Díaz
¿Cuáles son las razones por las que empresarios y magnates norteamericanos como Bill Gates y Warren Buffett, hayan decidido declarar públicamente que donarán un gran porcentaje de su fortuna personal a la filantropía y por qué han emprendido una campaña mundial (Giving Pledge) para que otros empresarios hagan lo propio?
Esta controversial declaratoria puede generar tantas preguntas, pero una muy sencilla es: ¿Por qué lo hacen? Una sencilla respuesta es porque hay cultura de la donación que converge con una visión de hacer negocios, o mejor dicho, para qué hacer negocios. Reflexionemos un poco, con sana ironía, sobre estos magnates que trabajaron toda su vida bajo un enfoque de acumulación de dinero, sin embargo, acabaron trabajando para la comunidad.
Aún cuando nos parecería ajeno y extraño que empresarios mexicanos fueran a seguir este ejemplo (o ya lo hubieran hecho), lo cierto es que este fenómeno de donar o legar para la comunidad a través de la filantropía o alguna institución no lucrativa no nos es ajeno a los mexicanos y contamos con varios casos similares igualmente ejemplares. Quizá entre los más emblemáticos son el de Gonzalo Río Arronte y el de Jerónimo Arango.
Empecemos a revisar con la incredulidad negativa y las críticas que se hacen bote pronto quienes les han llamado la atención la invitación Gates-Buffett. Miremos esta noticia desde nuestra perspectiva cultural.
Al revisar nuestra propia tradición filantrópica con encuestas y trabajos de investigación más serios y con rigor científico que empiezan a tenerse en México como los del Centro Mexicano para la Filantropía y del Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM); revelan que como mexicanos nos distingue nuestra generosidad. Tenemos una cultura de donar… pero en la calle, de persona a persona y no a instituciones formalmente constituidas. Es decir una filantropía desorganizada, si se acepta el término, primitiva.
Las personas declaran que no donan a la filantropía formal porque tienen desconfianza, porque no creen que los recursos lleguen al beneficiario. Asimismo la incredulidad alienta afirmaciones respecto a que algunas razones por las que hay donantes empresarios, quienes constituyen sus fundaciones, lo hacen para evadir impuestos y en otros casos a las organizaciones de la sociedad civil (OSC) se les percibe como un negocio propio. A la actriz que le nace crear su propia institución para ayudar, es foco de críticas severas, pues se dice que lo hace porque está perdiendo puntos en su raiting, o bien, desea nuevamente presencia en los medios y no perder vigencia.
La desconfianza en México explica entonces la incredulidad con la que recibimos la noticia Gates-Buffett; mientras que a otros les arrebató un suspiro de añoranza por lo que no se tiene, una cultura de dar.
Recientemente, durante un foro que conjuntó a OSC en Guadalajara en agosto pasado, escuché a Jacqueline Butcher señalar que una de las razones por la que Buffett y Gates donan parte de esta fortuna se debe al marco legal norteamericano que es promotor y alentador para que las instituciones filantrópicas cumplan con la obligación de donar el 5% del los activos que tienen.
De otras personas he escuchado que Gates y Buffett lo hacen por moda, lo hacen por protagonismo. Otros más señalan que lo que realmente desean con ese acto es expiar culpas. Unos más aducen que es un puro anuncio fanfarrón. Sinceramente creo que existen razones culturales muy poderosas y aspectos personales importantísimos que provienen del pragmatismo empresarial que explican el por qué de estas donaciones.
Para comprender el aspecto cultural se requiere ir a la historia anglosajona, en particular la formación ética desde la práctica de la religión (al lector que desee profundizar en el tema podría revisar la obra de Max Weber, La ética protestante y el espíritu del capitalismo).
Sí bien católicos y protestantes provenimos de la misma raíz de culto, compartimos en un tiempo una misma percepción sobre el trabajo. Hace más de veinte siglos la Iglesia católica consolidó su presencia en la población por su idea mundana de identificación con Dios a través del trabajo. La escisión del siglo XVI de los protestantes y católicos determinó un cambio en la percepción del trabajo, sus frutos y la forma en la que “se gana el cielo”. Uno de los cambios fundamentales consecuencia de este periodo histórico se situó en la relevancia del trabajo, no de acabar con la idea de dualismo mundo celestial-mundo terrenal.
Desde entonces habría de marcarse una profunda diferencia entre las economías desarrolladas y, por ejemplo, las latinoamericanas. Mientras que en las primeras la idea de riqueza y el deseo de progreso se sentaron a la mesa de las familias; en otras regiones se suplantó a la prosperidad por un determinismo para ganar el mundo celestial bajo el signo del sacrificio: de poco valía una vida terrenal placentera pues se alejaba uno de la bienaventuranza de la eternidad. Por ello el mito de la tierra prometida, para unos está en este mundo y para otros más, en una dimensión celestial.
Concretando estas ideas, la cultura anglosajona en su transición de la economía feudal a la capitalista, logró sentar bases en el hecho de que la única forma legítima de generar y gozar la riqueza debiese estar fundamentada en el trabajo, y no en los privilegios que suponía el sistema de soberanías jerarquizadas feudales.
