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Bridget Jones, ¿un icono feminista?

Aunque parezca mentira hubo una época en la que tener una talla 42 y estar soltera era un giro de guión inesperado. Esa época fueron los años noventa, la década en la que el personaje Bridget Jones se hizo fuerte primero en las librerías y, más adelante, en las salas de cine de todo el planeta.

Bridget Jones, encarnada en la pantalla con maña por Renée Zellweger, transmitía las inquietudes de un gran número de mujeres que rondaban la treintena: ‘¿me quedaré soltera?’, y esa pregunta quería decir, en realidad: ‘¿me quedaré sola?’. Bridget coqueteaba con esa pregunta en una serie de peripecias sin ton ni son relacionadas con contar calorías, hacerle ojitos a hombres inconvenientes y salir de juerga con amigos gays hasta que llegara el amor verdadero. Que sin duda llega. Mientras tanto, nota mental, no hay que olvidar lo de los amigos gays.

Bridget Jones tuvo muchas críticas en su momento en medios de comunicación por su falta de ambición como símbolo femenino, en ese empeño general de que todo personaje femenino tiene que encarnar los valores del feminismo. Aún así, no hay que olvidar que mientras se gestaba su análisis en las facultades anglosajonas de Estudios Culturales, el personaje de Jones tenía algo transgresor, y, sobre todo, algo que mujeres de todo el planeta identificaban como propio.

Se trataba de una parodia femenina, con su voz propia y sus preocupaciones. Reflejaba un nuevo modelo que se estaba forjando especialmente en las grandes metrópolis del primer mundo: las mujeres en la treintena existen y tienen deseos. Ahora resulta obsoleto, pero en aquella época simplemente no había mujeres solteras en el cine. Ni en la literatura. Ni en la televisión. Así que llegó Bridget y después llegaron los singles, los metrosexuales y los cosmopolitans de Carrie Bradshaw.

Además, Bridget Jones incorporaba cierto elemento de lucha de clases: la chica de clase media bebía los vientos por no uno, ¡sino dos! miembros del establishment. Mark Darcy y Daniel Cleaver olían a colegio privado inglés desde la butaca, y ambos se morían por el culo fuera de los cánones de Bridget Jones, secretaria.

La Franquicia

La segunda parte, Bridget Jones: al borde de la razón ya anunciaba tragedias. Segundas partes no fueron siempre buenas, pero había un segundo libro y la posibilidad de hacer que el taquillazo de la primera -298 millones de dólares en recaudación- fuera similar. Nos puso sobreaviso de que la cosa podía ser menos fiel al espíritu transgresor inicial -recordemos, una talla 42- cuando Zellweger se negó a engordar para el papel y, básicamente, se dedicó a usar ropa más entallada.

Aún así, un buen trabajo actoral y un guión decente lograron sacar adelante la premisa: Bridget duda de su amor perfecto con Darcy porque él no quiere casarse con ella -bienvenida sea la cuarta ola feminista-, se va a Tailandia con el chico malo para descubrir que es malo y vuelve con Darcy. 265 millones de dólares de recaudación en taquilla.

Y llegó la tercera. Tampoco venía precedida por la mejor señal: no se usó el tercer libro -bastante pesimista, Bridget en la cincuentena se queda viuda- sino una obra de teatro que nos entrega un inicio más amable. Bridget está soltera otra vez, ya no usa una talla 42 ni pretende usarla, se acuesta con dos hombres en una semana y se queda embarazada.

Como inicio resulta trepidante. Como único desarrollo a lo largo de todo el film, algo menos. El icono femenino de los noventa queda reducido a esa pregunta -¿de quién es el hijo que llevo en mi vientre-?, y, lo que es peor, su futuro también. Evidentemente, Bridget tendrá a ese niño, pero la estupefacción del espectador es total cuando además pretende decidir con quién pasará el resto de su vida en función del ADN del cigoto. ¿Libre albedrío? No para Miss Jones, que se casará con quien sea el padre de su criatura, independientemente de sus sentimientos. Bienvenida sea la quinta ola feminista.

Por otro lado, pese a intentar sostener el ritmo, el personaje pierde comba con los tiempos que corren: ha desaparecido la red de seguridad de la single -o al menos no tienen una frase decente en toda la película-, y la posibilidad de que sea madre soltera queda descartada en favor de algunos chistes sobre padres gays.

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Renée no puede ser Bridget

Lo que sí queda patente es que el personaje puede envejecer pero no su actriz. El escrutinio y escarnio al que ha sido sometida la protagonista del film en los últimos tiempos demuestra que la industria del espectáculo puede enriquecerse a costa de una cuarentona con celulitis simpática y patosa, pero dios nos libre de que la actriz lo parezca. Por otro lado, Zellweger tampoco puede hacerse un lifting o aspirarse la celulitis, menuda hipócrita.

He aquí lo que demuestra, finalmente, Bridget Jones’ baby, quizás sin quererlo: el mainstream se reirá contigo mientras seas una ficción. En la vida real lo tienes crudo, Bridget.

Fuente: Sinembargo

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