Este es uno de los pilares del pragmatismo empresarial y como sucede a menudo, es un engrane que mueve otros círculos para generar dinámicas virtuosas. Aún cuando a John D. Rockefeller se le atribuye la sentencia: “gasta 80 por ciento de tus ingresos, dona 10 y ahorra el resto”, esta frase es la piedra angular de la cultura filantrópica de corrientes religiosas del protestantismo. De tal suerte, por ejemplo, que durante el proceso de independencia de las 13 colonias de la corona británica, la filantropía de los nativos americanos floreció al vincular el progreso con el involucramiento ciudadano, fenómeno que estudió profundamente el sociólogo francés Alexis de Tocqueville y que plasmara en su famosa obra la Democracia en América.
Los independentistas americanos decididos a terminar la relación de supeditación advirtieron entonces que ellos deberían construir sus propios recursos educativos y de salud. Por ello hoy la filantropía norteamericana es tan vigorosa en esos servicios y por lo menos, llevan más de 230 años atestiguando que las donaciones –como recursos privados con fines públicos- aplicadas a proyectos sociales resultan ser una buena inversión.
La práctica de gastar, ahorrar y donar desarrolló aspectos idiosincrásicos que hoy continúan vigentes y han fortalecido el ejercicio de la retribución: “uno goza hoy un bien público gracias al esfuerzo y trabajo de los demás que realizaron en el pasado y por ello debo poner mi parte para un mejor futuro para mis hijos y la comunidad” (este hecho es captado en forma sencilla y clara en la película Cadena de favores (Pay it Forward. Haley Joel Osment, Kevin Spacey y Helen Hunt. Dir. Mimi Leder, EEUU, 2000). De esta forma el mundo desarrollado mira hacia el futuro; la tradición latinoamericana no abandona su pasado. Para aquellos el mañana es promisorio (pero hay que construirlo), para los segundos fatalista.
Ahora bien, transitemos por otro de los caminos que expresan y dan sentido al pragmatismo empresarial. Esa ruta nos ayudará a entender que el hombre de negocios, generador de riqueza, basa su esfuerzo en el trabajo y la habilidad para planear, ahorrar e invertir en forma eficiente y eficaz. De tal suerte que con esa filosofía fragua su éxito y mide a los demás en relación a los privilegios obtenidos y descalifica prácticas de enriquecimiento que no provienen de actividades legítimas: ¿Sé tiene fortuna por esfuerzo empresarial o por corrupción?, ¿Es una fortuna legítima o ilegítima? Por ello se oye decir a algunos empresarios vanguardistas que la mejor herencia para sus hijos es enseñarles a amar al trabajo, no a desear que ellos gasten sus fortunas; que un hombre de negocios desarrolla sus habilidades industriosas y en cambio, un hombre que aspira a ser rico puede cometer cualquier acto ilícito.
Algunos personajes de la vida empresarial norteamericana, como Gates y Buffett, deciden entonces legar, donar gran parte de su patrimonio a instituciones no lucrativas, porque en el futuro, aún cuando hayan abandonado este mundo, continuarán mandando sobre el destino de sus fortunas con un sentido humanista (utilitarismo puro). Otra forma de trascender en el mundo terrenal. De tal manera su esfuerzo empresarial no se dilapida, derrocha o disuelve, todo lo contrario, forma un corpus de recursos de inversión social que tendrá su rúbrica.
Sí me he podido explicar, entonces vemos que ciertamente el marco legal norteamericano, como dijo Jacqueline Butcher en Guadalajara, ayuda y facilita, que ocurran las donaciones anunciadas por Gates y Buffett, pero además, es sin duda la práctica de una posición cultural-religiosa, practicada de generación en generación en forma sistemática y sostenida, que concilia en la vida de las personas al mundo celestial con el terrenal lo que clarifica que la práctica de legar, donar a instituciones filantrópicas es una decisión harto inteligente. Es dar un sentido de vida, es “continuar con vida en el futuro”.
Congratulémonos por esta noticia, pero también sintámonos orgullosos porque esas prácticas se han dado ya en México, citábamos líneas arriba a Don Jerónimo Arango y a Gonzalo Río Arronte, empresarios que legaron y que trasmitieron la enseñanza empresarial a sus descendientes. Ambos llenaron de un contenido social a la riqueza generada por su trabajo, en vida disfrutaron del fruto de su trabajo, pero su generosidad ha trascendido a su generación y decidieron retribuir, dar una utilidad social a su fortuna.
Así hoy podemos gozar, por ejemplo, del parque Xochitla en el norte de la ciudad de México (obra de su hijo Manuel Arango Arias) y contar con uno de los mejores ejemplos de un legado a favor de una fundación, como lo es la institución homónima de Don Gonzalo. Atrás, unos pasitos atrás, vienen otros empresarios visionarios y que están desarrollando sus iniciativas filantrópicas modernas con diferentes matices, de cuyas obras daremos testimonio en ImpulsaRSE de Expok más adelante. México cuenta con un par de docenas de los más afamados hombres de negocios, los cuales ya están actuando. A otros en cambio, nos tocará coadyuvar a crear en nuestra comunidad esa cultura del dar, de retribuir; de alentar la práctica de donar.
Emilio Guerra Díaz
Sociólogo, articulista en diversos medios impresos desde 1988. Ha colaborado en el sector filantrópico por más de 20 años. Es Voluntario desde 1989. Autor del libro “La política de planificación familiar del estado mexicano”, UAM-Xochimilco, 1991. Consultor en Desarrollo Institucional para OSC. Fue subdirector de la Fundación Cultural Bancomer y Director de Información y Servicios del Cemefi. Actualmente es Gerente de la Fundación ADO.